Buenos días y excelente jueves tengan las y los lectores de este espacio. Los acontecimientos se agolpan detrás de la puerta y mucho sucede en un solo día, ya no diga usted en ocho o más. Por eso es positivo tomarse un tiempo, hacer hacia atrás y buscar una loma, por pequeña que sea, para mejor ver el conjunto y no juzgar sólo porque la forma “parece” que va en un sentido y no en otro. Después de la elección del 2 de junio tuve que replantearme, ¿en dónde están los otros datos? Si hacemos caso a la metodología social moderna con la cual se intenta entender lo sucedido en el mundo, no estamos aún en el llamado Péndulo de Foucault que sería virar de un lado a otro extremo, exactamente como lo hace un péndulo de reloj, sino en una crisis de poder de la que salen luces, o se modifican otras intenciones (para bien o para mal) a las cuales será muy arduo dar vuelta atrás. Daniel Cosío Villegas diría que nos falta ver el personal estilo de gobernar de Claudia Sheinbaun, candidata triunfante de la elección presidencial. Este jueves hay que poner mucha atención en el gabinete que va a presentar la candidata triunfadora, ¿serán obradoristas o viene una generación que la representa a ella, la respetará a ella y seguirá su doctrina? Lo mismo operará en el Congreso, diputados y senadores que fueron electos junto con ella, acaso para seguir los hitos de la 4T, en general, pero dando margen a que ella, la primera Presidenta de México, vaya componiendo o poniéndole su sello a la ortodoxia que marcó el sexenio de Amlo, y seguirá haciéndolo hasta termine su periodo presidencial. Sin embargo, hay que recordar que el mismo Andrés Manuel había dicho, al triunfo de Claudia Sheinbaum, que los millones de votos emitido para ella habían significado ser un referéndum. Ojo, lo que quiso significar fue que el aplauso se lo llevó él o su gobierno.
Advierto lo anterior, porque al referirse a su ya famosa reforma judicial la adjetivó como “inamovible”. Por el otro lado, Juan Ramón de la Fuente, encargado de la transición por el lado de Claudia Sheinbaum, hablaba de hacer un parlamento abierto en el cual, se entiende, que se escucharán a las partes interesadas y/o especializadas en esta reforma para ahondar en las partes que más hace falta mejorar. En medio de esto el súper peso comienza a perder estabilidad y el Ejecutivo culpa a los medios y a los mercados extranjeros de estar haciendo muy grande el problema (a los primeros) y se presionar siempre a las administraciones cuando se tocan sus intereses (a los segundos). Al tener un gobernante voluntarioso cuyas acciones han pasado por encima de la ley, el llamado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para echar atrás sus acciones o mandatos creó entre ambos poderes un innecesario estire y afloje. La frase del presidente de “a mí no me vengan con que la ley es la ley”, lo decía todo; lo primero, el vituperio y desprecio que sentía por quienes la aplicaban, en este caso un poder federal que está hecho para que los valores que guarda la Constitución Mexicana sean respetados.
Súbita y apresuradamente la presidencia de la República organizó las llamadas consultas sobre el tema, mismas en las que sólo participó un mínima muestra del padrón (4 mil habitantes), entre las que no estuvo ninguna de las 350 amigas de mi abuelita ni nadie que esta escribidora conozca. Las preguntas dirigían la respuesta. Lo mismo o peor hubiera sucedido si les ocurre preguntar: ¿Usted cree que los políticos son corruptos?, o, ¿usted tiene confianza en que la policía lo detenga de noche en cualquier carretera? El Poder Judicial en México es algo no muy conocido por los ciudadanos, en general. Entonces, ¿por qué tiene tan mal querencia entre nosotros? Porque los ciudadanos de a pie conocemos a los jueces y ministerios públicos o fiscales, peritos, etcétera, de primera instancia. O sea, se trata del primer contacto que un ciudadano realiza cuando surge un problema común como un choque, una riña, robo y quizás hasta una defunción que no contenga datos que señalen un delito federal. Es ahí donde se suceden y prosperan los delitos, las faltas, la compra de la justicia. Es ahí donde se tuercen las pruebas, no se realizan correctamente las detenciones, no se integra bien la averiguación, se cometen errores que dejan libre al culpable, y es la falta de dinero o el exceso de influencias del delincuente, lo que perjudica a la víctima: al más pobre. No se le hace caso en la barandilla, no se busca a los desaparecidos; los delitos son cada vez más violentos y la impunidad aumentó en este sexenio, sin que neguemos que de años a acá el problema se ha agravado.
Por eso llama la atención que el presidente hable de un tema y dirija su atención a otra cosa: a votar a magistrados, jueces e integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para convertir la última instancia de la justicia que ampara a un mexicano en un asunto electoral; en otras palabras politizar, partidizar el poder más alto de la Nación. Si quiere dar justicia a los más necesitados, y a los pobres ciudadanos comunes a quienes no nos hacen caso porque –dicen- tienen exceso de trabajo, empiecen por ahí, porque los 4 mil casos que resuelve al año la SCJ es un porcentaje mínimo en el mar oscuro de la injusticia mexicana.
Escribe: Guadalupe Elizalde