lunes, abril 29, 2024

Enemistad inevitable    #MotelGarage

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Una mañana el coordinador delegacional fue motivo de risa en lo más alto del edificio de la delegación federal. No fue en su cara. Fue a espaldas. Fue mi culpa. A veces me paso de lanza. Soy muy sincero. La sinceridad es gratificante. Nos causó risa mi comentario.

Los archivos desclasificados del Centro de Inteligencia y Seguridad mejor conocido como Cisen dicen que el delegado es el segundo de ocho hijos criados en el seno de una familia tradicional, católica hasta los huesos. De profesión abogado. Casado. Padre de siete hijos; cuatro hombres y tres mujeres. Todos menores de edad. Esposa dedicada al hogar con estudios de secundaria. Que rezan antes de cada comida y a punto de dormir. Con domicilio en localidad Amealco. Muy cerca de la iglesia donde le inculcaron el miedo al infierno. Que fue monaguillo. Cantaba en el coro de la iglesia. Militante del Partido Acción Nacional. Consejero estatal. Que llegó a la delegación por recomendación partidista.

Antecedentes. Estábamos allí en momentos de proceso electoral. Sala de juntas. Delegación Gobernación. Sinaloa. Unos sentados. Otros de pie. Muy solemnes todos. Todos fueron mis amigos. Yo para ellos quien sabe. Un espacio demasiado solemne. Que a mí en lo personal me producía una dura experiencia interminable. La exposición avanzaba. Había un tintineo y un gotear enervantes en la cafetera que se había colocado afuera del sitio junto a una caja de galletas. El ambiente era interminable. Que a veces puede durar un solo instante. Yo había llegado antes de la hora indicada. Una hora para ser exacto. Ese día el periódico La Jornada señalaba que en nuestro país había más muertos por narcotráfico que caídos en la guerra de Irak. Yo siempre cargando ese periódico y algún libro de narrativa. De los narradores leo a Pedro Juan Gutiérrez, Lorenzo Lunar. Aunque lea sus obras una y otra vez. En el parque de enfrente, los árboles se sacudían la llovizna del día anterior.

Estaba hasta la madre. No solamente yo, también mis compañeros. Súmenle el tocar de campanas de las iglesias cercanas.

El coordinador en el extremo de la mesa, no en otro lugar, no exento de cierto orgullo, dando su opinión, para angustia de los presentes, como analista político en lo que no entendíamos ni pío, arremangándose la camisa el flamante funcionario y mirándome con ojos homicidas. Él levantando la cabeza cuando veía o sentía acercarse alguien a la sala de juntas.

Escúchanos y vimos el operativo que se proyectaba en la pared. No teníamos ninguna duda. Ya sabíamos nuestro trabajo y funciones en procesos electorales. En un momento determinado de la historia escuché unos pasos. Para mis conocidos. La puerta se abrió como respondiendo al ábrete sésamo del conocido genio. Eran los de la secretaria que traía en sus manos un café para el señor del extremo. Era ella, deliciosamente perfumada. Ligera y bellamente vestida. Una velada sonrisa adornada sus labios. Picara secretaria. Bajando sus ojos dijo, aquí tiene. Había colocado el café en una servilleta y ocho galletas en otra servilleta sobre la mesa. Era una profesional. Ni las gracias recibió del coordinador que recibió café y galletas con un gesto magnánimo.

Termino el exponente. El coordinador volvió a preguntar con altivez amenazante y sonriente. Un coordinador de sólidos principios arcaicos apremiantes y opresivos que se las daba de analista político dijo, como al descuido la siguiente frase: “señores todo es muy fácil, allá en mi pueblo este trabajo yo lo hacía con mucha facilidad”.

Allí estaba. Esa era la frase. La frase surtió efecto. Como comido por una urgencia que es también una desesperación. La lancé. Todo acompañado por ademanes de mis manos, regordetas, firmes, seguras. La lancé en forma inusitada contra el coordinador que efectivamente había bajado del pueblo. Un coordinador que tomaba en demasía café americano y con placer desatado galletas. Dije esa frase que encerraba todo. Sin restricción ni presión alguna. De una buena vez por todas. Sin prisa. Las cosas como son. La vida como es. Sin dejarme intimidar, con todo respeto. Una frase contra la solemnidad y la estupidez, acaso lo mismo: “es que allá es un pueblo. Es que tú eres un campesino”.

Allí termino la reunión. Silencio total. El coordinador delegacional puso cara de una dolorosa sensación de vacío y frustración.

Salimos de la sala de juntas. Nos salimos a cagarnos de la risa y con sobrada risa que redoblada en el aire como doblaban las campanas.

De modo que a partir de ese momento y de manera inevitable por debajo los compañeros le apodaban “campesino” y de modo que a partir de ese momento me gane su enemistad inevitable.

Escribe: Augusto Sebastián

[email protected]

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