sábado, noviembre 23, 2024

Cuando no decimos adiós #IdeasqueAcomodaneIncomodandeLorena

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Hace once años, el hombre más amado y admirado por mí se fue de esta vida, no le di un adiós porque estaba segura que más tarde lo vería y no fue así, lo vi salir, con esa prisa por llegar puntual al hospital a cuidar a su hija que estaba internada por una peritonitis y además, dializada; llegó al hospital, con ese garbo y alegría que le caracterizaba, lo último que escuchó fue que su amada hija estaba mejor, después, un infarto fulminante, logró vencer a ese roble que era mi padre. Años después, despedí a mi madre, a ella no le dije adiós, también le dije que llegaría pronto, pero pude darle un beso y decirle que la quería, no me esperó, solo llegué a cerrarle los ojos y organizar su partida. Así pasó con mi compañero de vida, solo se quedó dormido y no le pude decir adiós.
Sin embargo, hace tres años ocurrió la muerte más cruel e inesperada, la que ha marcado mi vida, la que aún lloró, mi amada hermana, un día antes estuve con ella, nos encontramos por casualidad, platicamos sabroso, hicimos planes y me despedí, con la firme promesa de irnos a Tampico, tierra de mi madre a una boda, al día siguiente, el caos, salió de trabajar y una pipa sin frenos le arrebató la vida, tampoco hubo un adiós. De igual manera, se han ido amigos, vecinos, conocidos y no nos dijimos adiós. La mayoría de las personas hemos sufrido una pérdida y a veces pesa el no habernos despedido, el no buscar a las personas, posponer los encuentros, las visitas y el día menos pensado, ya no están, y también es cierto, que algún día tampoco nosotros estaremos, alguien se quedará con el pensamiento de no habernos buscado, de no decirnos adiós.
Este mes de abril de dos mil veintitrés ha partido mucha gente, conocidos, amigos, y gente que, aunque no estaba cerca de nosotros, conocíamos su trayectoria, artistas que admirábamos y que era imposible decirles adiós se fueron de este plano. Algunos años atrás, en pleno centro de San Juan del Río, conocí a Javier López “Chabelo” me impresionó su altura, su voz, lo diferente que era verlo en la televisión y conocerlo en persona, nada que ver el personaje con lo que era en realidad. En la calle de Madero, en la ciudad de México conocí al gran histrión Ignacio López Tarso, de igual manera me impresionó su porte al caminar, esa voz que narraba los corridos como nadie, imponía su presencia, en el teatro, en las obras Cyrano de Bergerac y Edipo Rey de Sófocles creció mi admiración por el impecable trabajo, hacer teatro no es fácil y este señor era majestuoso actuando, al señor Andrés García no lo conocí personalmente, sin embargo por medio de sus películas conocí su personalidad. No han sido los únicos personajes del mundo artístico que se han ido en este dos mil veintitrés, Polo Polo, Irma Serrano, Rebeca Jones, el más reciente, Julián Figueroa, me refiero a ellos con el mismo tema, ¿A cuantos de ellos su gente pudo decirle adiós?
Nos despedimos de la familia, de los amigos, de los conocidos con un “hasta luego”, “hasta pronto”, “nos vemos” “bye” alguno que otro, adiós, pero lo decimos como una forma de despedirnos y no sabemos a quién de ellos, no volveremos a ver. Es importante tener presente a esas personas que esperan volvernos a ver, no para decirles la consabida frase de despedida, sino para hacerles sentir que estamos ahí, que no nos olvidamos, que nos importan y si tenemos que decirles adiós, que sea con amor, con un abrazo, con un gesto que demuestre que si ese adiós es para siempre, sale de dentro del alma y que se dice no por cumplir ni como despedida, sino como una palabra que nombra al Creador a quien volveremos, a Dios, encomendando a quienes lo decimos, en la fe y la esperanza de volverlos a ver.
Escribe: Lorena Reséndiz

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