Tranquilo, así como es, espero a que salieran los animales, mientras pisteaba un bucanitas dieciocho. Tranquilo, sin pedos. Como debe ser. Sin preocupaciones. Sin aspavientos que quien sabe que signifique pero así decía. Por el espacio aéreo de ese ostentoso rancho estaba sobrevolando un helicóptero. Y dijo: échenlos a los animales, giro instrucciones. E inmediatamente se pusieron manos a la obra. No vaya ser. Ni modo de desacatar la orden del patrón. Su patrón. Jefe de plaza de ese estado y estados vecinos. Un patrón que ocupo 20 albañiles pa levantar esa madre en el rancho. Un hiper rancho. No chingaderas de una, dos, diez o veinte hectáreas. No. Ese es un verdadero rancho. Nada más 500 hectáreas. Un suntuoso rancho del tamaño de un pueblo, con cancha de tenis, cancha de futbol rápido, campo de golf de 18 hoyos, cancha de voleibol de playa, squash, basquetbol y una piscina olímpica con alberca para los morros pero le faltaba algo. Le faltaba la plaza de toros. Una plaza de toros muy chingona para un rancho igual de chingón. Para semejante obra mando traer veinte albañiles. Puro bato chingón para la pala y pico. No mamadas, dijo a uno de sus hombres. Contrátalos. Veinte cabrones buenos para la chamba. Muy buena paga. Tráetelos de otros estados. Anúncialos en cualquier pinche periódico de esa sección de aviso oportuno. Ponle que será un buen pago además de comida y vivienda. Ya tú sabes. Expláyate. Y así llegaron veinte albañiles al rancho. Y así se pusieron manos a la obra. A trabajar a destajo. Que para eso les pagaban bien. Manos a la obra de la plaza de toros de la capital que vio al jefe de plaza nacer. Igualita. A destajo. Con buena paga. Con comida, cervezas de esas dedl pacifico, bucanas, tequila y putas. Putas, tequila, bucanas, cervezas de esas del pacifico y comida. Y los albañiles bien puestos. Para eso se les pagaba bien. Para eso fueron contratados. Trabajando a destajo. Y vivían en el rancho. A sus anchas. Y le echaban muchas ganas para ganarse el aprecio del jefe. El jefe de plaza los tenia viviendo como Dios manda. Y no mamadas. Y eso es lo que todo mundo busca, ¿a poco no? Unos cabrones ñiles que mientras trabajaban escuchaban ese corrido que dice Me crie entre los matorrales, ahí aprendí hacer las cuentas, nomás contando costales. Un jefe de plaza que les brindaba el pan nuestro de cada día como dice esa canción del potro ese de Sinaloa: nomas ando buscando en que ganarme la vida me tienen en un concepto al lado de un terrorista, yo solo brindo a mi pueblo nuestro pan de cada día.
Terminaron la obra. A destajo para ganarse el aprecio del jefe. Tal cual la había pedido el jefe terminaron la obra. El jefe de plaza les había puesto las viandas sobre la mesa para una hiper fiesta. Estaban en una de las salas de la plaza de toros. Para que la recordaran. Para que la gozaran. Para que se dieran cuenta que el dinero es todo. Que con dinero puedes hacer muchas cosas, como tener ese rancho. Se pusieron hasta la madre. Estaban hasta la madre. La puritita madre. La gente del patrón ya sabía lo que tenían que hacer. Pusieron manos a la obra.
Y ¡chingue su madre!, los calibre cincuenta chingaron la madre de esos veinte albañiles. Pobrecitos albañiles. Ocurrió que, cuando más pedos estaban, cuatro hombres entrenados para ensangrentar destinos derrumbo la puerta con puro calibre cincuenta donde convivían esos pinches albañiles. Piches rifles de poca madre para los cuales no se ha inventado blindaje alguno, luego entonces que oposición iba a encontrar de una puerta y mucho menos de veinte albañiles bien pinches pedos y drogados. Ni modo que qué. Unos dos que tres trataron de cubrirse detrás de otros pero de nada les sirvieron tratar de engañar a la muerte porque cuando te toca te toca. Menos si se los chingaron unos cabrones bien dañados del alma. Unos cabrones bien dañados del alma sin sentimiento de culpa que en las carretillas de esos pobres albañiles, fueron al centro de la plaza de toros depositando esos cuerpos que en paz descansen. Los apilaron para ser comidos por los leones que el jefe de plaza necesitaba alimentar. Veinte ñiles que le habían vendido el alma al jefe de plaza.
El helicóptero aterrizo al lado de la plaza de toros repleta de arcos simétricos, repetidos muchas veces y pintadas de blanco. En la plaza de toros se escuchaba a todo volumen que no quede huella, que no, que no.
Escribe: Augusto Sebastián