“Si el hombre blanco pretende controlar y esclavizar al negro, debe meterlo en una zanja, el problema es que también tiene que lanzarse a la zanja”, escribía Hegel, esa gran catedral de la filosofía. El Presidente López Obrador quiere controlarlo todo, su primera cruzada fue contra los medios de comunicación a los que quiso arrastrar a su zanja. Se metió a debatir y luego a descalificar a los periodistas, incluso en la Mañanera creó una sección para supuestamente desmentir alguna información que no coincidía con la suya. Un rotundo fracaso que propició una investigación académica sobre lo que decía en las mañaneras. Resultó un Presidente mentiroso, ante sus falsedades Trump era Caperucita Roja, que confundía a su abuelita con el lobo. Fuera de control y frustrado ante la imposibilidad de mantener al periodismo en una zanja, recurrió a tirar tierra a los ojos de sus críticos, se olvidó de contradecir la información, se dedicó entonces a exhibir lo que ganaban en el ejercicio de su profesión; iniciaba así su estrategia de utilizar a las autoridades fiscales como su brazo armado.
Para sacar raja del descrédito y malestar contra los ex presidentes, lejos de recurrir a los tribunales a sostener sus denuncias, optó por convocar a los ciudadanos para que votaran si querían que se les aplicara la ley. Otro fracaso que nos costó una buena cantidad de dinero para que no terminara en nada. Miento, sí terminó en algo, en la sospecha de que López Obrador tiene una complicidad con el Presidente Peña Nieto para no tocarlo.
En su obsesión por controlar la aplicación de la ley, luchó por llevar a la zanja al poder judicial y allí denostarlo. Acabó matando moscas a cañonazos, acusó hasta jueces de menor grado por sus sentencias. Su última cruzada fue su tentativa por partidizar la elección de la Presidenta de la Corte. Le salió el mal “casting”, la Ministra que impulsó está acusada de plagio y de no ser ni licenciada.
La zanja en la que el Presidente quiere hundir y controlar a la división de poderes es demasiado ancha. La Presidenta Piña en la ceremonia del 5 de febrero le recordó en su cara la independencia del Poder Judicial y su papel de control de la legalidad y contrapeso de los otros poderes. De acuerdo con su estilo socarrón, lejos de responder a este recordatorio muy claro y directo, optó por burlarse. Se lanzó contra la Presidenta, a la que había arrinconado en la mesa, por no haberse puesto de pie cuando él llegó ¡Qué herejía! Ironizó diciendo que a lo mejor la Ministra estaba cansada. Su vulgar humor no hubiera provocado ni risas grabadas.
En su estrategia conocida de utilizar la crítica a su favor, rectificó, dijo que se sentía orgulloso de que no se hubiera puesto de pie, pues era prueba de que él no mandaba los otros poderes. Esta justificación de López Obrador, de que hasta sentía orgulloso porque la Ministra no se hubiera puesto de pie, no se lo cree ni su vocero oficial. Tiene rasgos infantiles, es el niño noqueado, que se para y dice: “Al cabo que ni me dolió. Es más, hasta me gustó”. El presidente es cada vez más patético en sus salidas.
Ojalá que el poder Legislativo, lea bien ese respeto de la división de poderes que afirma el Presidente. Que se les olvide a los legisladores la consigna presidencial cuando envía sus iniciativas de ley: “NO le cambien ni una coma”.
El Presidente está braseando cada vez con más dificultad en las zanjas en las que se ha metido y ha querido meter a quien no es su incondicional, ahora es más peligroso que nunca. Sus patadas de ahogado se dirigen a destrozar al INE y a apoderarse del Consejo de la Judicatura. Su obsesión por pasar a la historia no tiene límites, ya parece no importarle si pasa como Benito Juárez o como Porfirio Díaz.
Escribe: Edmundo González Llaca