sábado, noviembre 23, 2024

LA MUJER  QUE VENDÍA SU PIEL

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Recuerdo esas tardes en que ya anocheciendo ella pasaba olorosa a perfume agrio, pintarrajeada, con su frondoso cuerpo ondulando por la calle de Còporo ( hoy Melchor Ocampo ) empujando sus zapatillas rápidamente para llegar a trabajar: yo la veía como a un ángel derrotado por la vida, lo que más me conmovía era su mirada triste la vez que volteó a verme, a mi, un niño sentado en el quicio de una puerta mientras intentaba insertar mi balero o jugando con un yo-yo de plástico barato. Me sentía como un pequeño Federico Fellini enamorado de la majestuosa obesa Saraghina. Para un niño era verla como un cofre de sorpresas, cobijada por las habladurías de los vecinos con sus sonrisas burlonas como bofetadas y su desprecio por las mujeres “ de la calle “, como si alquilar su cuerpo fuera el peor pecado del Apocalipsis, y en cierta forma sentía piedad por ella, nunca supe su nombre-como diría después la canción de Napoleón “ Pajarillo “-nunca dispuse de su tiempo y su piel,; desapareció en los pliegues del tiempo, nunca volvió a cruzar la calle para ir a trabajar rompiendo plaza, años después al ver la película “ Malena “ con la bellísima Mónica Bellucci la recordé, empapada por las miradas masculinas a su cuerpo de diosa y su mirada triste enganchada en la mía, atrapada en mis recuerdos como una mariposa disecada, envuelta en un olor a misterio ( después supe que fue víctima de las Poquianchis, que se la habían llevado a “ trabajar “ a su burdel de San Francisco del Rincón, Guanajuato) . . . una  gran tristeza me inundó el alma cuando me enteré.

Escribe: Fernando Roque Soto

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