jueves, noviembre 21, 2024

MotelGarage Acción natural

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Es una historia breve, no les va a quitar mucho tiempo. Ya era tarde. Bien entrada la noche. Habíamos salido de las oficinas, y vimos alrededor de nosotros, el silencio de la noche tranquila. La levantaron. Levantaron a la no muy simpática lider, delgada, piel morena, con pómulos anchos marcados, y esa característica nariz que se alarga en un rotundo trazo recto desde la base de la frente hasta la afilada punta saliente y que da a su rostro una original fealdad picassiana. Pelo intensamente negro y alborotado, cayéndole a borbotones sobre los hombros. Sin maquillarse. Vistiendo con la misma sencillez de siempre. Eso si con una playera alusiva a su movimiento político calificado como brazo golpeador del partido más longevo de este país.
Las estrellas llenaban el cielo. El aire movía de aquí para allá unas nubes cargadas de lluvia. Su activismo político siempre le trajo muchos problemas con la administración de la derecha. Que no por estar contra la derecha gobernante era de izquierda, la líder también era de la derecha pero no del partido gobernante. La levantaron. Como un trabajador del mercado de abastos levanta un costal de papas. Así sin bronca. Bastó una persona de la policía ministerial bien mamado y orgulloso de su cuerpo atlético, aunque yo le vi nalgas de marica, no solo yo, se rumoraba que era marica sin calzones y con una envidiable predisposición a la buena salud, y que para esos menesteres estaba más puesto que un calcetín para levantar a la lideresa política y arrojarla a la batea de la camioneta pick Up todoterreno blanca sin placas. Vehículo que estaba apoyado por carro adelante y carro detrás. Dos elementos en cada uno. Otros cuatro sólo observaron. Se habían acercado en cuanto les salude. Como si yo hubiera girado la instrucción. Yo solo les salude. Los que acompañaban a ella se quedaron de a seis. Ni pío dijeron. Se vieron sorprendidos. Se quedaron boquiabiertos como un pez sin aire. No hubo gritos ni nada. Apenas un instante después de saludarle a la pareja más próxima de agentes ministeriales sin escrúpulos la estaba levantando uno de ellos y la arrojaba a la camioneta donde la esperaban dos agentes más. Frente a la iglesia de no se que santo. No lo sé porque yo no voy a misa, ni un solo día, ni siquiera los domingos ni siquiera porque trabajo para una administración mocha, que cada vez más y más , a medida que envejecen se vuelven más y más creyentes. A decir verdad, no creo ni siquiera en Jesús.
En un abrir y cerrar de ojos. Casi como un hecho natural. La lideresa concentrada como estaba en el asunto que está defendiendo no se dio cuenta lo que le esperaba. Miró los ojos de los agentes ministeriales, con desprecio o lo que es lo mismo chinguen a su madre. Los ojos de los agentes ministeriales lucían imperturbables. Como tantas veces de tantos años de tantos días. Apenas un instante después emprendieron huida en esa camioneta y su arrullador ruido sedoso por la calle del centro historío dando vuelta a la derecha para perderse de nuestra vista de los abogados que habían salido del despacho, los compañeros de la lideresa y quien esto verificó. Los otros vehículos también emprendieron la huida. Se marchaban hacia alguna parte o mejor dicho para el penal de San José el Alto. Nos les duele nada. Nada hay más arrullador que el ruido sedoso de coches recién salidos de la consecionaria. El modo en que las llantas se deslizan sobre el pavimento no se compara con caricia alguna de mujer , y si por azar cogen un bache, nunca se sacuden como una vieja carcacha.
Puedo decir a mi favor, que mi nexo con los agentes ministeriales es de atrás tiempo. Siempre quise ser agente ministerial, pero equivoqué el rumbo y me licencié en sociología en la universidad pública.
Me aproxime a la lider bajita, delgada, morena y con muchos ovarios para comentarle que el secretario la esperaba en la oficina. Estaba en la oficina de un despacho jurídico donde despachaba una ong de derechos humano, donde la secretaria del mero mero de esa organización de derechos humanos era muy bonita. Las secretarias no pueden ser feas, tienen que ser bonitas. Le hice la invitación que le hacía el secretario en la voz de este sociólogo. Comunicó a los presentes de la invitación. Corrió la invitación. Salimos. Ella al lado mío. A mi derecha. Fue cuando la levantó como costal de papas un policía ministerial maricon que estaba, como casi todo el mundo, para cumplir órdenes, mandatos superiores. Que para eso le pagan. Parece algo increíble pero es la pura verdad.
Inmediatamente pase el reporte vía celular. Y la voz del otro lado me comentó que me refugiara en la oficina. Me agradeció.
Todo esto sucedió aquella noche. Aunque hay más.
Augusto Sebastián [email protected]

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