Les voy a platicar (iba a escribir “narrar”, pero me pareció presuntuoso) cuestiones que sucedieron hace más de cincuenta años. Es decir, ha pasado mucha agua bajo los puentes y algunos ríos hasta se han secado. Lo traigo a colación para solicitar la indulgencia de los lectores, pues hay el riesgo que no sea tan verídico y puntual al citar algunos diálogos o circunstancias, debido a que ya el señor alemán Alzheimer persigue a mis neuronas, pero la causa de las imprecisiones está alejada de mi desbocada imaginación. Lo vertebral está a salvo.
Este mes de abril cumple años de muerto Octavio Paz y ante los reiterados textos por su aniversario, recordé las vivencias de nuestros breves y a veces escabrosos diálogos, que en perspectiva. a la luz fría de pasado, me han resultado de un gran beneficio en el análisis político y en el conocimiento de mi forma de ser.
Corría el año 1970, estaba en Cambridge, Inglaterra, cuando entré a una librería, había poca gente y descubrí que Octavio Paz estaba hojeando un libro. Me quedé pasmado, el personaje que había visto su fotografía durante muchos años en los periódicos, el mismo cuyo rostro aparecía en las estampas escolares, lo tenía frente a mí. Lo acompañaba una mujer que resaltaba por su maquillaje y buen arreglo, lo que no distingue propiamente a las mujeres inglesas y menos aún en una ciudad universitaria. Era Marie Joe, su esposa francesa. Después de merodear a su lado para verificar su identidad me atreví a abordarlo.
En voz alta le hablé – “Maestro Octavio Paz”. Él volvió la mirada hacia mí, con un gesto confuso y desconfiado. Agregué. “Soy –fulano de tal, estudiante mexicano”. Al verlo, más alerta que afable, continué: – “Quisiera felicitarlo por su renuncia a la Embajada de México en la India, en protesta a la respuesta del gobierno a la movilización estudiantil”. Su gesto adquirió un aspecto más amable y me preguntó: – “¿Qué hace en Cambridge?”. Respondí: – “Estoy elaborando mi tesis de doctorado sobre propaganda política”. Comentó: “¿No debería de estar en Alemania? Que con toda una maquinaria de propaganda manipularon a un pueblo”. Le respondí: “Tal vez, pero mi problema es que la única palabra que sé en alemán es VolksWagen”. Sonrió, en ese momento llegó Marie Joe y me presenté. Su presencia relajó más el encuentro y aproveché, para decirle. – “Estoy seguro que a los estudiantes mexicanos en Inglaterra les gustaría que nos compartiera su experiencia política y diplomática. ¿Podría buscarlo para reunirnos?” Paz respondió: – “¿Cuántos son?”. Le respondí. – “Entre Cambridge y Londres seremos una docena dedicados a las materias sociales” Paz y Marie Joe me escucharon, sin responderme se encaminaron lentamente a la salida. Sabía que el nombre de uno de los estudiantes le llamaría la atención y le dije: “Entre los estudiantes está Héctor Vasconcelos, hijo del Maestro José Vasconcelos”. Le atiné, detuvo su paso y le pidió a Marie Joe, que me diera su dirección. Paz habló: – “Me interesa por el momento sólo hablar con Vasconcelos. –se dirigió a Mari Joe- dales una cita la semana que entra, un día en la mañana que no dé conferencias”.
Localicé a Héctor Vasconcelos, que es senador y actual representante de México ante la ONU. El día propuesto por Marie Joe nos presentamos en el flat que tenía en la Universidad de Cambridge. Nos abrió la puerta, la siempre risueña Marie Joe y nos hizo pasar. Pudimos ver al fondo, través de un vidrio a Octavio Paz sentado en una terraza con vista a un jardín, aparentemente descansando. Héctor habló: – “Nos da gusto no interrumpir al Maestro”. Marie Joe le aclaró: “No se crean, cuando no tiene cátedra se sienta en esa terraza, según dice él, a platicar con él mismo, con sus amigos, con sus enemigos y con su página en blanco” Recordé a Schopenhauer que decía: “Hay tres tipos de escritores: “Los que piensan cuando escriben, los que piensan antes de escribir y los peores, los que nunca piensan”- Paz era un escritor que, de seguro, pensaba mucho antes de escribir.
