viernes, abril 26, 2024

El carrujo de mota Motel Garage

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Serían poco más de las diez, aquella mañana de julio, había en el aire un anticipo de lluvia. Quería ordenar las ideas. Inútil. Quiso apelar a su fortaleza. Inútil. Quiso hacerse chiquito, inútil. Quiso relacionarse con los cuatro perros que lo rodearon. Inútil. Quiso hacerse el gracioso. Inútil. Le era imposible largarse a ver que puso la puerca. Imposible. Tenía el rostro pálido y los labios tensos. La vida tiene instantes amargos que no hay manera de eludir. Hubiera querido estar en otro lugar, en su casa echado con su mujer en la cama. De todos los peores momentos, este era el peor. Estaba allí entre los suyos con más pena que gloria. En la presentación del grupo canino especializado en drogas. Evento que era cubierto por periodistas de sucesos policiales. Lugar: Centro Policial Estatal. Lugar al que los bandalos se meten en las noches, hay dos guardias pero es más lo que duermen que lo que vigilan. Adjunto a extensos predios agrícolas claves para la economía nacional. No estaba en el estrado. Poco le faltaba. 15 años de servicio. Cinco de ellos de comandante, entre ellos la primer comandancia, dos de ellos en el grupo de asuntos sin importancia y los restantes años como agente en el grupo antisecuestros, lo cual lo faculta para saber cómo se cuecen las habas en el crimen organizado especializado en secuestros.
Por allá cotorreaba el director general de la policía estatal acreditada por celular y al parecer estaba hablando de algo que no podía hacer en su casa, pues decía “que su esposa estaba pendiente, que había que esperar, que no era su problema que le tocara quedarse sola los fines de semana, que dejara de ser inconsciente, que él le había dado mucho gusto, que no tenía por qué hacerle reclamos, que si quería continuar seria como él quisiera”. El director general estaba encabronado. Echando lumbre por la boca, porque cuando estaba encabronado ponía el altavoz, y ese día que anticipaba una lluvia, lo que siguió en esa conversación fue una lluvia de amenazas: ¨Desde chiquito, cuando prometo algo, lo cumplo, sea lo que sea, y si amenazo, olvídate de que me eche para atrás o se me olvide. O sigues como yo mando o te vas a la purititita chingada¨ y ya no logro escucharse que más le dijo a la otra parte porque había ganado para allá donde están las patrullas siniestradas… y mientras tanto, seguía el acto de presentación del grupo canino especializado.
El fiscal general estatal, que apareció vestido esa mañana como una blanca palomita que tiene su nido en un verde naranjo, se aventaba el choro de que el estado no se deja que los narcos hagan de las suyas, en esta ciudad no hay crimen organizado, en este estado se combate al crimen con pasión, en este estado no hay casas de seguridad no algún lugar donde puedan estar tranquilos, para pasar a una reseña de cada uno de los perros acreditados en combate a las drogas. Perros que ya estaban hasta la madre.
Sus cuatro policías responsables no podían con ellos. Ya no se diga la agente femenil que le ganaba el tamaño de perro. Primero muerta que miedosa, era su frase, y por eso fue que tomo el curso para compañía de perros antidrogas. Una buena agente que estaba luchando por hacer carrera policial acreditada siempre con el apoyo del primer comandante que la cuidaba como su bien más preciado y juraba ante el resto de la corporación policial, con una amenaza implícita, que a quien se atreviera a pretenderla, a tocarla o tan solo a mirarla con morbo, podría irle muy mal cuando ella ya se había cogido a media corporación, porque cuando su pinche protector iba, la buena agente ya venía de cogerse a media corporación, porque la morra era bien ninfómana. Una buena agente que nació en el seno de una familia humilde y descompuesta donde lo normal era no ver al padre muy a menudo y donde su madre confundía el amor con la alcahuetería.
Es una buena chica y excelente madre soltera. Además está muy guapa, y tiene bonito cuerpo y unas pinches nalgotas que a cualquiera que la veía se le hacía agua la boca, fue la carta de presentación de un agente que era muy parlanchín al primer comandante que aunque el sentido común indicaba que no le hiciera caso a la recomendación de ese agente parlanchin, sin lugar a dudas inmediatamente promovió el primer comandante que ingresara al cuerpo policial esa de bonito cuerpo, guapa, excelente madre soltera y buena chica sin hacer carrera policial porque se dejó llevar por la sensación apaciguadora que le indujo ver que estaba con esa madre soltera semidesnuda, con la luz de la computadora sobreexponiendole las pinches nalgotas ya saturadas de besos desde la tarde, que aunque no era de gran estatura ,su cuerpo parecía una escultura en mármol de Carrara firmada por Miguel Ángel, en el privado que no tenía que envidiarle al de un Magistrado, un gobernador, un Diputado Federal, un Diputado local, un presidente municipal o al de un contratista corrupto, que estaba entrando, a mano derecha de esa oficina policial bebiendo Buchanan´s , cerveza Tecate, escuchando música alterada con una intensidad que traspasara las paredes policiacas estatales, restos de cigarrillos, comida, bebida por todas partes, condones, en una esquina cinco AK-47, montones de recortes de periódicos con noticias de ejecutados, levantados, con la amenaza del narco en contra de los periodistas. Está bien, recibió como respuesta ese policía parlanchín que gustaba de verse como militar pero que ese día llevaba una chamarra desechada por el Ejército de Estados Unidos, llegada al país con las toneladas del contrabando que inunda los tianguis, pero no te olvides de lo otro, continuo el primer comandante con la frialdad policiaca porque ya había pasado de la sensación apaciguadora y ya estaba hasta la madre del remedo de militar gringo que habla y habla, que cuanta historias de espantos y fantasmas pero al que en ese habla y habla no deja de mostrar ese espacio en los dientes frontales, porque hace algunos años un tipo le tumbo varios dientes mientras le mostraba el estilo Bruce Lee de usar los chacos. Dicho y hecho. Al remedo de militar gringo, experto en psicología de jefes y optimización de proyecciones no se le había olvidado, sacó de su mariconera comprada en el tianguis del Tepetate un sobre manila con dinero, no cualquier dinero, estaba re pinche abultado ese sobre manila y se lo paso, era una paga sin origen que recibían por hacerse pendejos en el combate al huachicol.
Los otros tres más a menos podían con semejantes animales. Algo los tenía hasta la madre. A los perros. Los perros corrieron como una ráfaga en cuanto fueron soltados. Ladraban furiosamente, como si les fuera la vida en ello. Como ráfaga al primer comandante.
En ese momento el primer comandante de la policía estatal acreditada creía que se le reventaba el cerebro de la rabia y que el corazón se le quería salir del pecho del coraje que le alcanzó a invadir. Estaba viendo claramente las cosas. Si pendejo no es. No se quería ni mover, como cuando te encuentras una víbora en el monte y te esperas hasta que se va. Ni siquiera era culpa de esos cuatro asquerosos animales que tenían que hacer lo suyo. Nada tenía que hacer: podrían liquidarlo en un santiamén con sus furiosas dentelladas. El primer comandante sintió que su vida policial cabía en un cesto de basura. Le había caído el veinte. Escribe: Augusto Sebastián [email protected]
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