viernes, abril 19, 2024

LAS MIGAJAS #MotelGarage

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Desde cierto punto de vista puede ser una historia cómica. Para cagarse de la risa en Plaza de Armas. 09 horas. Mucho frio. Un frente frio azotaba el norte y en el centro del país se sentía muchísimo. Arriba un cielo azul. Se levantó. Es de carne endurecida como roca petrificada. Sin ropas de abrigo; apenas cubierto con unos jirones de lo que pudo ser una chamarra de raso azul cielo. Los cabellos enmarañados, de un color indefinido. Guardo veinte mugres pesos en el cajón que tiene bajo llave en la silla de bolear. Todo parecía normal. Sí, todo parecía normal.
El día comenzaba bien. Todo el puto día tenía para lustrar zapatos. Acomodo la antena del radio. Como siempre, no cogió bien la señal. En la casa su esposa no lo espera, espera el varo. Su cuerpo amplificaba el sonido de la respiración como una gran caja de resonancia. Era como escuchar una fuerte corriente de aire entrar y salir por un ventanal. El varo es lo que mueve al mundo. Para el mantenimiento del matrimonio hay que sacar varo y para ir a la selva a matar te dan varo. Sólo hay que sobrevivir, y cumplirías tu promesa. Lejos de las negociaciones del capitalismo financiero sin regulación alguna, la banda del común y corriente padecen los vaivenes de una economía que no crece. Su esposa tiene un grandísimo problema de salud…desayuna, come y cena. Y no cena, come y cena poco. Con esa gordura no solo desayuna, come y cena, sino que desayuna, come y cena pero por cuatro personas de peso normal.
Había terminado de lustrar los zapatos a un funcionario público que ni tardo ni perezoso entro a palacio de gobierno donde puede darse la impunidad y los excesos. No estaba para nadie. Siempre encerrado en sí mismo y alejado de las voces de la calle, del fuego en el llano.
Nada más el don nadie termino de lustrarle los zapatos y corrió a Palacio de Gobierno. Tenía prisa. Los hombres del poder siempre tienen prisa. Tres años en Gobierno del Estado. Tres años en el municipio tuvo. Seis años en el poder. Le faltan tres años en el gobierno del estado. Nadie le asegura que continúe. Así es la vida. A veces estas. Luego ya no estas. Su patrón fue elegido. Y a quien elogia virtudes de estadista. Votamos libremente, luego somos libres. Peones en el ajedrez primitivo de la disputa por el poder político. Esa es nuestra democracia. Así debería funcionar, al menos en teoría, nuestro sistema democrático, el que creemos más avanzado del planeta. Tenemos idealizada la palabra democracia, cuando en verdad, nos limitamos a depositar, cada tres años, una papeleta con unos candidatos preelegidos por los todopoderosos partidos políticos. Depositamos la papeleta y vuelta al conformismo que nos caracteriza. Porque, en verdad, ni somos tan libres como nos creemos, ni nuestra democracia nos permite participar.
Una buena parte de la población mexicana que queja un día sí y el otro también de que los partidos políticos reciban millones y millones de pesos en prerrogativas. Se quejan que se hayan convertido en agencias de contratación y que solamente se beneficie el enriquecimiento de unos cuantos y no la mejora de toda la población.
El funcionario y político de cepa entro y cerraron la puerta de Palacio de Gobierno una pareja de oficiales intramuros quienes vieron entrar como alma que lleva el diablo al político de cepa. Que cepa la chingada como se llama porque ellos nunca habían tenido la posibilidad de estrechar sus manos con la del funcionario público. Para ella, el funcionario comete el luciferino crimen de igualarse a Dios. Para el es un personaje demoniaco, quien sabe. En lo suyo. Su chamba. Abrir y cerrar la grandísima puerta de Palacio de Gobierno además de hacerse unas super chaquetas mentales de cada uno de los personajes de carne y hueso que habitan ese lugar de un extremo a otro. Su realidad va más allá de los confines de la realidad. Lo que había que hacer no era mucho.