De lejos observamos como Marie Joe cruzaba la entrada que separaba a la casa de la terraza y tocaba en el hombro a Paz, quien se paró, le dio un beso en la mejilla y fue a nuestro encuentro. Me saludó presuroso y se detuvo frente a Héctor, aún antes de sentarnos le dijo: – “Usted debe ser hijo del Maestro Vasconcelos y Esperanza Cruz, una magnifica pianista”. Héctor lo afirmó y procedimos a sentarnos. No terminábamos de acomodarnos cuando Paz se dirigió a Héctor:- “Yo le confieso que admiré mucho a su padre, pero nunca milité en el Vasconcelismo. Tenía interés en conocerlo porque nunca entendí, como es que su padre, un gran intelectual, que fuera líder de uno de los grandes movimientos de oposición del país, al final de su vida fuera simpatizante del nazismo. ¿Conoce Usted el intríngulis de esa evolución?”. Héctor se puso más pálido que de costumbre. Yo comprendí que no tenía nada que hacer en esa conversación, que incomodaba a Héctor, opté por pararme, argumentando que ayudaría a traer las tazas de té. Me presenté en la cocina y ofrecí mis torpes servicios. Marie Joe risueña me lo agradeció y aproveché, como buen queretano, a entrarle al fascinante mundo del chisme. Le pregunté dónde había conocido a Octavio Paz, respondió palabras más palabras menos: -“Yo estaba casada con un miembro de la milicia francesa, agregado a la Embajada Francesa en la India. Coincidí en reuniones diplomáticas con Octavio, me llamaba la atención porque siempre se destacaba por su inteligencia y cultura. Además- me sonrió pícaramente- es muy guapo”. Efectivamente, Paz era un hombre agraciado físicamente, tenía un color de ojos como gris azul, acerados. Contrastaba su aspecto varonil con su voz tipluda. Marie Joe, concluyó: -Me divorcié de mi esposo y regresé a vivir a París, el destino jugó y me lo encontré fortuitamente en París –sonrió- “Y aquí estoy”.
Cuando regresé a la sala en la que estaban Paz y Héctor, aproveché para poner un pretexto y retirarme. Marie Joe, consciente que yo había pasado a segundo plano y no había platicado con Paz, me comentó que los viernes acostumbraban a ir a un Pub que era tradicional en Cambridge. Fui varios viernes con mi amigo Ricardo Méndez Silva, que fue posteriormente Director a la Facultad de Ciencia Políticas y Sociales, hasta que un día los encontramos. Tuvimos la suerte que la persona que esperaban no había llegado y nos invitaron a su mesa. Paz, que era un molino de carne para sacar información de sus interlocutores, de inmediato le preguntó a Ricardo su especialidad, al saber que era Relaciones Internacionales, de inmediato le hizo preguntas sobre el tema. En eses momento eran las elecciones de Primer Ministro de Inglaterra y yo estaba pendiente de la campaña, me llamaba la atención los debates públicos y las injurias que el candidato laborista, creo que Harold Wilson, le dedicaba a la monarquía, llamándoles: “Los bufones mejor pagados de la tierra”.
En un breve momento en el que Paz y mi amigo Méndez Silva se quedaron callados, aproveché para comentarle a Paz que consideraba que la monarquía estaba a punto de desaparecer en Inglaterra. Me comentó: -“No se equivoque, la monarquía está troquelada en el espíritu inglés. En el Siglo XXI sólo quedarán cinco reyes”. – ¿Cuáles?”. Le pregunté intrigado, Paz respondió riéndose: – “Los cuatro de la baraja y el Rey de Inglaterra”.
A Ricardo y a mí se nos hizo costumbre ir al Pub y pronto tuvimos la oportunidad de reencontrar a la pareja. Paz me dio un pequeño folleto que había publicado: “Posdata”, mismo que en ese momento me dedicó y que actualmente debe estar asfixiado en un montón de libros de mi biblioteca. Al entregármelo me dijo: -“Léalo y me busca para comentarlo”. Marie Joe intervino y me informó que la siguiente semana viajarían a Londres y era una buena oportunidad para platicar. Verifiqué su salida y, al fin, pude sentarme con ellos en el tren.
