miércoles, abril 24, 2024

#verdadesqueacomodaneincomodandelorena El viejo del costal

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Es bueno recordar de vez en vez, anécdotas que nuestros abuelos contaban, que repetían nuestros padres, ¡Claro! de los que somos de generaciones de otro siglo, ya que, actualmente, si las contamos a nuestros hijos o nietos nos dirán “¿De cuál fumaste?” Me parecen maravillosas esas historias que mi madre, a falta de carácter para meter en cintura a una bola de chamacos latosos, nos contaba cuando una travesura se salía de control, no necesitaba a veces el uso de la famosa chancla voladora que nos enderezaba de inmediato, bastaba con esperar la hora de reunirnos a todos, sobre todo en la merienda, y así, como sin querer, empezaba a contar verdaderas historias de terror, que de verdad nos hacían reflexionar y pensar en los “pecados” que a esa edad cometíamos. Mi madre era experta cuenta cuentos, quizá por ello, también le hago al cuento, los escribo y los vendo. Dramatizaba, como verdadera actriz lo que ella decía haber visto cuuando era niña, lo que le contó su madre que pasó y lo que la bisabuela vivió en carne propia. Vieron al Charro Negro, a La Llorona, al Nahual, a la Parchada, al Fraile penando, a La mujer sin cabeza, al niño de la barranca con dientitos, la mano peluda y muchas más, que podrían armar un compendio de cientos de hojas. Estas narraciones, lograban por un tiempo calmar nuestras aventuras, por el miedo, la superstición, o simplemente porque mamá lo decía y eso bastaba. Actualmente, los niños ven en videojuegos escenas impactantes de muertes sangrientas y demasiada violencia y nada les causa temor, creo, sin temor a equivocarme que el mayor miedo de los niños y jóvenes es quedarse sin el celular, sin el control de la televisión, sin la Tablet o la consola de X- box, si contáramos las historias que nos causaban temor, pensarían que éramos o muy tontos o algo peor. Les contaré una historia que mi madre usaba recurrentemente para asustarnos si nos salíamos a la calle sin permiso, si en la noche queríamos seguir jugando, si nos portábamos mal y muchas cosas más que servían de pretexto para que se nos apareciera el viejo del costal, aquí les cuento una de las tantas veces que lo utilizó y la única vez que a quien se le apareció este personaje fue a ella, el susto que se llevó, lo recordó siempre y servía para reír un buen rato. Extraño esa risa de mi madre, seguro que aún ríe al recordar su travesura. Mi hermana Ma. Del Carmen, era extremadamente chillona, de todo lloraba, mi madre, había llegado al límite de amenazas, chiqueos, consentimientos, regaños, premios, nada funcionaba. Decía, con ánimo de asustarla que vendría un viejo chaparro, chimuelo, tuerto, era tanta la mugre que, la poca piel mostrada semejaba un viejo cocodrilo, con uñas de manos y pies como garras, pelo largo, canoso, enredado, lleno de piojos, apestaba peor que un basurero al medio día, cargaba un horrible costal, del cual emergían gritos desesperados, aparecía donde se oyeran chamacos llorando, los que se peleaban con sus hermanos, los que decían mentiras, los que andaban de noche en la calle, los metía al saco y desaparecían, nadie sabía a qué lugar los llevaba, las madres lloraban por sus hijos, pero nadie los volvía a ver. Mi hermana Ma. Del Carmen, era chillona hasta decir basta, por todo lloraba, que digo lloraba, berreaba y nadie podía calmarla. Cierto día, en que estaba en pleno concierto de lágrimas, a moco tendido, por alguna razón que solo ella sabía, mi mamá tuvo una genial idea, pensó en la mejor manera de pegarle un buen susto, yo tenía mis dudas que el viejo del costal existiera en verdad, aunque tenía mis miedos , me contó su idea de asustar un poco a mi hermana, le pediría ayuda a la viejita que teníamos como vecina para que se disfrazara como el viejo del costal, porque si el verdadero la escuchaba o alguien le decía que en esa casa vivía una niña chillona, vendría por ella, si se la llevaba de verdad, nunca la encontraríamos y ella, se moriría si eso pasara, aunque llorona, era su hija y la amaba. ___ Busca a la señora Conchita en su casa, tráela, necesito su ayuda, que traiga un disfraz. La susodicha era una vecina, viejita, menuda, voz tipluda, risa estruendosa para su complexión, la marcada cojera, hacía simpático su caminar, al arribar donde vivía, la encontré platicando con los pájaros y los perros, creo que entendían su plática, las aves trinaban felices, los perros agitaban felices la cola, apurada, conté el motivo de mi visita ésta, ni tarda ni perezosa se puso en marcha, antes de aparecer en el lugar donde se le esperaba, colocó sobre su cabeza un raído costal de ixtle, usado para acarrear mazorcas, debido a su tamaño la cubría hasta los tobillos, solo asomaban sus medias negras y su viejos y rotos tenis de tela, rengueando más de la cuenta, con fuertes golpes tocó la puerta diciendo: ____ Soooooooooooy el viejo del costal, me avisaron de una escuincla horrorosa que gimotea todo el día, molesta a todo aquel que la escucha, ésas son mis preferidas, ¿Dónde está? Mientras decía esto, se agitaba, se retorcía, al mirarla, la pobre criatura, de siete añitos, torció los ojos, su piel que era morena tirándole a negrita, se tornó blanca, lanzando un alarido cayó al suelo desvanecida, mi madre al ver a mi hermana inanimada pudo darse cuenta de la magnitud del espanto vivido, corrió a tratar de reanimarla, al ver lo que había ocasionado, soltó en desesperado llanto, al ver a su hija en el suelo, rezaba fervorosa a todos los santos de su repertorio y anexos, gritaba que le ayudarán con su chiquilla, Escuché su desesperado y acuoso llamado, urgía le llevará la botella de alcohol. Afuera, acompañada por el espantoso encostalado, me desternillaba de risa, sin poder contenerme, no sabía que me provocaba las carcajadas, si la carita de mi hermana pálida como la cera, o el rezo de mi madre pidiendo a Dios su ayuda y prometiendo que no volvería a nombrar al viejo del costal. Mi hermana nunca se enteró que el viejo del costal era falso, el clon como se dice hoy, mi hermana siguió de chillona, claro, con menos intensidad, si amenazaba con el llanto estridente mi madre le decía: ____ Sigue llorando, te va a oír el viejo del costal, y ahora sí, voy a dejar que te lleve, no te volveré a ver, ¿Eso quieres? Y, como por arte de magia, las lágrimas cesaban, me reía para mis adentros y pensaba “pues no que nunca volvería a nombrar al viejo del costal”. Recuerdo esa anécdota y me divierto como cuando niña, son bonitos los recuerdos con sus espantos, con su nostalgia.
Maestra Lorena Reséndiz

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