sábado, noviembre 23, 2024

Solo así/ IV

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No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la iglesia como el ser humano. James Joyce
Salió cagado de la risa como alma que lleva el Diablo. En verdad se estaba cagando de la risa. Muy vale madres. Brinco a un cabron que dormía sobre papeles de diarios. Así salió. Adentro sólo estaban tres personas, entre ellas una jovencita dejándolas con el Jesús en la boca. “En la madre” pensaron aterrorizadas las mayores de edad mientras la jovencita de anteojos que la hacían elevarse más allá de sus espinillas o de su corta estatura se quedó petrificada.
Minutos antes el pastor vigilante de la grey católica había sentido un extraño presentimiento. Sintió de pronto un rayo eléctrico por todo el cuerpo, dejándolo inquieto y nervioso. El terrible presente estaba allí sin optimismo de futuro.
Era un día domingo y las familias católicas y apostólicas aprovechaban para ir al encuentro con Dios a aquella iglesia de esa colonia regular, de esos asentamientos edificados por la inexplicable terquedad humana de asentarse donde no debe. Pero ese es otro asunto. Como cada ocho días con la finalidad de cumplir con el sagrado deber de la devoción para ser agraciados por el espíritu divino. “ Solo Dios nos salva y a través de El nos protegemos de caer en los malos pasos de la drogadicción, del consumo de la cocaina, etcétera; recemos hermanos”. Allí le escuchaban esas mujeres que se sentaban cerca del púlpito. Esa familia apodada Tres generaciones. La más joven escuchaba mientras se reacomodaba las gafas empujándolas por el centro sobre la nariz; recordando que éste es un inconveniente para quienes las llevan en una tierra en la que el calor hace sudar hasta el entrecejo. Y otras más. Muchas más familias. Algunos llegaban con un sabor amargo en la garganta otros con el sabor de barbacoa de res o de tacos de carnitas a escuchar al discípulo de muchos santos que el mismo menciona: santo Domingo, san Juan Bosco, san Agustín, San Sebastián, san Francisco de Asís.
Un predicador de la palabra divina que censuraba el adulterio, reprochaba la usura y denigraba a los pandilleros que se multiplicaban como cuestión de metafísica o de física cuántica o de la multiplicación de los panes y los peces en esa colonia y colonias vecinas. “ Debemos saber, hijos míos, que la fe puesta en Dios, en nuestra familia y trabajo, es la que nos va ayudar”. Quienes lo conocían sentían al tenerlo cerca un aura espiritual sin par. Era su salvador. Una ambulancia de la Cruz Roja pasó a toda velocidad afuera de la iglesia, suspendiendo el sacrificador del cuerpo y sangre del señor por algunos segundos su petición a Dios y a los presentes que pusieron unos ojos del tamaño de los peores presentimientos. Porque si ahí va una ambulancia es que hubo un herido o, Dios no lo quiera, un muerto.
El amigo íntimo de Jesús inclinó la cabeza moviendo casi imperceptible los labios, como rezando por las tribulaciones de los asistentes, bajo una luz salvadora, tenue.
Le vieron acercársele. Había terminado la misa. En escasos minutos el reloj del templo lanzaría desganadas y cascadas campanadas. Vieron cuando se le acerco al predicador de la palabra divina. Y se santiguaron de manera automática. En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo. Era imposible no hacerlo. Conocían al mariguano pandillero de mirada fría que caminaba como si todo fuera suyo. Habían escuchado mucho de él. Conocían de su mala fama. Tratar de detenerlo? Ni locas.
– Padre, un paro. Necesito un varo. Se alzó aguardentosa y arrastrando las palabras una voz. Pertenecía al pandillero y drogadicto más popular de la colonia, cuyos ojos estaban nublados por el tonayan ingerido en exceso más la mota, cocaina y otras chingaderas. No recibió ninguna respuesta durante algunos segundos.
– No hijo, no puedo.
– No puede? En verdad no puede? Sacando su pecho con mucha dignidad pregunto frunciendo la boca, retador.
Estaban allí. El cabron drogadicto, cocainómano, mariguano etc y el sacerdote regordete, cabello y bigote cano y de anteojos gruesos que llevaba una biblia en la mano. En la misa éste había encomendado a Dios para salvar a las almas y cuerpos débiles de la juventud atrapada en drogas, cocaina y otras cosas. El evento para la muchachita había pasado con exasperante lentitud . Como cada ocho días. Como cada ocho días de vez en vez volteaba a examinar el techo buscando algo. Como desde años atrás que con gritos y argumentos contundentes, o sea reglazos en espalda, nunca o donde cayeran, la conminaba su mamá a levantarse para ir a misa de domingo. Fue ya al final de la misa que tuvo lugar un suceso que borró de golpe el hastío que invadía a la más joven de esa familia.
Ante la negativa recibió una patada de padre y señor mío en sus partes nobles y otra al momento de agacharse que lo mismo pudo ser en la frente que en los guevos y otra cuando estaba en el suelo que pudo ser en la frente o en las partes nobles del sacerdote rozando la estola que colgaba del cuello y que tenía bordada una cruz. O lo que es lo mismo ese cabron pandillero estaba haciendo alarde de esa forma de proceder políticamente correcta de esas colonias populares. Todo con un único y doloroso resultado: un golpe testicular, una de las áreas más sensibles de los hombres. Duele solo de pensar en ello. Ese dolor también lo percibió en la zona del abdomen debido a la conexión nerviosa. Las tres mujeres se quedaron sumidas en un respetuoso silencio sin saber que ese domingo de misa tendría las características de ser el más recordado en toda la historia de esa colonia católica y apostólica.
Augusto Sebastián [email protected]

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