Paz era mandón en el diálogo, siempre jugaba como local, de inmediato fijaba la litis de la conversación. Consciente de ello y antes de comentar su “Posdata”, regresé al tema de su renuncia de la embajada, que había escabullido en nuestro primer encuentro en la librería. Le dije:- “En una burocracia acostumbrada a despedir a sus funcionarios, que Usted renuncie ya es un acto de desafío al gobierno. ¿Por qué lo hizo? Respondió: -“Un intelectual tiene un compromiso con la literatura, pero también con su conciencia. Tiene que escribir bien pero también fijar su posición ante los problemas públicos importantes. Yo quise manifestar mi reprobación moral a la masacre estudiantil”. -“¿No intentaron- le pregunté- disuadirlo? Pues al Presidente no se le renuncia”. Comentó: “En diplomacia el lenguaje que se utiliza es melifluo –era la primera ocasión que escuchaba la palabra- y sí lo intentaron, pero ante me determinación, aparentemente me respetaron. Lo peor vino después. En una pelea callejera se podría decir que me tiraron tierra a los ojos. – Ya impaciente, agregó- Pero pasemos al tema de sus observaciones a Posdata”.
Paz no lo quiso recordar, pero el gobierno auspició, impulsó una vergonzosa carta pública de su esposa Garro y de su hija, en la que lo injuriaban.
Ante su presión, saqué el libro de Posdata que llevaba guardado, tartamudeando leí uno de sus párrafos: “La crítica no es el sueño pero nos enseña a soñar y a distinguir entre los espectros de las pesadillas y las verdaderas visiones. La crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo. La crítica nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos; aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos”.
-“Muy bien –le comenté- es un párrafo sensacional, pero: -“¿Cómo ejercer la crítica, que como Usted dice en el mismo libro, el régimen es el primero en corromperla, acallarla, amenazarla y ponerle todo tipo de sordinas?”. Comentó:- “Si el régimen impide la solución democrática que implica que cualquiera pueda levantar la voz diferente al poder, los resultados serían catastróficos”. – ¿Qué pasaría?” Le insistí. “El destino del país -respondió- sería la explosión social, el regreso a la anarquía y, lo peor y más probable, el regreso de los militares. Esto sería una desgracia para los priístas, pues uno de sus grandes logros, fue deslindar el poder político del poder militar. Lo acotaron a sus responsabilidades legales”.
-“Regresando- le comenté- a su renuncia a la embajada de la India, Usted afirma que lo hizo para manifestar su reprobación moral. Le pregunto: – “¿Usted cree que a los políticos les importa la moral?” Dijo- “Allá ellos con sus extravíos. De lo que estoy convencido es que para ejercer la crítica, como una de las principales responsabilidades del intelectual, demanda rigor moral. Sin moralidad ningún éxito personal, de clase, sectorial, económico, político o social, servirá y perdurará; todo se hará humo, cenizas”.
-“Por último Maestro, ¿Qué hecho importante para México vislumbra en lo que resta del siglo’?”. -“Creo –respondió- que el movimiento del 68, integrado por jóvenes de la clase media, es un golpe en la mesa, reclamando mayor participación política y mejores condiciones materiales para su clase. Si no se abren las puertas a su libertad, a su crítica, a su bienestar, la clase media, otro de los logros de la Revolución, ahora formada también por empleados, obreros calificados, gente del campo que emigra a los centros urbanos, serán el verdugo y el enterrador del gobierno, del PRI y del régimen presidencialista”.
El viaje en tren había sido muy provechoso, por ello estuve asechando a Marie Joe para repetirlo y le hablaba para acomodar mi presencia cerca de ellos. Los acompañé, no recuerdo sin otro par de ocasiones, de seguro una vez más. Lo recuerdo porque ya con un poco más de confianza, me atreví a picotearlo. Si algo me molestaba de Paz, no sé si por complejo o por pecado de juventud, pero lo sentía siempre pontificando, observando a sus interlocutores desde una atalaya muy superior en una postura un tanto cuanto despectiva. Me respondió con agudeza y también me dijo lo que finalmente, reconozco, resultaron realidades sobre mi persona.
Ya en el tren inicié la conversación con un hecho político importante para Francia, que por interés de la nacionalidad de su esposa y por el interés del propio Paz, estaba muy bien informado. Le comenté: “Pompidou como Presidente de Francia le ha dado en su gobierno importantes posiciones políticas a los técnicos”. – “Me corrigió, -También a gente destacada de la iniciativa privada, a los empresarios”. “Efectivamente, -acepté- también a los empresarios. ¿Cuál cree Usted que puede ser la repercusión en la vida pública de Francia, la que como siempre, será un ejemplo a seguir en otros países?”
