Tomando como referencia una frase de Porfirio Díaz, solo cambié el final, comienzo este escrito. Es verdaderamente alarmante enterarse de la oleada de crímenes y asesinatos que se han vuelto el común denominador de este país. Estados de la República en los cuáles, los homicidios parecen ser algo cotidiano, mirar cuerpos tirados en la calle, baleados, descuartizados, parecen no horrorizar a nadie, ¿Nos estamos acostumbrando o nos estamos deshumanizando?
Cada vez más, se reportan personas desaparecidas, fosas clandestinas, familias buscando a alguien que salió una mañana, una tarde y nunca más volvió. Autoridades que parecen invisibles, no existe la justicia en un país en las cuáles no se sabe quién es más corrupto, si los malos o los buenos, bien vale la pena preguntarse ¿Quiénes son los malos y quienes son los buenos? Los medios de comunicación temen decir lo que pasa, asesinatos de periodistas ponen en alerta y mordaza a quienes buscan decir verdades, aquellos hombres y mujeres que están cubriendo una nota, un reportaje y que son conminados a no publicar lo que muchos saben, solo los encargados de aplicar justicia no quieren ver.
Tengo el privilegio de vivir en un estado, el cuál no escapa a esta oleada de violencia que viven otros, pero aún conserva esa tranquilidad que nos permite pasear por estas noches frías, salir con la familia al parque, caminar por el centro de la ciudad, mirar jóvenes que disfrutan un paseo, niños jugando, establecimientos abiertos en los cuales las personas convergen en una buena plática, actos no observables en otros lares, porque una bala perdida, un ataque directo pone en peligro la vida. Mujeres que desaparecen día a día, algunas aparecen asesinadas sin que nadie resulte culpable. Este México me duele, existe tanta impunidad, los ojos de la sociedad están puestos en cosas ajenas a la realidad, la sangre corre por las calles, asaltos en transportes, bloqueo de carreteras, la autopista 57, cada vez cobra más víctimas y no hay nadie que detenga el paso de tráileres que confunden esta autopista con un circuito de carreras, abusos policíacos y en su contraparte, asesinatos de policías frente a su casa.
El metro de la ciudad de México, víctima de sabotaje, tesis plagiadas, chicas que fingen ser secuestradas y la familia crea un caos cerrando vialidades, afectando a cientos, miles de personas que lo único que desean es llegar a su casa, al trabajo, al hospital, a algún sitio, narcotraficantes presos que buscan evadir ser deportados, rateros y secuestradores que son detenidos en flagrancia y que son soltados en unas cuántas horas, ancianos olvidados, niños explotados en los semáforos, pidiendo dinero, miles de indocumentados que toman a México como un puente para llegar a los Estados Unidos, dónde nos lo quieren, niños y jóvenes inmersos en el mundo de las drogas, padres indolentes que se han vuelto permisivos, basura por todos lados, que gente sin la menor consciencia va dejando por donde pasa.
Todo esto es la sangre que cubre mi país. Es cierto, han existido revoluciones en las cuales se luchaba por un ideal, hoy, desgraciadamente es la violencia, es enajenarse en el celular mirando cosas sin sentido, retos estúpidos en los cuales los adolescentes convergen, porque no hay nadie en casa que se interese por ellos, mujeres haciendo dos roles para educar a sus hijos, chicos y chicas que no tienen un plan de vida, un título, una meta. ¿Hasta cuándo seguiremos callando la verdad? ¿Qué necesita ocurrir? para que la gente sea más empática, tolerante, bondadosa, con ideales y deseos de cambiar un poco de su entorno.
Este México, que se tiñe de sangre reclama paz y justicia ¿Dónde están los que tienen que hacer su trabajo? No soy mucho de rezar, pero ahora solo pido porque mi gente, mi familia, mis amigos, conocidos y quién lo necesita, lo blinde el Creador para volver a su casa en el momento preciso, sin ser víctimas de la violencia que va creciendo en cada rincón y momento.
Escribe: Lorena Reséndiz