viernes, mayo 3, 2024

Te cargo la chingada

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A la verga
A la chingada.
Te cargo el payaso.
Así me dijeron. Así los escuche. Y no sé qué tantas cosas más porque de verdad que me madrearon y madreado pues no pone uno atención a la madriza verbal.
Al fin y al cabo se trataba de un trabajo conocido. Conocido para ambas partes. Como para los ejecutores como para la víctima. Diez días atrás habían ejecutado a la puerta de su casa y restaurante, al ex comandante antisecuestros jubilado retirado como muestra de que el poderío de la criminalidad estaba muy lejos de ser mínimamente mermado. La versión oficial, o sea la proferida en el Diario y en el Noticias y en la radio y Tv por cable por Exxa, los únicos locales y por lo tanto autorizados a dar una opinión, decían que la víctima fue ejecutada por dos hombres a las puertas de su negocio sin saberse bien a bien los motivos pero que las autoridades estaban a la búsqueda de indicios para la solución del criminal suceso. Aparte del periodismo, no hay nada más eficiente para lavar cerebros que la caja idiota.
Salí del novenario. Un somero y discreto vistazo al cielo me revelo que este seguía igual de despejado que en la mañana y que todos los alrededores eran bañados por una fría luz de una magnifica luna llena, detalle que agradecí, pero fue en ese somero y discreto vistazo o sea que por andar en la pendeja viendo la luz llena cuando me cayeron a la mala a madrazos, porque así fue. Cuando abordaba la camioneta me cayeron cuatro cabrones que me inmovilizaron inmediatamente cuando estaba abriendo mi camioneta F150 grande y negra, de esas de lujo. Bueno no tan inmediatamente porque en el trayecto verifique mis bolsillos del pantalón. Me cargaron como un costal de papas para aventarme a la cajuela de un carro donde pude advertir varias armas largas, un nutrido número de balas de distinto calibre y varias granadas. Mi corazonada fue acertada.
No seas pendejo, Chino, me dijo flamígero Oscar, mejor conocido como el Manotas, cuando me dio un vergazo en el estómago
Pinche pendejo – insistió- Raúl, el joyas, mientras me dio una patada en los huevos.
¿Qué al procurador se le hace agua la canoa? Pregunto con voz apenas audible Vicente, mejor conocido como el Acapulco, mientras empujaba con su índice las pesadas y gruesas que tiro por viaje, y más con el sudor, resbalaban por su nariz.
Te cargo la chingada, te cargo la verga me grito Santollo mejor conocido como el Vaquero, mientras me soltó un madrazo con el cuerno de chivo a la cara.
Los cuatro cabrones le estaban golpeando con mucha saña. Como debe ser. Como lo ejecutaban. Los cuatro le habían sometido. Los cuatro eran sus conocidos. Él era conocido de ellos. Los cuatro visten de negro, traen tremendas matonas y sus cadenotas de oro colgándoles por todas partes. Ellos eran conocidos de él. Los cuatro conocían al Chino o García o Gar o El Cubano. El Chino era de profesión sociólogo por la universidad pública y articulero en varios medios del mundo de las redes sociales, o sea que muy poca cosa en este mundo tan relativo.
El Cubano o el Chino o Gar o García rodeo con la mirada la sala, poblada de imágenes religiosas, crucifijos den oro y plata y diversos cuadros con escenas del evangelio. Dio un abrazo a la viuda del ex comandante jubilado quien era muy alto, su cara iba adornada con bigotazo y grandes patillas; siempre llevaba un sombrero texano, chamarra vaquera de piel de zorro, pantalón de mexclilla, la camisa a cuadros y botas de cocodrilo.
Estaban solo ellos dos. La viuda era una mujer a la que ni siquiera en mis sueños húmedos imaginaba que me acercaría. Esto les sonara muy altanero pero si alguna vez el fuego tomo forma de mujer, fue en el cuerpo de Mariabis, una cubana quien había sido cantante y bailarina profesional del Varadero Internacional.
