Desde Cervantes con El Quijote, el mayor anhelo y la máxima conquista del trabajo intelectual es descubrir, crear y recrear un personaje que sea descrito con todo su temperamento, matices y complejidad; describir sus claro oscuros y hacerlo estimable, querible y hasta indulgente con sus errores. Una especie de espejo que a veces comprendemos y en otras nos gustaría ser.
Cantinflas, más recientemente Héctor Suárez, crearon personajes cómicos inolvidables como el “El peladito” y “El destroyer”, respectivamente. En caricatura Abel Quezada, Freyre y últimamente, Eduardo del Río “Rius”, dibujaron viñetas inolvidables. En literatura Rubén Romero con “Pito Pérez” o “Don Juan” de Carlos Castaneda. Este mes cumple siete años de fallecido el gran caricaturista, Eduardo del Río, Rius, el famoso creador de Los “Supermachos y de los Agachados”. Sus compañeros de profesión y los órganos de difusión en los que fue pilar, no lo recuerdan. Le rindo con este texto un sencillo homenaje a quien marcó toda una etapa de la crítica política.
De mi generación, ya talludita, quedan en la memoria los dibujos de Rius, el Juan Calzonzin envuelto en su cobija eléctrica, Don “Perpetuo del Rosal”, el cacique del pueblo, “Doña Eme”, la beata del pueblo. Tuve el gusto de tener una breve, escabrosa y, finalmente, enriquecedora relación recíproca con este caricaturista genial. Primero, los antecedentes de nuestro fugaz y tormentoso primer encuentro.
Mi colaboradora, compañera, correctora y crítica inclemente, Olimpia García Monroy, me comentó que ya no debería de aceptar ser comentarista de libros, pues las últimas veces habíamos salido de estos eventos casi a chiflidos de la concurrencia, pues me dedicaba a hacer críticas severas a los textos. Me defendí, argumenté que me imaginaba que los escritores me invitaban para que yo hiciera un análisis de los aspectos positivos y negativos; que en mis comentarios los advirtiera de las que consideraba inminentes fallas y, si así lo consideraban, hicieran las correcciones para futuras ediciones. En suma, que la presentación era circunstancia para debatir el texto. Olimpia, me contra argumentó diciéndome que estaba equivocado en el concepto de la presentación de un libro, Dijo:
“La presentación de un libro es para los autores como la fiesta de una quinceañera, no puede decir en su presentación que es una muchacha que aparece muy pulcra y linda, pero que en realidad es una joven fodonga que no tiene arreglados ni sus cajones”. Siguió golpeándome: “La presentación de un libro es para que Usted hable bien del libro, de tal forma que los presentes se animen a comprar todos los ejemplares que están en exhibición”. Me convenció y prometí nunca más aceptaría comentar un libro. Fue promesa de campaña electoral.
Días después, uno de los hermanos García Muñoz, quien era el administrador de la librería del Fondo de Cultura Económica en Querétaro, me invitó a comentar un libro. Al principio, de acuerdo con mi promesa, me negué. Soy débil a la amistad y a la insistencia, me dijo que era un libro de Rius, que había dejado de escribir historietas y ahora se concentraba en hacer libros de divulgación de temas complejos. La presentación sería en la cancha deportiva del edificio que antiguamente ocupaba el PRI; que el evento duraría una hora y mi intervención sería de quince minutos; como una forma amable de presión me envió de inmediato el libro. Se trataba de un texto sobre Cristo, era malísimo. Siguiendo la recomendación de Olimpia, preparé la coartada, no hablaría del libro, sino que aduciría que, por falta de tiempo, no lo había leído, pero recomendaba otro de Rius, muy interesante, que hablaba sobre la dieta de los mexicanos, creo que se llamaba “La panza es primero”.
Si mal no recuerdo éramos tres los comentaristas, yo estaba sentado al lado derecho de Rius y fui el último. Me imagino que pensó que yo era el moderador o un invitado de piedra, pues me empezó hacer comentarios despectivos de los presentadores. Después de que habló el primero se acercó y al oído me dijo, palabras más, palabras menos: “Me aburre la presentación de libros en la provincia. Me empalagan de elogios para disimular que ni siquiera leyeron el texto”. Yo empecé a destilar bilis. No terminaba de intervenir el segundo comentarista, cuando Rius volvió a inclinar la cabeza y decirme al oído. “Querétaro es un pueblo de mochos y ni siquiera conocen mínimamente a su líder”. En ese momento rompí el compromiso con Olimpia.
