No sé si usted, estimad@ lectora/lector, ha sentido la desazón que nos recorre cuando tratamos con una persona que está acostumbrada a mentir; tan mal lo hacen algunos mitómanos que una se desespera, porque las falacias son de tal envergadura que, por más buena voluntad y paciencia que uno interponga entre sí mismo y el relato, el aburrimiento o la ira terminan por hacer traición. Quien esto escribe ha puesto especial atención en estos gestos tan humanos, primero por trauma: una de mis hijas tuvo un amigo que, primero me llenaba de ternura o tristeza, pues sabía que mentir como él lo hacía, no era sino una forma de rechazar una realidad que le era intolerable; pero pronto su insistencia en lo mismo me fue creando una especie de aburrimiento y de inquietud, muy parecidos al enojo. Sólo que en este caso estamos hablando de un chico con un daño de personalidad, responsable sólo de no aceptar sus miserias. Lo peor es que obraba lo contrario. Para que me entienda usted: no tenía ni en qué caerse muerto y era bastante feo y descuidado en su persona, pero siempre encontraba a una millonaria que moría por él y quería vivir en Polanco. Para complacer a la dama, él juraba haber tenido que convencer a Luis Miguel para que le vendiera su departamento con vista al Bosque de Chapultepec, y del paso el anillo que le daría a su novia en turno. De ese tamaño era la fantasía de aquel muchacho que no causaba mayor daño que el que se infligía a sí mismo.
Por otro lado, esto de mentir puede escalar y ser socialmente grave. Conocí también a una persona alcohólica que inflaba sus logros y buscaba hacer caer a posibles inversores, en un negocio que era sólo a medias efectivo. Existe también el delito de los inteligentes: el fraude, que no es más que hacer caer en error a una persona para estafarla, casos muy tristes hemos visto en los robos que se realizan en cajas de inversión o de ahorro. No sé si a usted le sucede igual, pero una vez que la persona (usted o yo) descubre las mentiras y las manipulaciones y éstas son reiteradas, no queda sino recular y jamás volver.
Pocas cosas resultan tan graves como el engaño. ¿Pero qué ocurre cuando quien miente lo hace a sabiendas y sólo para confrontar a una sociedad que ya tenía bastante con la desigualdad galopante, como es y ha sido el caso de México? ¿Qué responsabilidad social y legal carga sobre sí quien está hasta arriba de la pirámide del poder y utiliza todos los recursos del estado para lograr fines que en su mayoría han resultado equivocados? Todo esto viene a cuento porque pude asistir a una entrevista que concedió el escritor Luis Estrada, en la presentación de su libro “El Imperio de Otros Datos” que, como bien se ha dicho no constituye un relato, sino que es casi un acta levantada con verdades comprobables; es pura estadística.
Me hizo bien estar presente durante su exposición porque pude comprobar y entender por qué mucha gente está enojada con el primer mandatario. Conozco personas que sólo con escucharlo hablar están de malas, y otros que ponen en duda todo lo que dice. Los hay que no quisieran oírlo pero el trabajo obliga. ¿Cómo calibrar los discursos de López Obrador si no se los escucha?
Él utiliza lo que lamo el “callejón sin salida”. Si la pregunta no le conviene (el Metro listo en un año) utiliza la promesa que tampoco cumplirá; ante la falta de medicamentos ha dicho que se dejará de llamar Andrés Manuel si no se reparten a la brevedad. ¿Recuerda usted la medicina nacional que sería como en Dinamarca? ¿Cuál? Prometió hacer justicia y tachó de corruptos a quienes manejaban los fideicomisos. Recogió todo el dinero y no nos ha dado un solo nombre de los culpables. Habla de una recuperación económica que si nos va bien vendrá en 2024 o 25; o sea, decrecemos. Si algo no le sale bien es culpa de Calderón o de los conservadores… ¡Es tan previsible desde el punto de vista literario como un chiste en verso; resulta tan burdo su discurso improvisado! que la verdad es aburrido escucharlo, y por esa razón uno debe investigar si quiere entender la lógica detrás del sinsentido. Ahora dice que ha cambiado de opinión en cuanto a la Guardia Nacional; hoy sí encuentra motivos para tener a los soldados en la calle, medida que tanto criticó a tres presidentes para darle gusto a un sector de la izquierda muy intolerante, misma que ahora se queda callada y no atina a dar una explicación, porque siempre fueron anti militaristas. El militarismo -querido@s lector@s- es de derechas, lo mismo que el uso del derecho punitivo y persecutorio. ¿Qué dirá la izquierda histórica ante esta nueva burla? ¿La ven? ¿se atreven a juzgar?
Escribe: Guadalupe Elizalde