La viuda adopto la franqueza que le conocía. Estoy segura de que mandaron ejecutar desde allá arriba, Gar, me dijo mientras miraba las paredes de la sala poblada de imágenes religiosas, crucifijos de oro y plata y diverso cuadros con escenas del evangelio.
El de profesional sociólogo, que no era alguien que se dejara sorprender con las revelaciones de la mujer que tenía enfrente, volvió a mirar a ella, creía distinguir algo más, algo más profundo. Advirtió miedo. Mucho miedo.
Conocía como se las gastaba el poder, había formado parte de la institución impartidora de procurar justicia. García o Gar, para la viuda puso su mirada en la misma dirección que ella los había fijado mientras le comentaba que a su marido desde allá arriba lo habían mandado ejecutar, por si notaba algo que fuera de lugar en esas imágenes espirituales que le permitieran comprender sus palabras.
Era el último día del novenario y ya solo quedábamos ella y yo. Un olor dulzón y pesado enturbiaba el ambiente. Los hijos y sus esposas y la hija y su respectivo esposo ya se habían retirado acompañados de sus respectivos hijos e hijas. También los vecinos. De la corporación solo yo. ¿Tienes alguna prueba? ¿Mi compadre sabía algo? ¿Te conto algo?, le cuestione a la viuda mientras me veía reflejado en el espejo del mueble de comedor. Una y otra vez resonaron en mi mente los comentarios vertidos por mi compadre: “Primero: es puto, es puto, el procurador es puto, muy puto, se lo andan cogiendo sus escoltas personales. Segundo, no le digas a nadie lo que te estoy comentando. Tercero, jamás se te ocurra comentarlo, porque ese día nos carga la chingada. Cuarta, tengo evidencia fotográfica. Quinta, mi esposa no sabe nada. Sexta y última, si algo me pasa, ya sabes quien fue.
No, no tengo pruebas. No me conto nada, le contesto la viuda al Chino quien no mostraba la paciencia de los días pasados le dispenso. Algo traía que le incomodaba pero ella le miraba como pidiendo ayuda. Tengo que irme, después de darle un sorbo al vaso de café Nescafe que la propia viuda me había preparado, me acabo de acordar de que estoy atrasado para una cita importante, justifique mi forma de salir de esa casa. Me quede helado. No sabía que decir. Lo único que alcance a hacer fue soltar un “jeje” nervioso. Salí de prisa mientras la esposa del occiso gritaba “ese hijo de puta me lo mando matar, el muy puto lo mando matar”. Deje atrás mi imagen reflejada en el espejo para toparme con una foto de boda de hace un madral de años, arriba de un enorme televisor moderno, extraplano Sony. Cerca había un mueble moderno atestado de revistas, libros, juegos de video y otras chingaderas.
Salí casi corriendo. Deje a esa viuda que estaba como un animal enfurecido con la boca abierta de manera salvaje. La deje gritando su argumentación con su mirada endurecida porque apretó los labios, su rostro enrojeció, y luego fue cuando lanzo aquellos argumentos por las cuales la organización de futbol internacional ha censurado con estadios vacíos a la selección mexicana. Una viuda encabronada. Una amenaza. La advertencia de que en esa casa rondaba el mal. Salí apurado ah pero si cantando Hoy a todo el mundo apartaras y las cortinas cerraras. Hoy no abra más luz, que en la de aquel quinqué, hoy cuando te digan ya llegue deprisa te desnudare y no de oirán más suspirar del de nuestro amor y pasión. Estaba tras algo gordo. Algo muy cabrón. Salí de prisa pero no tan de prisa porque me cayeron en un santiamén cuando en la pendeja o muy romántico que es que es casi lo mismo observe el cielo y la luna llena para meterme a la cajuela de un carro puteado y amordazado porque la luna llena y el cielo me cayeron como un madrazo de cuerno de chivo en la nuca. No podía ser de otro modo.
