Muy buenos días, estimadas lectoras y estimables lectores de este artículo que cada semana entrego a la buena voluntad de sus ojos. Espero, con toda honestidad, que este año par (2022) esté resultando para ustedes mucho más benigno que el pasado. No sé el origen, pero algunas personas afirman que los años impares suelen ser más duros en su transitar que los pares. No lo sé pero a esta servidora le ha empezado el 2022 especialmente complicado (2 casos de Covid en la familia + una tristísima pérdida), pero como Dios es bueno con sus hijos e hijas, estoy convencida de que me irá muy bien el resto del año y que el Universo me juntó todo en un mes para que me relaje los otros once. Quiero platicarles de dónde viene la expresión “Su alteza pequeñísima” que utiliza muy atinadamente Diego Fernández de Cevallos cuando critica algún hecho desafortunado de Andrés Manuel López Obrador. Resulta que el enorme escritor, ensayista y dramaturgo francés Víctor Hugo, nació en París el 26 de febrero de 1802 y murió el 22 de mayo de 1885. Vivir más de 80 años en el Siglo XIX no era fácil, pues sin medicamentos modernos la gente fallecía de cualquier infección, sobre todo de las vías respiratorias o alguna afección de la piel que se inoculara hasta el hueso. Como escritor comprometido, sus escritos trascendieron al ámbito político y fue condenado al exilio en el llamado Segundo Imperio Francés (1852-1870) encabezado por Napoleón III. Luis Napoleón Bonaparte se encargó de dar un golpe de estado al Parlamento y lo rasuró de cualquier oposición para poder proclamarse “Príncipe-Presidente” (¡Hágame usted el favor!). El Senado, ya acomodados todos sus compinches en él, le cumplió el deseo, pero como Luisito quería legitimarse en Francia, como fuera, ¿qué cree que hizo el chaparrito?, pues organizó un referéndum popular aprobatorio. ¡Cómo debía pesarle la persona y el recuerdo de Napoleón I a este tercero!, que tuvo que hacer todo esto para normalizarse en el poder. Este Carlos Luis, familiar de Napoleón I, sobre su brioso caballo blanco, al que hasta los incultos conocen, se filtró en el poder limitando la acción de los ciudadanos, del parlamento, de la prensa y hasta silenciando a la oposición; todo eso hizo este hombrecito mientras desde el extranjero el gran escritor y político Víctor Hugo, continuaba llamándolo “Napoleón El Pequeño”. Este Imperio fue fastuoso, en parte porque había dinero proveniente de la llamada “Segunda Revolución Industrial” y esto le permitía al autollamado Príncipe organizar grandes demostraciones de arte e historicismo como puestas en escena que trascendieron al Imperio hasta culminar con la aplaudida Ópera de París. Total, a los dictadores les encanta esto del “pan y circo”, mire usted a los Césares romanos. Con los extranjeros más o menos se portó bien, no con México pues se vinieron corriendo como invasores para ser derrotados en Puebla (5 de mayo de 1862) por el general Ignacio Zaragoza, quien sometió al entonces llamado “mejor ejército del mundo”. Pero volvamos al sobrino de Napoleón y conozca usted que el hombre se presentó en las elecciones como candidato a gobernar la República con la promesa de restablecer el orden; la primera situación no fue respetada (la republicana electoral) y la segunda promesa nunca la cumplió: abonó al desorden hasta que instituyó la dictadura. Para mejor comprensión de este pasaje, les recomiendo leer “Historia de un Crimen”, de Víctor Hugo, bajo una magnífica traducción, la de Juan Samit Martí, donde podrá usted descubrir el mal que hace a una nación el ansia de poder de quien la gobierna. Como Luis Carlos no pudo quitar a una especie de INE que existía en Francia y que lo obligaba a irse en 4 años, pasó sobre todos y cualquier principio de bien para instalarse por siempre en el poder. Llegó a ser “su alteza” Napoleón El Pequeño, y columbro que Diego Fernández de Cevallos hizo un juego de historia para llegar a esta expresión: su “alteza pequeñísima”. De: Guadalupe Elizalde.
