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La noticia me provocó un retortijón que no se me bajó con ninguna medicina efervescente ni con agentes antidiarréicos. Fue terrible, pero tenía la esperanza de otra posible información que me hiciera gozar la cena de Navidad, pero por más que la busqué en todos los medios, nunca la encontré. La primera noticia que detonó mi estado de malestar, es que los diputados y senadores de Morena fueron a Los Pinos, mientras esperaban a que el Presidente los recibiera, entonaron jubilosos: “Serviles a AMLO y a mucha honra” Lo único que les faltaba eran unos pompones de colores.
La noticia redentora que buscaba era: los legisladores queretanos se salieron de Los Pinos, al preguntarles el motivo de su retiro, ellos habían respondido que eran representantes de un Estado en el que se discutió y aprobó la Constitución, que había tenido como una de sus principales conquistas: La división de poderes. El grito, consideraban, era una aberración jurídica y no estaban de acuerdo. Sabían que el poder legislativo es un freno del poder del Ejecutivo, no un grupo de porristas. Que los electores habían votado por ellos para que fueran vigilantes de la administración, no sus mandaderos. Que como representantes del pueblo de Querétaro tomaban distancia del grupo y de su grito: “Serviles a AMLO y a mucha honra”. No formaban parte de los legisladores identificados como el grupo; “NO le quitamos ni una coma”.
Algunos diputados y senadores trataron de justificarse diciendo, que eran leales al Presidente, perdón, mejor sin el perdón, pues su actitud pública no me provoca ningún respeto, los corrijo: son fieles, no leales. La fidelidad es cualidad de fanáticos. Éstos, los fanáticos, sostiene Jung, encubren una duda reprimida. En su inseguridad no buscan ni quieren el diálogo, pues no les interesa que los convenzan de otra opción. La fidelidad está en el mercado, se puede comprar; la lealtad nunca, su valentía siempre pondera. La fidelidad es sometimiento, babea y está de rodillas; la lealtad es estar “al lado de”, en circunstancias complejas y difíciles, pero de pie, nunca perdiendo la racionalidad y la dignidad personal. El político fiel camina de frente, sin voltear ni escuchar, aparentemente tranquilo; después de todo tienen tan poco en qué pensar; el político leal, tiene dirección, pero está atento a todo lo que le rodea y lo coteja con lo que cree, camina con dificultad, pero corrige y perfecciona. La fidelidad es un acto de fe, la lealtad es un acto ético. Que el grupo “No le quitamos ni una coma”, no presuma, no tienen nada de leales; siempre serán fieles; genuflexos y al mejor postor; sin dignidad. La mejor forma de reconocerlos es verlos, siempre tendrán las rodillas peladas por tanto usarlas.
¡Caray! Y yo tengo amigos de Morena, que respeto, ¿Cómo fue posible compartieran tanta abyección? Me imagino que pondrán en su curriculum partidista: “Soy parte de los miembros del grupo parlamentario de Morena: “ ¡NO le quitamos ni una coma!. Que quede constancia que actuamos, no como representantes populares sino como títeres del Ejecutivo.
Me resulta difícil imaginar, lo que sintieron en la noche al llegar a su cama, solos, platicando consigo mismo, haciendo un recuerdo de su día. Meditaban: “¡Ese grito de “Serviles a AMLO y a mucha honra”, no fue un sapo cualquiera, fue un sapo de canal del desagüe, no solamente con agua y lodo, sino aderezado de pis, pos y cualquier tipo de material podrido. Tal vez siguieron pensando en la soledad y la oscuridad: “Traicioné no solamente a mi responsabilidad institucional, a la ley, a mis electores, a mí mismo. Soy un auténtico traidor a la Patria. Pero así es la política, de lo que se trata es de subordinar mi ética personal, mi trayectoria, con tal de que Presidente sienta mi sumisión a lo que diga. Algo raro me está pasando, siento un poco de calor en la cara, ¿No tendré calentura? Voy al espejo a ver qué tengo. Dios mío, estoy chapeado, todo rojo, identifico ese matiz de rojo en mi piel, alguna vez lo tuve. Ya recuerdo, es rojo de vergüenza, creo que dentro de mí, hay un girón en mi conciencia que todavía late. ¡Maldita sea¡ No he logrado matar a mi Pepe Grillo. Ya basta, debo consolarme pues el Presidente me vio cuando, no gritaba, sino que berreaba y gesticulaba: “Serviles a AMLO y a mucha honra”. Yo me abrí paso a codazos en medio de todos los barberos, luego frente a él me le quedé viendo al Presidente hasta que casi lo obligué a que me observara. Estoy seguro que lo convencí de mi espontaneidad y vehemencia. Hasta lo vi cuando me sonrió. Estoy seguro que al palomear candidaturas o cargos se acordará de que soy un auténtico sirviente, sin voluntad propia ni vergüenza para obedecer. Creo que el sapo valió la pena, además no debo preocuparme mucho, ni mi familia, ni las mascotas leen los periódicos. ¿Y el juicio de la historia? Me vale la historia, cuando se escriba esta ignominia, yo ya estaré muerto.
Escribe: Edmundo González Llaca