El ruido de la cajuela varias horas después me cimbro. Abrí los ojos en la oscuridad de esa cajuela. Todo vergueado pero los abrí. Es verdad que tenía aspiraciones, pero ninguna que levantara maledicencias o rencores, como la de escribir algún día un libro de crónicas donde destaparía cloacas para que el horror llegue a desvanecerse con un poco de aire fresco y luz. Como pudo pero los abrí.
El cubano seguía dentro de la cajuela, con la boca amordazada, las muñecas por la espalda, amarradas con cinta canela, los tobillos anudados con una cuerda pata tendedero, también bien puteado y escuchando que a lo lejos de la cajuela del vehículo donde estaba se escucha que platicaban, qué platicaban quien sabe que platicaban y que paleaban la tierra con pico y pala. A pala y pico como la antesala del infierno. Podía imaginar esa profunda oquedad como el espacio donde lo iban a enterrar después de ejecutarlo.
En las últimas semanas los ejecutados sumaban ya un par de docenas, incluidas cuatro cabezas encontradas en un baldío, cuyos cuerpos seguían desaparecidos. Cuatro de los ejecutados eran policías municipales, policías pacíficos, sin pedo alguno, buenas personas, incapaces de matar a una mosca, capaces de vivir con lo mínimo, resignados a su suerte policial. Cuatro policías que fueron ejecutados a mansalva mientras comían unos tacos de carnitas porque las carnitas eran lo mero mero para esos cuatro agentes municipales pasados de peso después de todo, el taco no es un platillo, es una forma de comer, sin ánimo de nada más terminar el turno, dormir tranquilos y luego mirar por televisión el partido de la selección mexicana con un par de cervezas Tecate o Corona a la mano, que iba a ser sin público porque el organismo internacional había vetado porque en uno anterior los asiduos mexicanos habían gritado a todo pulmón puto puto puto. Con salsa de la que pica habían pedido tres de ellos y el otro de la que no pica, pero eso si con su respectivo jitomatito, cebolla, cilantro y sólo dos gotas de limón, que cuando estaban dando un sorbo a la coca cola bien pinche helada fueron ejecutados por dos jóvenes muy pero jóvenes y con una sonrisa como rebanada de sandía que se acercaron y sin decir agua va les dispararon a esos agentes policiacos municipales incapaces de ofrecer resistencia alguna, de disparar el cuerno de chivo más allá de las esporádicas prácticas de tiro, porque estaban chingandose un sorbo de la coca cola bien pinche helada porque hacía un pinche puto calor pero que antes habían escuchado a uno que no cualquiera sabe la diferencia entre el sabor de la papada y el del cachete de cerdo, porque hay que ser experto, tanto en hacer las carnitas como en comerlas, los otros diez llevaban consigo su identificación para votar y para inhalar, de los demás se ignoraba su identidad. Ninguno de los cuatro policías municipales sabía lo que más de uno de sus mandos guardaba como secreto, un provechoso secreto que le daba más que para comer tacos de carnitas de la calle más allá de la maciza porque para obtener el máximo sabor del cerdo tienes que pedir un taquito surtido de nana, buche y pancita. Vamos, no es que sepa mal (el cerdo nuca podría saber mal), pero hay un mundo de sabor esperando en otras partes del querido cuino. Nadie nunca debería morir sin haberse echado un taco de lengua de cerdo, pero a esos cuatro si les toca las de la mala, porque ninguno sabia los bisnes de su superior inmediato y este con el inmediato y este con el inmediato hasta el mero mero y si lo sabían mejor se callaban para no meterse en pedos.
Nadie se sorprendió cuando dos semanas después, García alias Gar o el Chino o el Cubano y titulado por la universidad pública apareciera el buen alumno, bueno más malo que bueno porque solo había obtenido dos dieces en las materias de sociología cualitativa y en sociología política de la universidad pública a un chingo de kilómetros del lugar donde fue levantado, metido en un tambo repleto de cemento, de donde solo se asomaba su cabeza en pestilente estado de putrefacción y sus característicos chinos. Escribe: Augusto Sebastián García Ramírez [email protected]
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