Ella con el pelo aun mojado. Se veía que cuando quería algo luchaba hasta conseguirlo. Y lo estaba consiguiendo. También se ve que es muy caliente como cualquier mujer. Es de tierra caliente. Valiéndole madres la mala leche de sus compañeros y compañeras de la corporación acreditada quienes no la bajan de vieja caliente. De todos modos, faltaba ver si era cierto. Las mujeres suelen exagerar. Principalmente las feas. Metida en el azul marino de esa falda recta (que de recta no tiene más que el nombre), blusa blanca y chaleco antibalas que combinan a la perfección. El oficial con cara de güeva metido en uniforme del mismo color que los de su compañera oficial. Su pecho late, pero siente sus latidos más abajo, precisamente a una cuarta del ombligo. Es la neta. La pura verdad. Ella tiene una amiga y compañera muy parecida. Hasta la madre. Son copia fiel. El problema es que se enojan por las mismas cosas. Y por momentos parece no haber salida a los embrollos estúpidos en los que caen. Son como un eco de la otra. Cuando discuten parecen esos muñequitos que caminan y que cuando se topan con un obstáculo se echan para atrás y vuelven a ir hacia adelante para chocar otra vez, y otra. Terminan cansándose una de la otra.
Las dos amigas tienen su título enmarcado que las acredita como policías estatales acreditables colgando de un clavo en la pared encalada. Dan cuenta de ello dos que tres compañeros y comandantes de la corporación que han salido de la casa de sus compañeras hasta las chanclas de pedos. Llegado el caso los títulos les servirán a las compañeras de testigos. Son la facha de una video cámara. Ni hablar.
Hasta antes ella trabajo como mesera en una fonda de comida rápida, pero no era una fonda cualquiera, era una cantina de cuarta categoría donde las meseras mostraban el cuerpo, con ropa dos tallas más chica y donde efectivamente inicio como trabajadora decente y sus manos delante de sus pechos.
El patrón no pudo evitar mirarla a ella y a sus pechos enormes de la decente y recién contratada mesera de no malos pechos. La mesera tenía a quién salir. Su madre y abuela gozaban de tal popularidad, Tenían mucha pechonalidad. Por lo visto era una cuestión generacional.
Pero el que no era nada decente era el patrón quien inmediatamente y después de haber escuchado sus reclamos de las restregadas y los apretujones e invitaciones a salir por parte de los educados parroquianos y exquisitos clientes de tan lujoso lugar, le dijo que en esa fonda quien no coje no sale de pobre y pues ella entendió y pues ni pedo, pero no aguanto mucho la friega, porque medio litro de semen más tarde salió apresuradamente a buscar chamba en otro lado. Detrás de ella iba el cabrón que amablemente le había invitado a pasar a la fonda.
Señorita, ¿busca usted?, oyó la hoy oficial intramuros decir a un joven que estaba muy mamado, que se veía que se pasaba horas entre bíceps, y le comento casi al oído izquierdo que estaban solicitando personal. Una luz de esperanza. Le dijo que tenía que ser mesera de mente abierta. Ella no escucho. Su oído izquierdo desde niña estaba un tanto cuando dañado. Tiene sordera parcial debido a una pérdida de la capacidad auditiva. Ésta puede ser un rasgo hereditario o puede ser consecuencia de una enfermedad, traumatismo, exposición a largo plazo al ruido, o medicamentos agresivos para el nervio auditivo. Igual que el árbol que cae en el bosque sin que nadie pueda escucharlo. Aunque hasta el momento no se había visto un árbol que cayera por voluntad propia.
Entro al lugar.
Ni las gracias le dio al mamado cadenero quien le había hablado al oído desinteresadamente. Sus pedos es que le urgía trabajar. Y aceptó, porque meserear no es tan malo. Es un trabajo decente se dijo para sus adentros.
Y adentro sopas. Desentones tuvo que dar cuando escucho que el patrón le dijo que si quería salir de pobre tenía que dar el culo y, pues ni pedo, ni modo de echarse para atrás. Y de atrás para adelante y atrás para adelante.
Con una mano cobrando y con la otra una cuba, fue que entendió que esa fonda no era tal cual, sino que realmente era una fonda de mala muerte donde las meseras no eran tal cual si no que eran meseras disfrazadas en el ejercicio más antiguo del mundo.
