Escribir ha sido una de mis pasiones desde niña, considero que plasmar en líneas lo que se piensa, se vive, se cree y se sueña es un privilegio, tomar un lápiz y comenzar a dibujar letras que van tomando forma, que dicen los secretos, las historias, los miedos, dicen lo que a veces las palabras no se atreven a decir, esa es la magia de escribir. Hoy comenzaré una nueva etapa en el arte de escribir, contaré historias que pocas veces salen a la luz, aquellas que detrás del sol se quedan atoradas en la boca de sus protagonistas.
Mariana me pidió que escribiera sobre lo que ella me contó, no sabe escribir, sin embargo, es una excelente narradora, he aquí su historia, quizá alguien se identifique con lo que vivió, quizá a alguien pueda servirle conocer sus vivencias.
Ella acaba de salir de prisión, estuvo recluida 8 años, de los doce que tenía por condena, salió gracias al indulto otorgado el quince de septiembre y a su buena conducta. Camina con temor, quiere pasar desapercibida ante la gente, siente que si la observan podrían deducir que estuvo en la cárcel, no quiere que su familia se entere que es libre, no quiere que sus hijos la vean, deseo tanto la libertad que ahora que la tienen no sabe que hacer. Cuando ingresó al penal su hija tenía 2 meses de nacida y el niño dos años, su madre y sus hermanos nunca la visitaron, su padre murió de tristeza, ella era la luz de sus ojos.
La miro y sé que su corazón no es de hierro aún cuando quiere demostrar que ya no le duele el desprecio de los suyos, dice que llorar ya no es posible, se quedó sin lágrimas, le pregunto si no extraña a sus hijos y niega con la cabeza, dice que están mejor sin ella, que su hermana pidió la guardia y custodia y se la otorgaron, mira al sol y dice que desde la cárcel, el sol nunca se mira igual. No la conocía, me la presentó una amiga que la conoce y dijo que quería contarme su historia, leyó uno de mis libros y se identificó con lo que ahí narro.
Dice que a los catorce años conoció a un sacerdote que llegó a suplir al viejo párroco de la iglesia, él tenía cuarenta y cinco años, la invitó a que cuando saliera de la escuela, que estaba a un costado de la escuela en la cual ella cursaba segundo grado de secundaria le fuera a limpiar su cuarto, el cura no era feo, dice entre dientes y ella se deslumbró con los regalos, los paseos, aún cuando en casa no tenía problemas, su padre nunca estaba en casa, como chofer de tráiler sus viajes duraban semanas y cuando llegaba a casa, era por pocos días; su madre, daba catecismo y preparaba a los niños para la primera comunión, no desconfiaba del sacerdote, cumpliendo los quince años tuvo por primera vez relaciones intimas con él, así estuvo dos años, compaginando sus estudios con las visitas a la recamara del padre, al entrar a la preparatoria conoció a quien sería el amor de su vida, Ramiro un joven de diecinueve años que le pidió que fuera su novia, así que sin dudar dejó de visitar al sacerdote y comenzó un noviazgo formal con Ramiro, éste no sabía nada de la relación de ella con el cura, a los dieciocho años quedó embarazada, el flamante novio al darse cuenta del embarazó se fue con los hermanos a los Estados Unidos y no volvió a saber de él, sus padres pusieron el grito al cielo y quisieron correrla de la casa.
Su hermana mayor abogó por ella y se quedó, ahí nació su primer hijo, su madre al principio renuente se hizo cargo del niño y para su padre el primer nieto lo enamoró. En una fiesta de la colonia se encontró de nuevo con el padre, después de platicar encontró en él un apoyo, perdonó su olvido y volvió a darle dinero, regalos, siguieron la relación, ahora con más experiencia se dio cuenta que podía vivir bien con lo que el cura le daba y siguió la aventura, sus padres no sospechaban nada, volvió a ser quien hacia la limpieza del sacerdote, hasta que conoció a Alberto, un ayudante de albañil que llegó con el tío a hacer arreglos a la iglesia, empezó el coqueteo hasta que terminó intimando con él, pasados unos días, se dio cuenta que estaba nuevamente embarazada.
Su padre esta vez le propinó una golpiza, su madre y hermana dejaron de hablarle, buscó al sacerdote y éste también le dio la espalda, en su casa era una sombra, comía a escondidas, evitaba encontrarse con su padre cuando éste regresaba de viaje, su madre ni siquiera la miraba, a su hijo no podía ni tocarlo. Nació su segunda hija, ilusa pensó que cambiarían las cosas en la familia, no fue así, la niña pasó a ser como su hermana, al igual que su hijo, buscó nuevamente al sacerdote, esté la corrió de la iglesia, Mariana se dio cuenta que otra chica ocupaba su lugar, buscó refugio en el alcohol, se hizo amiga de una chica que pertenecía a una banda de rateros y malvivientes, se le ocurrió contarles lo que había pasado entre ella y el cura y también que en la iglesia había mucho dinero, esto despertó la codicia de los jóvenes y como ella conocía bien los movimientos de la iglesia decidieron entrar a robar.
Una noche, alcoholizada Mariana entró a la casa del sacerdote, abrió la puerta a los pandilleros que la acompañaban y decidieron trepar al altar y quitarle la corona a la virgen, ya que el padre decía que las piedras que la adornaban eran preciosas de alto valor, en eso estaban cuando el padre los escuchó y salió a su encuentro, la reconoció enseguida y trató de llamar a la policía, Mariana con la rabia encima, tomó uno de los pesados candelabros y se le fue encima, sus acompañantes al verla, salieron de ahí, dejándola sola, a su suerte. Era tan fuerte el estado de embriaguez que los que pasaron y vieron la iglesia abierta, la encontraron tendida abrazando el cuerpo del sace.
Escribe: Lorena Reséndiz Mendoza
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