Estábamos hasta la pinga de borrachos. Nos habíamos metido unos bidones de ron habana siete años, santero, cervezas cristal y bucanero allí en esa casa. Estábamos todos. Bueno no todos los que habíamos caído en esa casa. Los últimos se habían retirado hacia unas horas. Pasamos a compartirnos las hembras. De manera consciente o no, la mayoría manifiesta que singar procura continuar con la vida, hasta donde las circunstancias lo permiten; es el modo más sano de encarar la posibilidad de la muerte. El último en salir fue el vecino de la casa vecina para meterse a la osamenta de su casa, igual que la del anciano, podía venirse abajo de un solo golpe. Se la había pasado en la casa solo para recoger un centenar de latas de cerveza bucanero. Porque eso fue lo que nos habíamos tomado de cervezas. Pa la pinga, dijo. Se puso de pie y comenzó a cantar: ¡Ay!… En mi botecito… Tan lindo y tan chiquito… Nos iremos a pasear…otrora repetía en sus borracheras esa canción. Hoy la repite sin borrachera. Borracho de desvelado si estaba. Borracho de llevarse a su casa cien latas. Le dije que se llevará la comida que había en la mesa y le di una botella de santero. No me puso ninguna objeción. Salió cantando. Cómo en otros tiempos. Cómo en sus tiempos revolucionarios. Porque era tan viejo como la misma revolución que encierra nostalgia y romanticismo. Sus ojos presentan un brillo inusual que los hace ver triste y apagado. Un viejo ateo y descreido que vive en una vetusta mansion de la época del capitalismo, mucho más alegre y optimista que el día anterior cuando le quedan unos años de vida siempre muy pero muy optimista. Es fiel admirador de Fidel y el Che. Un viejo que intentaba disimular que respiraba con normalidad, cuando en realidad sus pulmones emitían un sonido semejante a un viejo y gastado fuelle.
Él me había visto entrar a su casa vecina acompañado de cuatro mulatas de faldas cortas y exuberante trasero. Cargabamos con muchas cervezas , cigarros, ron Habana siete años y ron santero. Luego llegaron unos mulatos y otras mulatas. La fiesta iba a ser interminable. De nunca acabar. Y si acabábamos iba a ser con la pinga dentro de todas esas hembras putas. Porque la intención era que aquello terminará en una orgía revoluciónaria. El cielo comenzaba a presentar los primeros pincelazos de luz cuando entre con Yumisleidi al cuarto. En mi mente Cuba es sinónimo de libertad sexual donde los extranjeros son tratados con exquisita amabilidad y dónde mujeres lindas abundan por todas partes. Allí fue cuando al unisono y como si se hubieran puesto de acuerdo las cuatro cubanas culonas gritaron compartamonos, del verbo compartir. Acto seguido acatamos el verbo.
Escribe:
Augusto Sebastian
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