Salió corriendo. Una luz de esperanza. Otra luz de esperanza. Lo que siempre había querido se le estaba presentando en circunstancias muy raras. Uno de los asiduos clientes le soplo al oído bueno y desinteresadamente que le podía echar una manita para que ingresara a la policía estatal. Y lo hizo. Le echo una manita. Una manita por aquí. Otra por allá. Una manita agarrando tetita. Otra manita bien sobres en el otro pechito. Una manita en la piernita. Otra introduciéndose en el culito. Una abriendo labios superiores.
Otra manita pasando por la boquita. Después de medio litro de semen estaba más que puesta para aventarse el curso de policía estatal y también a dos que tres comanches y compañeros del colegio de policía. Sin dejar de lado al mamado aquel que también salió corriendo de aquel antro, pero porque estaba enculado de esa vieja que se le había clavado bien gacho en el corazón.
Porque el comandante tres equis no andaba solo. Tampoco chupaba solo. En la mesa lo acompañaban siempre tres comandantes. Pero el comandante tres equis era para ella, el más atractivo de los cuatro pese a su narizota y acné que habrían acomplejado a otros.
Lo que siempre había querido se le estaba presentando, y aún más, sí se la cojía y palabritas al oído bueno. Al derecho. El oído derecho fue el que ella le acercó al comandante tres equis así como no queriendo cuando así como no queriendo, con provocadora lentitud, y cuando iba a recoger algo junto a la mesa donde departían cuatro alegres comandantes acreditados, se agachó a recogerlo, pero sin flexionar las piernas. Aquella postura le permitió ofrecer una imponente y demorada exhibición de nalgas. Luego entonces el comandante caballerosamente le dijo algo al oído bueno.
Al derecho. Tengo algo interesante que decirte mientras le mostraba la cartera y le llevaba a los privados que ese lugar tenia para clientes asiduos y exclusivos, porque además se daba el lujo de tener privados VIP. Al derecho. Recordemos que del otro oído nada de nada. Porque desde pequeña tuvo dos problemas: Soñaba con ser agente de la policía acreditable y además tener como pareja a un comandante policiaco acreditable que aun más le dijera cosas padres al oído bueno.
Al bueno, no al otro.
Y el bueno era el comandante tres equis. El bueno para lograr sus objetivos que desde niña tenía bien puestos.
Dos que tres veces ella paso por la clínica para comprobar el grado de sordera. Se le hizo prueba de audiometría, de tal manera entendió y quedo muy claro y sin lugar a dudas que una persona con sordera puede tener problemas en la percepción correcta de la intensidad (decibelios) o de la frecuencia (hertzios) de sonidos relacionados con el lenguaje oral, y dos que tres veces se le dieron resultados diferentes para cada oído. También se le quedo muy bien grabado que la pérdida de la capacidad auditiva generalmente se describe como leve, benigna, moderada, severa o profunda, dependiendo de dicha prueba. Para concluir que generalmente, cuando una persona cuya pérdida de la capacidad auditiva supere a los 90 dB, se considera entonces persona sorda. Pero leve, benigna, moderada, severa o profunda fueron las vergas que se introdujeron en su vagina en aquellas clínicas donde los médicos muy amablemente la invitaron a realizarse un chequeo médico a la señorita que con burda coquetería les explicaba su problemática mientras recogía algo del suelo. Los médicos se enorgullecían de contribuir con sus granitos de arena. Ella se enorgullecía de contribuir con la paz de los médicos. Le gustaba chantajearlos.
El comandante y sus amigos comandantes nada pendejos captaron que la caída del objeto era una maniobra adrede. No por nada son comandantes acreditados. Obvio que lo del objeto caído era un fraude, un puro show para exhibir sus glúteos. Porque el que no enseña no vende. Y ella tenía mucho que enseñar para vender.