Me respondió- “Es muy temprano para saber y hacer un balance de su actuación. Bienvenidos los políticos que provienen de estos dos sectores, pero es necesario advertir también sus riesgos. Los técnicos en la burocracia tienen una actitud política de permanente crecimiento, pero si no se incluye en los proyecto de los países a políticos y representantes sociales, se puede crecer, pero crecer sin dirección. Bienvenidos los empresarios y su visión pragmática, pero si entran en la política para enriquecerse, si no están convencidos que gobernar, no es presidir una fábrica o un negocio, lo único que harán es aumentar la corrupción. Técnicos y empresarios, son gente capaz, pueden ayudar a la formación de la nueva modernidad de México. Si no lo hacen con patriotismo y sentido social, pondrán en riesgo un valor muy estimado por los mexicanos: ¡La estabilidad y la paz social!”
Nos acercábamos a la terminal de Londres y me apresuré a desahogar lo que traía atorado en mi ronco pecho; – “Maestro, ya se escucha su nombre como candidato para premio Nobel, lo que significaría que por su fama Usted representa una gran influencia en la opinión pública y hasta en la formación del carácter nacional. Sin embargo, Maestro, creo que la mayoría de los mexicanos podrían seguir varias canciones de José Alfredo Jiménez, tan solo al escuchar las primera notas, pero son contadas las personas que podrían repetir más de uno de sus poemas”. Me observó con frialdad y guardó silencio, se asomó un momento por la ventana, regresó a la conversación y dijo:- “Tiene Usted razón, más en nuestro país, el pueblo es más aficionado a cantar que a leer”.
No conforme con mi impertinencia le seguí: – “Tiene razón, somos más cantadores que lectores, pero también vale considerar, que si bien Usted es muy famoso y reconocido hasta internacionalmente, le informo que Luis Spota, vende en una sola edición más ejemplares que todos sus libros”. Este segundo aguijonazo no lo tomó por sorpresa, rápido respondió:- “No escribo pensando en tirajes. Ojalá Usted viva más de cincuenta años para que me diga quién sobre vivió en las librerías y en el pensamiento”.
Llegábamos a la estación y pensé que saldría invicto, me equivoqué. Me observó fijamente con su ojos acerados y me dijo: -“Mire –vale decir que nunca me dijo por mi nombre ni tuvo la curiosidad, amabilidad o cortesía de preguntármelo- Usted maneja la ironía con aceptable agudeza, me ha dicho también que le gustaría regresar a México y participar en política, creo que en el PRI. Quiero decirle lo siguiente, la ironía es ruptura; es un rasgo de la imaginación con un filo dirigido a personas o instituciones. Es el humor y la risa al servicio de la crítica. Tengo que advertirle que su ironía no la van a resistir los políticos y lo van a marginar. La otra posibilidad es que Usted no va a resistir los límites serios y marmóreos de las jerarquías y tendrá que salir”. ¡Auch!
Ya para regresar a Francia a presentar mi tesis le hablé a Marie Joe y le comenté que de despedida quería invitarlos a cenar, para mi sorpresa aceptó de inmediato. A la cena asistieron: “Jorge Carpizo, que fue rector de la UNAM y Procurador General; Jorge Montaño, posteriormente embajador y representante de México en la ONU durante varios años; Francisco Ruíz Massieu, que fue gobernador de Guerrero, los tres ya fallecidos, Massieu asesinado. El infaltable Ricardo Méndez Silva.
Meses antes había visitado París mi amigo Miguel González Avelar, que fue Secretario de Educación y como funcionario de la UNAM me había apoyado para obtener mi beca en Francia. Durante su estancia la hice de su guía, al terminar y en reciprocidad, me invitó a cenar a un restaurante muy suntuoso. El postre de la casa fueron unas cerezas jubilé flameadas. Como buen clase mediero con poco mundo, todo lo del fuego me dejó un vivo recuerdo. Aunque si bien, soy producto de la cultura machista, de que hombre que entra a la cocina huele a caca de gallina, para la cena me ofrecí a prepararlas yo. Fue mi debut y despedida como chef.
