domingo, noviembre 24, 2024

Motel Garaje Dios no se equivoca

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Estoy planificando vivir un año en Cuba. Mi objetivo aprender a bailar salsa. Bailar para olvidar las tristezas. Bailar para olvidar los pedos. Bailar para combatir la depresión. Hasta hace poco más de un año me metí a aprender a bailar cumbia y salsa. Más cumbia que salsa. En la tierra que me vio nacer, más no en tierra de mis amores: Cuba. No es lo mismo bailar salsa cubana que mexicana ni mucho menos colombiana o puertorriqueña. Cada una tiene su swing.
Recuerdo que en esta última visita a la Cuba de mis amores quede anonadado. Recordar un buen momento es sentirse feliz de nuevo. Me di cita allí en Barrio Jesús Maria. Enero pasado. En una de las ventanas leí que se daban clases de salsa. Era la clave. La clave mi gente. Se escuchaba salsaton y la copia fiel de la cantante. Mucha música por la ventana del viejo edificio no muy diferente a otros que se caen a pedazos. Debido a la conjunción de caminos que se entrecruzan subí hasta donde escuchaba ambiente donde la experiencia de los sentidos está por delante del lugar físico. Allí le vi. Un cubana blanca. Anallansi. Delgada delgada. Un espárrago de mujer. Bella eso si. Delgada como muchas. Muy delgada. Me miro e inmediatamente me lanzo la oferta. 20 cucs por cingar.
Ándale mexicano me dijo la señora sin falsedad e hipocresía de la tercera edad que le acompañaba mientras bailaba salsa cubana cuyo origen lo constituyen los ritmos africanos que los esclavos africanos mantenían en sus ritos religiosos, conservación posibilitada por la asimilación de sus dioses, los orishas, a los Santos católicos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. A ustedes los mexicanos les gustan las blanquitas y limpias como mi hija, no como esas guaricandillas negras que andan por ahí. Hablaba y hablaba y bailaba con el corazón y las entrañas la señora. Y Anallansi sonreía y sonreía a más no poder. Que dos que tres veces quise interrumpir pero no pude pararla.
Esa cubana estaba echada a andar. Mi vida un hombre sin una cubana es su vida es un hombre incompleto. Ándale. Es limpia. Muy limpia. En una de estas te la llevas para Mexico. Tenía razón. Tenía música en su parloteó la señora de radiantes dientes amarillos. El tiempo de Dios era perfecto. Yo estaba para refutarle sus aseveraciones cuando manifestó que a todos los mexicanos nos gustan blancas. A mi me gustan las mulatas o negras. Son mi vicio. Pero no pude estaba echada palante en su palabrería y sonrisa de oreja a oreja.
Estaba para mi, y no para otro. Yo se que te gusta, te estoy encantando. En su verborrea cubana. Característica de los cubanos. Echamos pa’lante Anallansi y yo para una de las habitaciones de ese edificio en ruinas. Abre que voy, caminando. Abre que voy, echando un pie. Caminamos dos que tres pasos. Cagados de la risa de madre. Reíamos no recuerdo porque. Nos reíamos hasta de nosotros mismos. La vida es muy corta para estar serios todo el tiempo. Nos metimos a una habitación. No había prisa por aprender a bailar salsa. 20 cucs menos en la cartera.
Al día siguiente en la mesita de la habitación estaba nuestro desayuno. Allí fue cuando Anyellin me dijo que no me olvidara de bromear a su madre. Tun Tun, quien es. Tun Tun, quien es.
En cuanto volvió a entrar la avente la broma. Broma que me había susurrado en la oscuridad de la habitación. Suegra, su hija cinga muy rico. Como dice!? “Así así, más duro, si paras de fusilo. Así así, ay no mames que rico, y otras cosas que por respeto no le dire”. Y nos botamos unas risas despiadadamente. Porque Dios no se equivoca, todo pasa por algo.
PD. Todo mundo debería ir a Cuba de vez en cuando, cuando se sientan decaídos y dejar todo por tres o cuatro días o porque no hasta un año porque Cuba es la gozadera.
Augusto Sebastian Garcia Ramirez [email protected]

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