Empecé felicitando a Rius por sus libros anteriores de divulgación, pero en esa ocasión se había excedido; la divulgación no podía ser sinónimo de una falta absoluta a hechos probados. No se podía escribir un libro de Cristo que, independientemente de la religión que se profesara, había marcado en el mundo occidental, desde en el tiempo, un Antes y después de él. Rius había tenido como fuente principal de consulta el catecismo del Padre Ripalda. El libro, afirmé, tiene calumnias, contradicciones y graves omisiones históricas. Pasé a detallarlas. Al terminar, me preparé a recibir la respuesta. Para mi sorpresa, Rius solamente agradeció la presencia de quienes abarrotaban el lugar. Se paró y me dio la espalda, ante su desaire procedí a retirarme sin despedirme. Apenas me había puesto de pie, cuando se volvió hacia mí y me tomó el ante brazo, en forma amable y determinante y me dijo:
- Le voy a dar mi dirección y mi correo para que me envíe las citas a las que ha hecho mención. – En forma amenazante agregó- Espero que no hayan sido de su invención. Deme también sus generales de cómo lo puedo localizar. Espero que su comentario no sea tampoco un despecho en defensa de su creencia.
Yo pensé que su solicitud de las citas había sido una petición convencional y no le envié nada. Me equivoqué. A los pocos días me escribió y me volvió a reiterar su interés, agregando otra duda desafiante a mis afirmaciones. De inmediato le respondí y le especifiqué en forma puntual las citas bibliográficas que él no había consultado. Días después me respondió, me daba las gracias y me invitaba a su casa, creo que en Tepoztlán para que platicáramos. Nunca pude ir.
Rius sacaba en la Revista “El Chamuco”, salvo una que otra excepción, ahora convertida en folletín propagandístico, una sección: “Casa de Citas” en las que incluía frases y reflexiones humorísticas de ilustres personajes. Tuvo a bien en incluirme con una frase que sacó de mi libro “La letra con humor entra”. La mención la asumí como una gentil respuesta a su talante democrático, que aceptaba la crítica sin ningún espíritu de revancha. Transcribo algunas de sus citas y que nos muestran su talento. La creatividad no solamente se prueba con originalidad sino también con la recuperación inteligente de lo ya escrito. Ojalá que las disfruten.
“Los franceses inventaron la única cura contra la caspa: La guillotina (P.G. WODEHOUSE). Mi reputación aumenta con cada fracaso (BERNARD SHAW) La vesícula se la pasa haciendo cálculos; Todo lo que el médico no logra curar lo llama virus, La vida es dura y no dura. (CARLOS WARNES). Todo se conserva en alcohol, menos los secretos (PROVERBIO GALÉS). Los perros son unos hijos de perra (W.C. FIELDS) El secreto de la longevidad es seguir respirando (SOPHIE TUCKER) La acupuntura debe tener algo de bueno. Después de todo, jamás ves a un puerco espín enfermo (BOD GODDARD) Haría cualquier cosa por recuperar la juventud, excepto levantarme temprano y hacer ejercicio; Hacía el papel de tonto con sospechosa facilidad; No tiene un solo vicio que lo redima (OSCAR WILDE). La mayoría de los gordos son risueños, pero nadie es gordo por reír, sino por tragón (EDMUNDO GONZÁLEZ LLACA) Detesto a la sociedad, pero vivo en ella porque no me puedo reír solo (CIORAN) Hay que reír mientras estemos vivos. Después ya no. (RIUS) Yo le doy la culpa a mi madre de mi pobre vida sexual. Todo lo que me dijo fue: “El hombre se pone encima y la mujer debajo”. Durante tres años mi esposo y yo dormimos en literas”. (JOAN RIVIERS)
El humor es uno de los géneros más difíciles, pues se termina momento después de reírnos. Prueba de la grandeza de Rius es su permanencia y vigencia. Vaya este recuerdo en reconocimiento a la trascendencia de su crítica.
Escribe: Edmundo González Llaca