miércoles, mayo 1, 2024

A mis maestros, con amor #IdeasqueAcomodaneIncomodandeLorena

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EL lunes pasado 15 de mayo, se conmemoró el día del maestro, fecha emblemática en la vida del magisterio, decía mi madre que es de bien nacidos agradecer a quienes nos han dejado una parte de su esencia y tiene toda la razón, todos recordamos a algún maestro que dejó huella en nuestra vida, para bien o para no tan bien. Cuando tenía 6 años, tomé la decisión más importante de mi corta existencia, ¡Ser maestra! Después, conforme crecí tuve otros intereses, pensé en ser vagabunda para recorrer el mundo sin preocuparme de nada, no tendría que bañarme, ni despertarme temprano, ni asistir a la escuela, ni obedecer órdenes de nadie, mucho menos lavar platos, asear la casa, hacer tareas, conocería muchos lugares, pronto desistí de esa idea porque los vagabundos no son lo que yo creía. Después quise ser piloto de auto de carreras, azafata, pintora, escritora y nuevamente, ¡maestra!
Quiero hablar hoy de esos maestros que forjaron mi ruta de vida, maestros inolvidables que no salieron de una escuela, que no tenían títulos universitarios, sin embargo, su educación fue de excelencia. El primer maestro que tocó mi alma fue mi padre, de él aprendí el valor del trabajo, de la responsabilidad, de la puntualidad, de la confianza, gracias a él, conocí la ternura, la alegría, los viajes, las pláticas, el amar lo que uno hace y hacerlo bien.
Mi maestra más dulce fue mi madre, de ella aprendí a contar historias, a querer a la familia, a protegerla, a preparar el café, aún cuando nunca superé su aroma y su sabor, me enseñó a bordar servilletas y también sueños, los secretos de las plantas, a cultivarlas y hablarles bonito, a dar todo sin esperar nada, a jugar, a soñar y creer que todo se puede lograr, amar el terruño, a disfrutar las puestas del sol en el mar, a escuchar a la tierra, a no desear el mal a nadie, a creer en Dios sin estar siempre encima de él,
Maestros fueron mis hermanos, de ellos aprendí que la familia a veces se fractura, se aleja, se pierde, pero nunca se deja de pertenecer al vientre de donde emergimos. Maestra inolvidable fue aquella señora de pelo cano, rizado, de anteojos de gato y vestida impecablemente, que me enseñó mis primeras letras, que vislumbraba en mí todas las habilidades que yo negaba y ella hacía lo posible para que emergieran. Otros maestros de suma importancia fueron mis hijos, con ellos desaprendí y aprendí, ensayo y error, cada lección aprendida a su lado, superó mis expectativas, no pude graduarme, cometí errores y aprendí lecciones y seguiré intentando no perderme en las tareas, predicar con el ejemplo, son mis mejores maestros, así como alguna vez lo fui para ellos.
Hoy por hoy, los maestros que me acompañan son mis alumnos, de ellos aprendo lo que este mundo tan acelerado y loco tiene preparado, yo, que soy del viejo siglo, con ellos puedo aprender de la tecnología, de la música, de las palabras de moda, de los cambios que viven cada día, de los descubrimientos, de las ideas que están revolucionando la historia, de sus sueños, de sus anécdotas, de la nueva forma de aprender.
Me preguntaron ¿Desde cuando existen los maestros? Yo, sacando mis dotes de cuentista, les conté esta historia: los primeros seres humanos, los nómadas viajaban, buscando alimento, mejores lugares, pero siempre había alguien que dirigía, el que los alertaba sobre los peligros, quien mostraba qué si y que no podían comer, quien les enseñó a cazar, a cubrir sus cuerpos, a preparar el fuego, a bailar, a pintar en las cuevas. Seguro ese maestro prehistórico, los sentaba por las noches alrededor de la fogata y les platicaba qué había descubierto, les enseñaba estrategias de caza, de recolección, de supervivencia, y ahí están las evidencias, esos maestros están a perpetuidad.
Hoy, miro hacia atrás, busco a esa niña de las profesiones más locas y la encuentro convertida en la maestra que quiso ser, también en ella está la pintora, la escritora, pero, sobre todo, la maestra, la que ha encaminado los pasos de cientos de estudiantes que se han llevado un poco de su historia, de su vida y que nunca serán tantos que no quepan en su corazón. Puede sonar a presunción, pero sé que he hecho bien mi trabajo, lo veo reflejado en tantos niños, jóvenes y padres de familia que reconocen mi trayectoria, el aprendizaje que les abrió el camino. Mi escuela es precaria, sin embargo, llena de amor y gratitud, el día martes, la escuela se cimbró con el sonido del mariachi, los padres de familia se organizaron y con esfuerzos nos regalaron esa hermosa sorpresa, es el regalo más preciado y valorado por mis compañeras y yo, no tiene precio, por ello, sé que no me equivoqué cuando tomé la mejor decisión de mi vida, ¡SER MAESTRA! El brillo en los ojos de un pequeño cuando aprende algo, la sonrisa de triunfo cuando su pensamiento se abrió al conocimiento, es el mejor regalo que un docente pueda tener. A todos los maestros que me acompañan en este viaje llamado vida, muchas gracias.
Escribe: Lorena Reséndiz

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