Arranca el mes de febrero con acontecimientos que llaman la atención de todo mexicano atento al acontecer nacional; sin embargo, ocurre que uno puede sentirse como en un circo de los de antes, aquellos enormes donde teníamos que estar a las vivas si no quería perderse un acto “mortal”, que así se llamaba a los números peligrosos y estelares.
Por un lado tenemos en el estado de Nueva York un juicio que encarna mucho más que evaluar y, en su caso, condenar a un individuo que ascendió desde los oscuros pasillos de la policía federal de investigación, aquélla de las desapariciones y el espionaje despiadado que llevaba a cabo el gobierno de los peores años del PRI, en contra de individuos o grupos considerados subversivos o contrarios, hasta llegar a fundar la AFI y ponerse al frente de ésta, gracias al entonces procurador General de la República y en la época del panismo. Sin embargo, los datos de que militares operaban con la DEA en territorio nacional data de finales de los 80s. El FBI es el órgano de información y localización mayor en loa EEUU, la seguridad nacional descansa en esta agencia y en la inteligencia de la CIA. Luego apareció la DEA cuya última sigla significa administración. O sea, se enteran de lo que ocurre y penetran el territorio, pero administran los problemas, los evalúan y acaso hasta sacan beneficio de ello, como cuando se introdujo en México la siembra de la amapola para que los laboratorios estadunidenses elaboraran medicamentos contra el dolor para los soldados que regresaban de la guerra. Vietnam terminó, pero no la siembra de amapola y mucho menos de mariguana.
El punto de quiebre sobrevino cuando los militares salieron de ese control en México y las policías civiles comenzaron a beneficiarse, en cada estado, de la siembra y trasiego de estupefacientes. Aceleradamente pasamos de ser país productor, a país de capos y a un asunto no de seguridad pública, sino de seguridad nacional, Es decir, arribamos a la democracia sin pasar por barrer la corrupción. En un informe del año 1998 se lee: “No está por demás insistir en el incremento de las probabilidades de corrupción entre los militares, al ponerlos a la cabeza de la lucha antidrogas”. Y así ocurrió. Los llamados Zetas, soldados de élite fueron cooptados por Osiel Cárdenas, líder del cártel del Golfo. Ahí comenzó la guerra entre cárteles, es decir, la lucha de militares contra militares y policías contra policías mexicanos, los que ya estaban cobrando en las filas de cada capo casi dueño de un territorio.
El error de Fox fue que “ni siquiera se planteó la necesidad de una investigación acerca de los nexos históricos y estructurales entre el campo del poder político priísta y el del tráfico de drogas”. Viene el sexenio de Calderón y la llamada “guerra contra las drogas”. A su lado, surge García Luna y le propone crear una “efectiva” policía de investigación (se dice que era su fuerte), limpiar las instituciones, hacer pruebas de confianza y crear filtros para el ingreso, excelente. Pero el mal estuvo en que el expresidente tampoco tenía el mapa real de los intestinos del problema. Quizá supo que iban a pasar encima de algunas normas legales y de los derechos humanos de los presuntos culpables, pero sabía también que esas muertes eran “daños colaterales”. Hasta que la guerra entre capos desatada por la aprehensión de uno de los hermanos Beltrán Leyva y la muerte del otro en Cuernavaca, desató el Caos con Osiel Cárdenas y los Z a la cabeza. En aquellos años la violencia parecía imparable y con ella, la inseguridad nacional.
Esto es lo que debe estarse juzgando en los EEUU y no los detalles de cuánto le pagaron, que si lo secuestraron, que las citas eran en Perisur. A ver: la droga siguió produciéndose a cántaros y con insumos chinos. Las bodegas de los grandes capos estaban en Brooklyn, Los Ángeles, Chicago, por nombrar tres. Les pagaban en billetes de 20 dólares que se imprimen allá. ¿Nunca pudieron seguir la ruta del dinero? ¿Tanto le beneficia el trasiego de drogas al país del norte que jamás han dado un solo nombre de sus capos? Según cifras hay allá 8 millones de vendedores de drogas en pequeño, pero agarran solamente a menudistas que dan pena; como que le tapan el ojo al macho.
Cómo vamos a conocer que sucedió y sucede en México y hasta dónde llagó la corrupción si no conocemos a quiénes los ayudaron y a quienes todavía se hacen de la vista gorda para seguir “administrando la crisis”. Lo malo, es que el fentanilo no da tregua: mata muy rápido. ¿Es otro plan? ¿quién está del otro lado?
Escribe: Guadalupe Elizalde