jueves, mayo 2, 2024

EL JICOTE CRISTO “EL SEDUCTOR”

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Por una feliz circunstancia compartí una antesala médica con Juan Rulfo, sabía que tenía poco tiempo para abordarlo pues el Doctor lo llamaría de inmediato. Rulfo era un hombre huraño y desconfiado, todo al mismo tiempo. No disimulaba su actitud repelente al contacto con extraños. Esa era su fama y yo lo sabía muy bien. No tenía ni idea cómo abordarlo, lo único que se me ocurrió, nada brillante por cierto, fue decir su nombre con tono de interrogación: “¿Maestro Rulfo?”. Me miró con recelo, no habló, hizo una mueca que traduje obviamente como una afirmación. Diferente actitud y respuesta la de Juan José Arreola, con quien de pronto me encontré en un pasillo de un hotel en Taxco en un torneo de ajedrez. Caminaba apresurado, su melena alborotada intimidaba y traía en la espalda una capa española de lo más extravagante. Lo mismo que con Rulfo, en tono de pregunta. Le dije: ¿”Maestro Arreola?”. Me miró con simpatía reviró rápido, palabras más palabras menos: “No sé si soy Juan José Arreola pero tengo muchos años tratando de serlo”. Nos reímos a mandíbula batiente, más yo que él.
Sentado al lado de Rulfo, sentía que se me escapaba una oportunidad de platicar algo con este genio universal, lo que fuera. Alambicado le dije: “Maestro Rulfo, sus lectores extrañamos sus libros. ¿Por qué ha dejado de escribir? No nos haga eso”. Respondió entre dientes: “Quizá lo que tenía que escribir, ya lo escribí. Pero además, no es cierto, sigo escribiendo, tengo entre mis apuntes unas mil páginas inéditas”. Con un tono más barbero, le dije: “Extraordinario, de seguro vamos a tener la oportunidad de leer algunos cuentos geniales o varias novelas que van a marcar época”. No me respondió y volvió a hundirse en su silencio, yo me culpaba de no haber hecho el comentario correcto y enmudecí. Lo llamó la enfermera. Se paró y de despedida me dijo: “De las mil cuartillas, no creo que salga ni un cuento ni una novela, tal vez, un buen poema”.
Tengo varios años escribiendo, en más de una ocasión he pensado en dejar de escribir, a lo mejor, como Rulfo, lo que tenía que escribir ya lo escribí. Ahora me ha dado por recuperar algunos artículos, a lo mejor alguno se salva. Someto a su consideración el siguiente.
Lo llamaban de diferentes formas: Jesús, el Nazareno, el Hijo del Hombre (como él prefería), el Salvador, el Mesías, el Servidor de Yahvé, el Hijo de Dios, Cristo, el Hijo de David, el Galileo, y otros de sus contemporáneos, por su atractivo físico y ascendencia sobre individuos y multitudes, le decían simplemente “El Seductor”.
Tantos títulos corresponden casi al sinnúmero de ideas, imágenes y representaciones que desde su muerte se ha formado la humanidad sobre “El Seductor”. Así, por ejemplo, la Edad Media lo integra dulzón, místico y hasta alambicado; en nuestra época, en cambio, se le reivindica por sus palabras y acciones ante las injusticias y los problemas sociales y políticos.
En medio de este abanico tan amplio de imágenes y representaciones, ¿cuál es realmente el mérito histórico de este personaje capaz de marcar un hito en el tiempo de antes y después de Él, privilegio no concedido a nadie más? ¿Cuál es su aportación y vigencia en el mundo occidental, capaz de vivir en nuestro calendario con su presencia cotidiana?
Se deberá, tal vez a su palabra, palabra especial en la que todos los seres humanos creen encontrar una enseñanza. Será por sus críticas a la injusticia, la riqueza y la hipocresía: “Si vas pues, a presentar una ofrenda ante el altar y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti… ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda”.
Por plantear la separación de las esferas espiritual y temporal: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Por su extravagante amistad con los pobres, los leprosos, los perseguidos, los incurables, los humildes, los pequeños, las prostitutas, los huérfanos, las viudas: los quebrados de la sociedad.
Por establecer la unidad íntima e insoslayable de teoría y praxis. Cuando le dijeron: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los senos que mamaste”. Él completó: “Bienaventurado más bien aquel que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica”.
Por su interpretación humana, tolerante y flexible de los preceptos: “El Sabbat está hecho para el hombre y no el hombre para el Sabbat”. Por colocar el amor como la virtud de más alto rango y como principio de la vida y las relaciones humanas.
Por vivir personalmente ese mensaje de amor y perdón en las peores condiciones de oprobio y humillación.
Por lo ignominioso y dramático de su muerte.
Por su capacidad para sobrevivir no sólo a sus detractores, sino a los errores y apologías de todas las iglesias que se lo apropian.
Será por su vida, su mensaje o su muerte, pero la estrella de Belén, todavía brilla y “seduce” espléndidamente a la humanidad.
Escribe: Edmundo González Llaca

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