Agutico eres un loquillo. Así me lo dijo Marialbis cuando llegamos al hotel. Su lugar de trabajo. Mi bailarina profesional. Mi mulata.
Después de buscar y tentar nalgas aquí y por allá de toda la fauna salida de los solares de Centro Habana, Habana Vieja, Jesús Maria etcétera; jineteras que me aventaban besos; jineteras que me gritaban << oieee…oieee>> lle dije a Juancito que no había otra como Marialbis. Que teníamos que ir a Varadero por Marialbis. Tú estás loco, me dijo, sin máquina va a estar difícil y luego la hora que es. Yo solo tenía unas cuantas horas en La Habana. Y ya estaba extrañando a Marialbis. Ocho días viviendo con ella como marido y mujer y ya la estaba extrañando. Y es que ella era bella, muy bella, y cuando se movía transpiraba sensualidad; todo en ella era chispa, juego, alegria. Y le vamos. Resuelve una máquina solicite, Pero nos van a cobrar muy caro alegó. Resuelve una máquina insistí.
Todas las jineteras me sorprendían pero no había una cubana con esa chispa, juego y alegría. Una mulata que me había atrapado en su goce. En su juventud. Ella era una perfecta sintonía entre sus palabras y sus gestos, entre el
ligero movimiento de su cadera y la cadencia de sus frases. Y cómo no si era la bailarina profesional de un hotel de Varadero.
Bailarina y jinetera. Jinetera o bailaríana. O ambas cosas pero con un tremendo trasero. Como casi todas las mulatas.
Y Juancito llamo una dos tres cuatro y cinco veces. Y localizó una máquina. Porque en Cuba todo termina resolviéndose tarde que temprano de alguna u otra manera. Porque en Cuba no hay imposibles. No se querían arriesgar. En Cuba es un peligro manejar en la oscuridad: las carreteras están llenas de bicicletas sin luces, de burros y de carritos de caballos. Agarramos rumbo a Varadero. 100 dólares no les iban a caer nada mal incluyendo cena. No hay oscuridad más intensa que la del campo cubano, es un gran silencio negro pero esta no impedía el parloteo de un lado para otro que se sucedía sin objetivos ni observaciones trascendentales en aquella máquina cincuentañera y no en un BMW, Audi o en un lado que bien podría haber rentado. Si hay que hablar de sexo, se habla de sexo y la que no le gustaba, se lo saltaba y seguía. Mi sentido de pertenecía me arrastra y me impulsa de un modo indefendible a convivir con los cubanos y por eso solucione buscando a alguien con una máquina cincuentona. Y que nos lanzamos. 100 cucs no eran para despreciar. Bueno si. Porque tres cubanos con máquina despreciaron 100 cucs. Y nos lanzamos felices y contentos tras mi bailarina y cantante profesional. Mulata. 160. 50 kilos. Apenas 23 años. Egresada de la Escuela Nacional de Cuba. Institución educativa especializada en la enseñanza de la danza, más grande del mundo y la más importante del país.
Destape sin dilación una botella de ron Habana siete años. Había llegado la máquina cincuentera. No otra. Ivancito al volante, Raúl, Reina, Yamilka y por supuesto Juancito. Ellas mulatas. No tal bellas como mi bailarina profesional. Juancito sabe que me gustan las mulatas. No por nada iban a compañeras de Ivancito y Raúl. Jineteras con cara de ángel. Jineteras universitarias. De la Universidad de la Habana. Pero también de la Universidad de la calle. Y a festejar. En Cuba todo es motivo de festejo. Yo me siento muy cubano. Aunque no nací en Cuba. Yo me siento muy bien en Cuba. Esta isla es un paraíso. Esta isla tiene las más bellas mujeres. Un paraíso tan lleno de vida. Aquí es donde moriré. Si en Cuba vivimos en un mundo contaminado y caótico, inestable y brutal, es la materia que se tiene para vivir, para conversar, para cagar de la risa. En Cuba para vivir hay que ser optimistas. Invento es la palabra clave. Al instante y de una vez.
Escribe:
Augusto Sebastian
[email protected]