miércoles, mayo 1, 2024

La cara de Álvaro Carrillo MotelGarage

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Yo quiero Luz de luna para mí noche triste para sentir divina la ilusión que me trajiste. Luz de luna. Álvaro Carrillo
Estaba allí. Sentado. Estaba triste. No estaba triste. Estaba más que triste como letra de un bolero. Todo lo contrario de este ojete sociólogo de profesión. Me senté enfrente. Aeropuerto Internacional José Marti. Sala de espera. Tras horas antes de abordar el Cubana de Aviación. Destino: CDMX. Estaba más que triste el muy cabron. Se le vía desde lejos. Si de lejos se le veía, de cercas no se diga. Me senté enfrente de él. Tosió para limpiar la garganta. Le temblaban las manos. Las metió en los bolsillos. Se levantó. Volteo para todos lados. Respiró profundo. Venían más mexicanos y algún otro cubano a la sala de espera. La cosa venia dura con los que venían a la sala de espera. Al parecer eran muchos. Volvió a sentarse. Respiro para volver a sentarse. Se cagaba de miedo sólo de pensar que yo pudiera notar su nerviosismo. Se le notaba su incomodidad.
A su espalda se sentaron unos chavos veinteañeros. Traían un relajo muy cabron. Cuatro veinteañeros codo a codo en la contienda sexual contra jóvenes cubanas que se les habían atravesado en su vida. Seguramente por eso su felicidad manifiesta a raudales. Los cabrones se cagaban de la risa. Se compartían videos de sus celulares. Los muy cabrones. La juventud mexicana que había entablado lazos amorosos con la juventud que defiende a Fidel en las calles. Codo a codo en la casa que soñó el Che Guevara.
A la distancia mujeres hermosas uniformadas de verde olivo para enfrentar a los norteamericanos por si los agreden.
Yo les salude a las aeromozas blancas y mulatas que pasaron a nuestro lado. Yo estaba feliz. Minutos antes a las afueras del aeropuerto nos habíamos encontrado con un espectáculo callejero inusitado: un número indeterminado de chevrolets y oldsmobiles de los cincuenta pasaron tocando el claxon y creando un carnaval improvisado mientras sus pasajeros agitaban banderas y pósters de los Cinco Héroes que habían vuelto a la isla. La gente estaba feliz.
Gritaban: << que vivan nuestros héroes>>. Era motivo de fiesta.
Yo me había sumado a su felicidad. La libertad siempre es de dar felicidad. Y ellos ya la habían encontrado. Y a su paso grite << ¡ que vivan!>>
Allí estaba él. Yo enfrente. Como si mi vida fuera perseguir infelices. A su espalda los cuatro veinteañeros. Seguían con su desmadre. Como si estuvieran solos. Sin rubor. Porque la isla hay que vivirla a sus anchas y a sus desgracias. Porque Cuba es un delirio. Porque Cuba es indefinible. Habían pasado siete días en Cuba. En la Cuba del realismo socialista. Hablaban de jineteras. Jineteras que soplan besos a los yumas. Jineteras que gritan << oiee…oiee >>. Hablaban de Fidel. Hablaban de Varadero. Hablaban de Matanzas, la Atenas de Cuba. Hablaban de la Habana. Hablaban del Tropicana. Hablaban del Parisien. Hablaban del Tritón.Hablaban del Varadero Tradicional. Porque hablar de Cuba es hablar de Varadero, La Habana, del Tritón, del Tropicana, Parisien, del Che, de Fidel, de las jineteras. Las jineteras sin rubor. Ah que de jineteras hay sin rubor.
Las hermosas cubanas verde olivo lo veían como no queriendo. Hermosas con ese color. Transpiraban sensualidad. Todo en ellas era chispa, juego, alegria. Todos lo miraban como si fuera un bicho raro. Era el único infeliz en la isla de Fidel.
Y más allá más gente. Y otros más. Y más. Más. Se olía su tristeza. Sus manos estaban aferradas una a otra. Y fue cuando se soltó. Para su remanso. Ya no aguanto. Tenía un gran problema. Moquiento y cabizbajo volteo a verme con los hombros combados, con los ojos perdidos en el horizonte.
Jamás vuelvo a esta isla. Se soltó. Son una bola de delincuentes. Nunca querré jamás volver. Ojalá algún día los invada Estados Unidos. Y se soltó a soltar mierda trancao en la silla. Mierda y más mierda. Parecía que estaba aventando misiles contra la isla de Fidel. Contra la isla bloqueada por los Estados Unidos. Contra el primer territorio libre de America. Contra la isla que nos atrapa en su goce. Contra la isla del mercantilizado Che. Y alardeo que era sobrino delgran Álvaro Carrillo por si yo no lo sabía. A imagen y semejanza del tío compositor para que me quedara más que claro. A imagen y semejanza del rey del boleto que tuvo un trágico final y que fue interpretado por José José, quien haría del oaxaqueño y haría uso de su prominente voz para interpretar varios de sus clásicos.