En Cambridge me dirigí a una tienda gourmet y pedí que me surtieran la receta, como las cerezas estaban carísimas, opté por unos plátanos, eso sí, flameados. El dependiente me dijo que para que prendieran se necesitaba un whisky especial, nunca supe si era cierto, pero ignorante me dejé de llevar obedientemente por su consejo. Me engañó.
La mesa del flat que habitaba con mi ex esposa, era una mesa de comedor rectangular. Senté en la cabecera a Octavio Paz, a un lado a Carpizo, a Francisco y a Jorge; del otro lado a Marie Joe, a mi ex esposa. Ricardo y yo, pues ya habíamos platicado bastante con los invitados, nos sentamos en el otro extremo de la mesa. Llegó el momento culminante, me trajeron los plátanos fritos, Ricardo me ayudó a echarle el whisky y yo de ponerle un encendedor. Ricardo con un cuchara y yo con otra, primero probamos la bebida y nos gustó, pero los malditos plátanos no prendieron. Ricardo sugirió, y yo estuve de acuerdo, que le pusiéramos de las bebidas que nos habían traído los invitados, Claro, antes de acercarle el encendedor había que probar la mezcla para averiguar su sabor y que pasara la prueba. Seguimos con un ron cubano, con nuestras respectivas cucharas probamos la mezcla whisky y ron, y nos pareció muy aceptable, pero tampoco prendieron los plátanos. No hago largo el cuento, le pusimos coñac y hasta tequila, en cada servida pasaron todas nuestras pruebas de sabor, pero los plátanos siguieron más fríos que el iceberg que hundió al Titanic.
Mi ex compañera, al observar nuestro fracaso se acercó, primero nos recomendó que bebiéramos agua, pues traíamos los ojos ya cruzados, pero eso sí estábamos muy risueños. Nos dijo que suspendiéramos las pruebas de la mezcla, que ella había comprado unas pasitas con chocolate que pondría frente a Paz y Marie Joe, como postre. Efectivamente, recién le colocaron en un plato las pasitas con chocolate, a las que de inmediato Octavio Paz le hizo los honores, comiendo con entusiasmo.
Alguien nos propuso que para que se nos bajaran los humos del alcohol tomáramos algo dulce, primero tímidamente le pedimos al maestro Paz el postre que devoraba. No nos hizo caso, elevamos el tono de voz, pero no nos escuchaba, estaba enfrascado con Jorge Capizo en un debate que todavía recuerdo. Carpizo le decía que Jaime Torres Bodet era un gran poeta, lo que alteró a Paz, que con su voz tipluda le dijo: “¡Es inadmisible lo que afirma! Está Usted confundiendo a un burócrata de medio pelo con lo que es realmente un gran poeta”.
En medio de la exaltada discusión a Ricardo y a mí, se nos hizo fácil pedir el postre en forma de coro: “Pasa las pasas Paz”. Nuestra chabacana rima nos fascinó, la decíamos y nos atacábamos de la risa. El Maestro nos veía extrañado pero no molesto, lo que nos animaba y volvíamos a gritar: “Pasa las pasas Paz”; “Pasa las pasas paz”, concluyendo invariablemente con una carcajada. Alguno de los invitados nos levantó y nos llevó a los dos a dormir a una habitación. Horas después nos despertaron, diciéndonos que el Maestro y Marie Joe se retiraban, al mismo tiempo que abochornados nos recordaban lo que habíamos hecho y gritado.
Nos fuimos a la puerta en la que ya todos se despedían, todavía guardando un precario equilibrio; me daba tranquilidad que Marie Joe no había perdido la sonrisa. Ricardo y yo nos arrebatábamos la palabra ofreciendo disculpas. Paz nos observaba paciente, esperando que termináramos nuestra atropellada forma de hablar. Nos vio con indulgencia y dijo: – “Una reunión de mexicanos en el extranjero, sin reírse y echar relajo, no sería una reunión de mexicanos”. Algo excepcional en su austera actitud personal, nos dio un abrazo.
No se discute el talento y genialidad de Paz, no tengo duda que cumplió con su compromiso con la palabra, creo que también con su conciencia. Personalmente le agradezco, ante nuestra juguetona insolencia, su generosidad y tolerancia.
Escribe: Edmundo González Llaca