domingo, abril 28, 2024

Como duele crecer #VerdadesqueacomodaneincomodandeLorena

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Este escrito es una reflexión que espero llegue a muchas personas, día a día vamos cambiando, vamos creciendo, nos hacemos grandes, no me gusta la palabra “viejos” suena despectiva, sobre todo en este tiempo, en esta sociedad en la cual todo es desechable, aún lo más caro, si no sirve, se reemplaza por otro invento, por lo actual. Dejamos de vernos como somos, pero otros ojos nos observan, se dan cuenta que evolucionamos, a veces entablamos una carrera contra el tiempo, no queremos que se detenga en nuestra persona, porque es difícil aceptar que como duele crecer.

Hoy me detuve frente al espejo, miré a una mujer que también me miró con curiosidad, ambas nos analizamos, somos tan parecidas y tan diferentes. El invierno comienza a detenerse en su pelo, en su rostro, en su cuerpo. Sus ojos se llenaron de líneas, tienen una mirada brillante, aunque se ven cansados y pequeños, su boca, dibuja una sonrisa que se vuelve una fina línea y las comisuras de sus labios han perdido un poco de frescura. La juventud se le fue escapando, en qué lugar se perdió. Miro sus manos, algunas manchas profanan su pureza, aunque la elegancia en sostener la pluma  le da inmortalidad. Esos senos, que se erguían soberbios, hoy recuerdan que existe la gravedad. Atrás quedó la firmeza de ese cuerpo, la agilidad de sus pasos se torna tranquilo, se acabó la prisa, sus piernas dejaron de ser esas gacelas que corrían tras el viento, pausados sus pasos, saben cuál es el camino al que llegarán.

En ese frío cristal, vi pasar una primavera vestida de niña, adornada de colores, con el alma de cristal, vi como el verano llevaba del brazo a una chica coronada de ilusiones, con los brazos abiertos refulgiendo como un sol. Después se asomó el otoño, ataviado de nostalgia, pisando las ocres hojas que cubren los jardines, la gelidez del viento su pelo alborotó, ahí está ella, la mujer del espejo, la que titubea, no quiere seguir su encuentro con el invierno que por una esquina se empieza a distinguir.

Le sonrío y me invita a mirar nuevamente y descubro aquello que me negaba aceptar; como duele crecer, admitir que he cambiado, que al igual que ella en mí nada es igual, mi pelo ha tomado un mechón de la luna y mi rostro refleja las huellas de la vida, los dolores no dichos, los besos que no di, las miradas que se perdieron buscando en la distancia las lágrimas vertidas a veces por tristeza, algunas por ausencias, y otras sin razón, mi risa no brota como agua de manantial, se ha vuelto precavida, también mi compañía se ha vuelto selectiva, prefiero estar tranquila, muy lejos del bullicio, abrazada de soledad. No tengo la prisa de otros años, disfruto de unos brazos que me brindan abrigo y están cuando deben estar. Me gusta ver la lluvia, de vez en cuando brincar en los charcos, mirar los colores que toma el atardecer, sentarme a platicarle a la noche, escuchar sus sonidos con los ojos cerrados y volar en el tiempo, recordar quien fui, lo que soy y lo que seré.

Es cierto, vislumbré en el espejo a una mujer cargando el tiempo, madurez de la madurez, ambas retrocedimos, no quiero adelantar lo que por ley de vida alguna vez, si tengo vida tendrá que ser, me quedo en el otoño, con mis arrugas y mis canas, con mi cuerpo cambiado, con mis temores y mis ganas, con esos sueños que aún me falta por cumplir, sigo viva, sigo aquí, aún con miedo quiero ver ese futuro que aún aguarda para mí, bienvenido lo que tenga que llegar, buena suerte a lo que no debe estar, hoy sé que como duele crecer, pero crecer es vivir y alcanzar la libertad.

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