En sus andanzas de bohemio al pobre cabrón sobrino de Álvaro Carrillo le habían chingado su lana de una manera muy infantil. Había solicitado un servicio de taxi a un almendrón donde viajaban dos personas además del chofer. Se sentó detrás del que iba sentado como copiloto. Un negro muy negro. Nada que ver con el chofer, trigueño con cadenas de oro al cuello y unos brazos impresionantes. Se sentó al lado de un mujeron de cubana de una brutal belleza que inmediatamente lo puso caliente. Al sobrino de Álvaro Carrillo Alarcón, o simplemente Álvaro Carrillo, que fue uno de los compositores más talentosos en la historia de México, el corazón le pálpito como un tambor y se le encendieron las orejas y las mejillas. No podía convencerse de que fuese verdad. De fondo musical reguetón cubano. Una hermosa mujer mulata para cachondas intenciones de pelo rizado. El muy cabrón allí estaba feliz. Había hablado de Cuba. De sus Mujeres. Estaba radiante. Y a la vez tan orgulloso de hablar del gran parecido con su tío que en paz descanse. Sentía que Cuba era su cómplice. Porque en Cuba tienen bien entendido que para eso es el cuerpo. En Cuba el derecho humano más fundamental es la libre circulación de los cuerpos.
Le hizo amistad. Se hicieron de comentarios. Los cuatro habían entrado en conversación. El sobrino del Álvaro Carrillo estaba feliz. Primera vez en su vida en la isla de Cuba. Donde todo es posible, fácil y directo. Todo iba muy bien. Esa cubana era un entusiasmo de mujer. Esa mujer estaba desplegando todas sus habilidades. La visión de la lujuria y el pecado estaba allí, con una blusa elástica de algodón amarillo, ajustada y breve, mostrando vientre y ombligo.
Todo comenzó cuando la cubana quien tenía expresión de sueño y de restos de lujuria , desenfreno y le dijo al sobrino del bohemio de cepa pura, que a esas alturas ya le decían Alvarito, que no fuera tímido y le contara algo bonito de su tío, una historia de su tío, de cómo vivía en México. Que le hablara de Pedro Infante porque en Cuba había visto películas del gran Pedro Infante y que había escuchado que vive en el corazón de todos los mexicanos. “ De cómo se vive en tu país, para saber cómo es la vida afuera” mientras se le colgaba del cuello, besándolo que más allá del todo dejo en Alvarito una sensación de extrañeza en cuatro de sus cinco sentidos. Eran nuevos el sabor y el movimiento de esa lengua; el ritmo y el aroma de esa respiración; la estatura, la talla, la suavidad y anchura de los labios de esa negra. Ella en un momento de la conversación logró que el mexicano sacara la cartera y le mostrara fotos familiares. Y el muy pendejo le mostró las fotos porque ya se había enamorado perdidamente. Hasta la suya tamaño cartilla militar y le dijo: << Ay, Alvarito; hay Alvarito, que bello tú eres, yo necesito un marido así de bello como tú que me lleve a vivir a Mexico>>. Y Alvarito no encontraba palabras. Solo se concretó a sacar más fotos. Hasta la foto en tamaño rombo del perrito chihuahueño que tenía. Y zas. En una de esas el almendron recibió la instrucción de hacer alto. Detrás una patrulla. Y la cubana ni tardó en decirle al mexicano que bajara y se metiera a la casa que estaba metros adelante que ellos arreglaban todo mientras le soplaba unos besos como letra de un bolero y de pasadita le testereo la bragueta como Dios manda, con espíritu reguetonero para soltar una sonrisa pícara señalándole que ingresará a esa casa que tenía la puerta abierta: no hay peligro Alvarito, no te preocupes, aquí todos cuidamos a los turistas.
Y se bajó. Se introdujo a la casa manifiesta mientras el auto aquel y sus ocupantes arrancaban en medio de estampidos y corcoveos. Y el fue del amor ave de paso no volvió a ver la cartera donde traía una suma muy atractiva cercana a lo que en Cuba se puede percibir en 24 meses de arduo trabajo. Ni sus fotos familiares. Tampoco la del chihuahueño. Por eso estaba casi llorando. Seguramente por eso estaba triste. Derivado de lo cual se tuvo que pasar siete días en el hotel que con anterioridad había reservado. Bajaba solo a desayunar. Había reservado sólo con desayunos. Bajaba de la habitación a desayunar y a empacar para llevarse provisiones para comer y cenar. Y dos que tres vasos con jugo. Así se la paso el muy pendejo.
Y ya cuando encontró estabilidad me volvió a comentar que era sobrino del fallecido Álvaro Carrillo. Haz oído hablar de él, me pregunto. Asentí. Le conteste que sus canciones me gustan. Nos levantamos. No todos. El sobrino del agrónomo que le cantó al amor se quedó unos minutos más sentado con una profunda nostalgia. Era hora de abordar al Cubana de Aviación.
Escribe: Augusto Sebastián [email protected]
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