sábado, abril 20, 2024

Cuando un padre se va #VerdadesqueacomodaneincomodandeLorena

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Cuando un padre se va se lleva una historia, se queda un hueco que nadie más puede llenar. El primer rostro que recuerdo y que llevo grabado en el corazón y la memoria es el de mi padre, a horas de nacida, nuestras miradas se encontraron, sabía que el príncipe azul, el hombre que me acompañaría en cada uno de mis pasos, el cayado que sostendría mi mano más allá de la vida era él.
Un hombre de campo, rudo, fuerte como los encinos, con olor a lluvia, de manos fraguadas en la rudeza, de pies alados, ligeros, firmes en la tierra, que llevaba en los ojos un poco de niño, el Creador lo hizo fuerte, porque el camino no era fácil, esas veredas entre los cerros aún recuerdan sus pasos, su silbido llamando a sus borregas, el hambre de saber que había detrás de los cerros superaba al hambre de la pobreza, de la ignorancia. Para él no hubo fiestas de cumpleaños, navidades, días de reyes, pero hubo un regalo enorme que solo tienen esos niños especiales ¡Imaginación! Tuvo la capacidad de hacer música con un carrizo, canicas de lodo, trompos y baleros tallando la madera, subir a los árboles y mirar el valle, correr libre por el río, bañarse en sus cristalinas aguas, respirar el aire fresco de la mañana, perseguir conejos, mirar el vuelo de las águilas.
Ese niño salió un día soleado en pos de sueños, buscando nuevos caminos, haciendo otras veredas escaló la cima, subió a la montaña y se dio cuenta que pocos son los que permanecen, conservó su capacidad de asombro, pasó de un siglo a otro, vio nacer una ciudad, se adaptó a sus cambios, sus manos dejaron de sembrar la tierra y crearon obras que siguen en pie, dejó huella, dejo raíces, frutos, hombre bien nacido, de pocas palabras, de mirada dura, de risa franca, de esos hombres que la tierra dejó de producir, de esos que se fueron extinguiendo y que pocas veces volverán, un Goliat con corazón abierto.
Recuerdo a mi padre cantándome una canción de cuna, llevarme de la mano a la orilla de la playa, mirarme con los ojos henchidos de orgullo, arrullarme en sus brazos, escucho esa voz de trueno que anunciaba tormenta, esas noches de luna espantando a la soledad, la ternura con la que trataba a mi madre, sus terribles enfados, la habilidad de predecir aquello que era imposible de pasar. Vi las horas de desvelo cuidando al hijo enfermo, su afán porque no faltara en la mesa el pan, escuché sus lágrimas, no entendí sus silencios, sus tristezas ocultas, los recuerdos que quería contar.
Cuando un padre se va se agolpan los recuerdos, resbalan entre lágrimas, las horas felices, los consejos fallidos, las mañanas de risas, las tardes del invierno envueltas de nostalgia cuando mi padre, cansado por los años se vestía de plata, con andar pausado y arrugas en la cara se perdía su mirada en un punto infinito, buscando a ese niño que se quedó en los charcos que la lluvia formaba imaginaba que era un mar tranquilo y él, un capitán en su velero, surcando los océanos sin miedo a naufragar. Que Dios bendiga a mi padre, hoy que a su lado está. A todos esos padres que se han adelantado, que el cielo los reciba como se recibe a los grandes, cuando un padre se va, se queda esa esencia, ese legado que nunca morirá.
Maestra Lorena Reséndiz
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