Para calentarlos, claro. Porque en ese lugar mesera que no coje no sale de pobre dijo el filósofo y dueño del decente lugar. Y ella quería salir de pobre. ¿La causa de dichos problemas? La causa, cualquiera que fuese. Que nos importa. Allí están aquellos que compartieron muchas cosas en aquella fonda ahora abriendo y cerrando ese gran portón de madera que se ve a todas luces impresionante. No pocas veces se vientan la madre al día. Él está encabronado. Tiene que hacer guardia con aquella a quien alguna ocasión y de manera atenta y servicial le ofreció trabajo de mesera pero además tiene que soportar que es la vieja del comandante tres equis, asiduo a la fonda de cuarta disfrazada de fonda de comida y donde daba y prestaba todo tipo de apoyo. Pinche comandante de mierda, decía para sus adentros. Le siguió los pasos. Pero nada más. Le invito a trabajar en la fonda, pero nada más.
Hasta el amor cuesta.
El ganón fue el pinche comandante tres equis. Y las tres equis no eran por su gusto a chupar cervezas de esas, eran porque efectivamente tenía un cargo muy chingón en la corporación policial lo cual permitió que la ex mesera y ex cadenero que la acompaña ingresaran sin tanto pedo al colegio. Y entraron. Y entraron. Hasta que salieron con el grado de oficiales intramuros. Y ella salió tan contenta que inmediatamente le dijo al comandante tres equis vamos a festejar papi chulo levantándose la blusa mientras le mostraba una pastillita de color azul. Si no, aquella cosa tan tiesa, negra y dura no le iba a aguantar ni para el primero.
Festejaron por aquí y por allá. Desinteresadamente y movida por una precoz vocación le cogió el pene con una mano mientras le besaba apasionadamente porque finalmente estaba viendo cumplido su sueño de ser agente de la policía además de tener como amante a uno del cuerpo policiaco que en un dos por tres la iba a poder ascender de grado, pensaba mientras le daba unos jalonzotes al pobre viejo agente.
Siempre escoltados por el excadenero.
Ni pedo.
Cuando el viejo comandante ya acariciaba con sus labios el bultito sonrosado, turgente, anuncio que le iba a echar otra manita, que muy pronto iban a venir los ascensos. La ex mesera inocente soltó ayes y gemidos; se desnudó y lo besó en todos los lugares besables. Fue feliz cinco veces, como lo evidenciaron sus pezones erectos y anegada vagina.
Y les dieron las diez, la once, las doce y la una.
Las dos y las tres y desnudos al anochecer los encontró la luna.
Porque para eso era la pastillita azul aquella.
Pero bueno les comentaba que el funcionario se perdió en el palacio.
El bolero y el funcionario habían conversado. Aquel le saco la plática. Le hablaba con propiedad. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas. Le hacia la barba era lo que hacía. El funcionario aguantaba la plática. Metido en chamara de gusto refinado. No estaba para escuchar al cabrón del bolero. No tiene oficio político. Parece que ya se ha olvidado el oficio político. ¿A qué venían la indiferencia y el fastidio? Le contestaba con arrogancia. Impecable en el vestir y refinado en el hablar. No estaba sin ningunos deseos de compartir nada con nadie. Mucho menos conversar con alguien que masticaba chicle. Homo homini lupus. Nada nuevo bajo el sol.
El bolero se levantó de su lugar de trabajo. Sin mediar palabra con sus compañeros de trabajo. Camino rápidamente. Tenía que. Llevaba una gran bolsa con cinco pares de zapatos de mujer. Los demás días habían sido muy jodidos. A Plaza de Armas estaban llegando unos manifestantes. No diez. Ni veinte. Eran dos centenas de manifestantes. Ordenados.
Por poco y choca con dos de ellos. Sin darse cuenta. Era tanta su prisa como alma que lleva el diablo. No se anda con chingaderas. Mientras caminaba aprisa se llevó una mano a la bolsa del pantalón y extrajo la cartera. Saco una tarjeta telefónica. Lleva prisa. Va al teléfono público. Marco. De los edificios vecinos se asoman de vez en cuando personas. Escupió el chicle con la violencia de una bala. Fingió bostezar. ¡Qué hueva! Con quejumbrosa voz reporto que un grupo de manifestantes llegaba a Plaza de Armas. Poco a poco la plaza se había llenado de manifestantes. La Plaza de Armas ya no era la plaza donde no pasa nada. Dio santo y seña.
Escribe: Augusto Sebastián García Ramírez [email protected]
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