” Por eso al cubano se le hace difícil vivir en otro sitio. Aquí pasas hambre y te hundes en la miseria. Pero la gente es otra cosa” Pedro Juan Gutiérrez
Lo miraba serio y le decía no cabrón. No cabrón. Y él me contestaba acere mexicano. Que tú estás loco. Y se echó de nuevo, muy digno, tranquilo, a caminar. Espérame aquí. Me dejo en medio del solar. Un conjunto habitacional paralizado. Oscuro entre oscuro. Otro más. Para no ser exagerado era el tercer solar donde me indicaba que esperara. Que en un momentico regresaba. Y yo esperando tranquilo en el barrio de las putas. Que barrio no tiene putas. Algo magnético tienen las putas que siempre las busco. Confieso que llevo años pensando en el asunto y, por supuesto, he hablado mucho del tema con la gente más diversa y coincidimos que en todas partes hay más putas que moral. La iglesia católica y su moral están perdiendo espacio. No de ahora. Desde tiempo atrás. Ya nada es pecado. Quien sabe qué coño son los siete pecados capitales.
Yo seguía esperando tranquilo. Sin pedo. Sin prejuicios en un solar que estaba cayéndose en pedazos. Otro más. Al fin y al cabo la historia me absolverá. Me quede a esperar. Sin ningún problema. Sin temor a nada.
Andaba caminando allá por Centro Habana. Quería ligar una jeba. Una mulata. O negra. De esas de culo durísimo. De culo duro. No tenía nada que hacer, pocas veces tengo algo que hacer, contadas veces en la vida se tienen cosas que hacer cuando me gritaron mexicano, quieres una jeba. Efectivamente, un hijoputa sabía lo que andaba buscando. Lo intuía. Sabía que necesitaba templar.
Y llego. Traía una rubia. Mira mexicano. Es fans de Pedro Infante y de Juan Gabriel.
Y a mí que tanto me hincha los huevos ese Vicente Fernández, Juan Gabriel es otra cosa. Se me acerco muy zalamera recargándome sus pechos.
El pelo suelto hasta los hombros, el vestido strapless bien apretado y meneando el culo. Sonriente y disponible. Le brillaron los ojos.
Tengo toda la noche para ti, mi chini, me dijo muy bajo mientras me acariciaba mi pelo.
Mira cabrón a mí me gustan las mulatas o negras. Las blancas no. Te lo dije desde un principio.
El cubano volvió a hablar, muy persuasivo. Mexicano es buena chica. Es mi prima. No es churriosa. Es dulce, como les gusta a todos los mexicanos. Anda. Tu le gustas. Todas las mulatas o negras son churriosas. Son carne de perro. Carne de perro, hermano. Esas negras tienen la papaya con olor a muerto medio podrido. Es de verdad. Anda mira que tú le ayudas para la manutención de su familia. Tiene una cría de seis meses.
El cubano no parecía convencerse de mis gustos.
Mira cabrón a mí me gustan las mulatas o negras.
Ella ni de pedo la hizo. Dio media vuelta y se fue tal vez a escuchar a Vicente Fernández o a Juan Gabriel. No se volvió a mirarme. Se perdió por entre pasadizos oscuros. Todo en tinieblas como el sonido. Oscuros y más oscuros hasta perderse de vista. Apenas y se veía allí adentro. De todos modos a mí no me gustaba.
Luego entonces aquel me dijo que esperara. Se oía reguetón cubano. Estaban contados los días de la trova de Milanés o Rodríguez. Del Buena Vista Social Club ni quien se acuerde. Allí los hediondos escapes del gas metano se sumaban a los miasmas emanados de las paredes rajadas, de las cloacas y sótanos heridos por el tiempo.
Y zas. Llego. Decididamente era un gusano. Mira mexicano, vente. Caminamos. Qué mexicano más raro, coño, mientras tironeaba y sacudía la cabeza.
Caminamos. La oscuridad estaba desapareciendo. Quien sabe en qué solar estaba pero allí estaba. Un solar de mucho ambiente marginal. Una hermosa mulata junto a mi corazón abrazada. Muy bella y zalamera, vestida de amarillo. Ausente como el sonido. Casi desnuda. Alta. Bien proporcionada. De buen ver y mejor andar. Militante del PC pero que rehusaba trabajar para el gobierno. Moldeada por la danza desde muy pequeña. Como para chuparse los dedos. Se quitó el ajustador y puso sus pezones oscuros al alcance de mis labios con la leyenda Patria a Muerte.
Escribe: Augusto Sebastián