En una democracia los ciudadanos tienen el derecho de saber todo aquello que pueda repercutir en la actuación pública de los políticos, sea por cuestiones de intereses económicos, políticos, sociales, relaciones de afecto, de salud, física y psicológica. La intimidad es el derecho más endeble de los actores públicos. Es el tributo por participar en un escenario donde su forma de pensar y actuar trasciende a la sociedad.
En virtud de que una de las principales cualidades que se aprecie del político es que sea trabajador y dinámico, ante toda posible vulnerabilidad se sienten con el derecho y, por pragmatismo político, de esconder su condición física. A la clase política, suponen, la debe de respetar la biología y las injurias del tiempo. En pocas palabras la kryptonita, mineral que tumba a Superman, no les hace ni cosquillas a los personajes públicos.
Los políticos tienen graves dificultades para conservar la salud mental, Se fuman, se chupan, se untan o se inyectan la droga dura del poder político que provoca la sensación de omnipotencia, mezclada con su hermana, la megalomanía. Los griegos le llamaban la hybris, cuyo síndrome es la incapacidad para cambiar la dirección de sus decisiones, porque ello supondría admitir que cometieron un error. Los griegos creían que los dioses envidiaban el éxito humano y mandaban la mal de la hybris a aquel que estaba en la cumbre del poder y perdía la cordura, lo que acabaría provocando su caída. En términos coloquiales, la falta de autocrítica es el principio del abismo.
En México hemos tenido Presidentes enfermos. López Mateos asumió la presidencia con dolores terribles de cabeza, era un aneurisma que finalmente lo llevó a la tumba. Recordemos que, según esto, Fox consumía, como si fueran pastillas de menta, el famoso “Prozac”. De Calderón se ha dicho que a la menor provocación decía, por esto y por lo otro: “Salud”. Mauricio Kuri, sufrió un desvanecimiento durante su campaña, aportó información sobre su estado de salud y salió bien librado. Ya no ha vuelto a tratar el asunto. Últimamente ha padecido accesos de olvido. Prometió que no participaría como corcholata para presidencia por parte de su partido y que su responsabilidad es con Querétaro. Incluso lo felicité por su decisión. Pero sigue asistiendo a las reuniones en las que se convoca a los precandidatos. No es un problema médico neurálgico sino ético. No es su salud lo que está en veremos sino la traición a un compromiso.
Últimamente preocupa la salud mental del Presidente. Ya sabemos que le gusta echar relajo en las mañaneras, pero no es lo mismo burlarse que hacer de las ocurrencias una política de gobierno. El colmo fue con la visita de los mandatarios, donde utilizó 28 minutos en contestar una pregunta. No es solamente políticamente incorrecto, sino una falta de educación elemental de un anfitrión.
En su desvarío, no duda en contradecir a sus secretarios. El abogado del Chapo solicitó al Presidente que se repatriara al Chapo., Ebrard salió de inmediato a decir que la solicitud no tendría apoyo del gobierno. El Presidente, sin importarle la sospecha de su alianza con el narco, dijo que se tomaría en cuenta esta solicitud, para defender sus derechos humanos. Ebrard tuvo que salir a justificarse y ponderar la solicitud, dijo que era altamente inviable que lo liberen y lo regresen a México. ¿A quién se le puede ocurrir hacer semejante petición, cuando el tema es tan sensible para la opinión de los estadounidenses? Por si fuera poco, la coladera que ha significado para el capo las prisiones mexicanas, Me resisto a interpretar semejante absurdo, algunos analistas especulan queeel Presidente trataba de compensar al narco por apresar al hijo el Chapo.
No hay caída más brutal y salvaje, que la caída de un soberbio. El Presidente empieza a perder poder. Pero ¿Qué podemos hacer nosotros, humildes ciudadanos de a pie, ante este Presidente que ante sus últimos despropósitos parece que le urge un diván más que la silla presidencial? Trataremos de hacer una sugerencia en la próxima entrega.
Escribe: Edmundo González Llaca