jueves, abril 18, 2024

Las niñas de mi linaje #ideasqueacomodaneincomodandelorena

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Esta semana, hablaré de las mujeres que dieron origen a la persona que soy, algo que pocas veces nos detenemos a pensar, ¿De dónde procede mi origen? ¿Quién será la mujer que me heredó sus genes? Las personas que tuvieron la fortuna de conocer a las abuelas, a las bisabuelas y tatarabuelas pueden rescatar una valiosa información sobre estas mujeres, las que vivieron la revolución, la independencia, la primera y segunda guerra mundial, de manera indirecta, las enfermedades que azotaban al país, los cambios en los paisajes de los pueblos, en la ropa, en las modas, en los inventos, en la manera de pensar, en la sexualidad, todas ellas fueron niñas, quizá algunas vivieron esta etapa, otras no disfrutaron esta maravillosa etapa, por ello quiero honrar a todas ellas, a las niñas de mi linaje. No tuve la oportunidad de conocer a mis abuelas como hubiese querido, la paterna originaria de Querétaro, la materna tamaulipeca, pocas veces tuve la oportunidad de platicar con ellas, no supe si me tenían ese amor que las abuelas saben dar, las conocí ya grande, pocas veces visité su casa, no disfruté de sus comidas, de sus apapachos, de sentir una caricia, un regaño, un regalo, y no porque fueran malas, simplemente no nos conocíamos, éramos unas conocidas desconocidas, me gustaba acompañar a mi padre a Tampico a visitar a la abuela Virginia porque viajar con mi padre era fantástico, escuchar sus historias mientras el autobús llegaba tras once horas de viaje, comer todo lo que se me antojaba sin la mirada molesta de mi madre, llegar al puerto era visita de doctor a la casa, visitábamos a las tías, hermanas de la abuela que tenían a su cargo a la bisabuela, después de aburrirme escuchando historias, la recompensa era llegar a Miramar, subir al siete mares y soñar, el gusto duraba muy poco, había que regresar al hogar, mamá se había quedado sola con la parvada de chamacos que eran mis hermanos. Mi abuela queretana la conocí cuando tenía dieciséis años, no sabía que existía, mi padre salió de aquí a los catorce años con los bolsillos llenos de sueños, el corazón herido y el alma lastimada, no volvió hasta que sus cicatrices cerraron, ella era muy tímida, no entendía mi manera de desenvolverme, no me gustaba venir, era una odisea, si llegábamos tarde a la vieja central de San Juan del Río y no alcanzábamos el último camión que salía a las siete, era pernoctar toda la noche en la central, porque papá no traía para pagar un hotel, y vaya que lo viví varias veces. La casa de la abuela materna era muy grande, llena de flores, con grandes ventanas, otrora con un poder económico muy alto, la casa de mi abuela paterna, piedra sobre piedra, sin luz, sin agua, me imaginaba que era de la época de los Pica piedra por la cantidad de ellas que había en la comunidad, me daban miedo las dos, trataba de no despegarme de papá aunque al llegar a su lugar de origen parecía que llegaba el mismo Papa, todos se congregaban a saludarlo, y de paso a tomarse una coca con alcohol y pasaba horas departiendo con los amigos de su infancia, si dormía un par de horas era bastante, pero dormía muy bien de regreso a Tlaxcala. Muchas tardes, sentada al lado de mi madre, mientras la veía bordar sus servilletas me contaba de su infancia, como la vivió con su abuela Amalia Niño, una española que llegó refugiada a Tampico, por andar de falda suelta, la casaron con el caballerango y tuvo seis hijas, una de ellas, mi abuela, mi madre se crío con ella, era maravilloso escuchar como dormía en una gran cama de latón con muchos velos, también decía que la bisabuela Amalita como le decían la llevaba muy pequeña a todos los rosarios habidos y por haber, y como mamá llenaba su inseparable bolsita de tamales, panes, galletas, dulces y todo lo que daban, de los pellizcos que recibía si dormitaba, de los vestidos que mandaban hacer especiales, de dormir con una pistola cargada bajo la almohada porque así acostumbraba Amalita, de los viajes a caballo a Jaumave cuando les avisaban que una res se había desbarrancado o habían cazado un venado y había que ir por la carne, también de los días de reyes, de los juegos con sus amigas, de los sueños que tenía por conocer la ciudad de México, también contaba que su abuela le contaba cómo fue su niñez en Galicia, y cómo fue la niñez de su madre y abuela, por ello hablo de esas niñas de mi linaje, ¿Qué heredé de ellas? Es importante rescatar estas historias, conocer quiénes fueron las mujeres que habitan en mí a través del tiempo, quienes forjaron mi carácter, mis ideas, qué debo sanar y perdonar, esas mujeres que también fueron niñas dónde dejaron sus sueños, sus juegos, sus risas, no tengo hijas, no quiero heredarles lo que a mí me legaron, no sé si algo de ellas debo sanar, he hablado con esas niñas en el tiempo y he desatado sus nudos, creo que a través de las historias contadas las conozco y me reconozco como parte de ellas. Por ello, a quién se toma un tiempo de leer mis historias y conoce a sus abuelas, las tiene en vida, se dé un tiempo de conversar con esa niña que fue, quizá conozca a través de sus ojos y su recuerdo a las niñas de su linaje, se conozca a sí misma y cierre esas heridas de la infancia para que no se repitan en las niñas de su futuro. Lorena Reséndiz

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