Entre los años treinta y treinta y tres, Jesús de Nazaret fue crucificado en Judea, por el ejército romano, Poncio Pilato, Herodes, Antipas y miembros del Sanedrín, dos mil años después de su ejecución, seguimos recreando su muerte, salimos a presenciar nuevamente el suplicio de este personaje histórico, el morbo de estar en primera fila, como lo hizo el pueblo romano para ver morir a ese hombre que decía ser hijo de Dios morir en una cruz. En muchos lugares de nuestro país y del mundo, se hace una escenificación de la pasión y muerte, de la barbarie cometida y la crucifixión, algunas tan reales que permiten sentir y vivir lo que pasó hace dos mil años, seguimos actuando como el pueblo romano, como si ese espectáculo fuera una obra de teatro que se repite año tras año.
Me he preguntado ¿Por qué si era hijo de Dios, y éste Ser Supremo que conoce el pasado, el presente y el futuro, sabía que la humanidad no cambió, ni cambiará, permitió que su único hijo, tuviese que pasar por todo ese sufrimiento, esa muerte tan cruel e inhumana? A miles de años de su muerte, seguimos sin cambiar, seguimos crucificándole cada año en la representación de la Semana Santa, acudimos en masa a dar fe de que se siga el orden que los romanos decidieron de enjuiciar a este hombre que, con sus palabras provocaba disturbios y era considerado una amenaza para Roma.
Los delitos imputados por el Sanedrín a Jesús fueron la anunciación de la destrucción del templo, creerse rey de los judíos y reconocerse como el hijo de Dios, cuando se conocía que era el hijo de José, el carpintero, aunado a que contribuía a aumentar la inestabilidad política que se vivía en Roma, debido a esto el odio hacia su persona se acrecentaba, los seguidores iban en aumento y el pueblo romano lo consideraba un personaje subversivo y peligroso, por ello, las autoridades romanas y los sacerdotes decidieron dar un castigo ejemplar, sus críticas a las conductas de los sacerdotes, lo convirtieron en un peligroso agitador de masas, un alborotador, por ello, sin un juicio justo fue condenado, torturado y asesinado por crucifixión, que era una práctica común de la pena capital utilizada por los romanos para los esclavos y todos aquellos que no eran ciudadanos del imperio, la crucifixión no fue un invento romano, sin embargo estaba muy extendida esta forma de juicio y castigo, aunque no era exclusiva esta forma de ejecución, existían dos formas más, los romanos pretendían con esta formas de condena no permitir la conservación de huellas de la memoria, que no existiera la posibilidad de dar sepultura a los restos mortales. Los condenados a muerte, podrían ser llevados a los circos romanos, sometidos al fuego y en la cruz, devorados por animales como insectos y aves de rapiña, la muerte en la cruz es la muerte más absurda y violenta, porque el condenado era visto por los romanos como escoria, mientras en el camino hacia la crucifixión, no había limites para la tortura, era dar un castigo ejemplar al agitador.
Me pareció importante destacar estos datos sobre la pasión y muerte de Jesús de Nazaret porque para mucha gente, la Semana Santa deja de tener un significado religioso, se toma como un período vacacional en el cuál, los excesos sobrepasan en algunos casos, los límites permitidos, para quienes nos consideramos católicos, seguimos actuando como ese pueblo romano que acudió a presenciar la muerte del Nazareno, acudimos a presenciar nuevamente su calvario y después se nos olvida y seguimos nuestra rutina, como si hubiésemos asistido a ver una película y nos olvidamos de la verdadera esencia de estas fechas, que es recordar que un hombre dio la vida por la humanidad, una humanidad que no está dispuesta a cambiar y que al igual que los romanos sigue viviendo en la barbarie, la violencia y la desigualdad.
Sin importar la religión que profesemos, estos días deben ser de recogimiento, de respeto, de duelo.
Escribe: Lorena Reséndiz