jueves, mayo 2, 2024

Historias de un salón de clases

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Pocos conocen lo que ocurre al interior de un salón de clases, se cree que los alumnos son depósitos de conocimientos, a veces, tomando una embarrada de conocimientos, otros dirán que no se hace nada y muchos más creerán que le tocó a su hijo un mal docente y de ahí deriva el rezago académico, la conducta del alumno, la apatía, el desconocimiento de lo más básico en aprendizajes y nada más falso que una moneda de siete pesos.


Quienes estamos la mayor parte del día en un aula vivimos algo muy distinto a lo que piensan los padres de familia, las autoridades, los gobiernos, la sociedad, la comunidad. Un aula es una fábrica de sueños, un laboratorio de ideas, un confesionario, el diván de un psicólogo, una máquina de risas y juegos, una nave de ilusiones, un costal de cachivaches, un tren aventurero, un enorme libro de historias, un intercambio de piojos, una caja de sorpresas, un circo lleno de magia y colores, un monstruo escondido bajo el cuaderno, un avión cargado de aventuras.


Dentro del aula, para muchos de los alumnos es su fortaleza, su casa de seguridad, el lugar donde son niños, son felices, son visibles y escuchados; no hay nada más cristalino que la mirada de un niño, al ver sus ojos se puede observar que guarda dentro de su corazón, su cerebro, su alma. Los niños, sobre todos los más pequeños no saben mentir, no fingen ni escogen las palabras o emociones que los abrazan, para ellos, decir lo que viven en casa es natural, escuchar que en casa hay golpes, violencia, carencias de comida, de tiempo, de atención y lo que más necesitan: A M O R y muchos de ellos no lo tienen, necesitan un abrazo, escuchar que son valiosos, importantes, amados y protegidos.


Como docentes, las autoridades nos dicen que en problemas de familia no podemos intervenir, nuestra relación con el niño es solo pedagógica, sin embargo como quedarse cruzada de brazos cuando detectamos un alumno abusado, violentado, viviendo en pobreza extrema, acostumbrado a los golpes, al abandono, a la falta de cuidado, a no saber siquiera, quién es su padre, así como aquellos que son tomados como arma mortal para exigirle al padre la manutención y la amenaza de no dejar que los vea, llenar el corazón y el sentimiento del niño de odio y rencor hacia el padre ausente, los olvidados por aquellos que la palabra “papá” les quedó muy grande y abandonaron a la mujer preñada, dejando a la carne de su carne y sangre de su sangre en el total desamparo, aquellos que no conocen ni la cara ni el nombre del producto de un espermatozoide prófugo.


Escribir las historias que convergen dentro de un salón de clases daría para publicar varios libros con miles de historias fantásticas, extrañas, increíbles, lógicas, ilógicas, terroríficas, tiernas, inocentes, divertidas, los niños no tienen tabús para contar lo que se vive en casa, lo que se habla, lo que se hace, lo que se dice, incluso, lo que los padres expresan del mismo docente, recibir sus cartitas, sus recados, sus mensajes son regalos de vida, escuchar a un alumno decir que me quiere mucho, que no quiere que lleguen las vacaciones porque extraña la escuela, a su maestra no tiene precio. A veces, la clase magistral que se prepara con antelación, pasa a otro plano cuando alguien llega triste, lloroso, enojado, muy feliz, apático, cuando alguien necesita un abrazo, decir aquello que no se atrevió decir a nadie.


Ser docente es la mejor decisión que tomé, también un día fui niña, también llevaba a la escuela mis miedos y mis secretos, no encontré ese abrazo que necesitaba, mis sueños no fueron despertados, mis lágrimas se oxidaron y petrificaron, aunque tuve la mejor maestra, mi madre que, en medio de su ignorancia, me enseñó a escribir, a leer, a disfrutar la música, el arte, la danza, la vida. Solo cuando llegué a la Escuela Normal decidí el tipo de maestra que quería ser y lo que no debía ser para mis alumnos. Ahora, a través del tiempo, vuelvo a encontrar a varios de aquellos que fueron mis alumnos y al ver su sonrisa, sentir su abrazo, sé que no lo hice mal y que desperté los sueños y los lancé al viento, muchos supieron perseguirlos y alcanzarlos, aquellos que no, tomaron decisiones, pero algo me dice que llegarán a la meta. Cuántas historias se ocultan dentro del salón de clases.
Escribe: Lorena Reséndiz Mendoza

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