Buen miércoles tengan todas y todos los lectores que tan fielmente llegan hasta esta página para hacer comentarios que agradezco, porque orientan. Nunca como hoy hay que enseñarles a los hijos, hijas y alumnos/as, que nadie es poseedor de la verdad absoluta; que hay que respetar los criterios diferentes y distantes, porque es a través de estas discusiones que logramos alcanzar la justa medianía. Pero ¿qué sucede en una república cuando alguien se erige como adalid de una verdad que no lo es? Y peor, ¿qué le sucede a la ciudadanía cuando abrazan una ideología que ni siquiera es claramente explicada, que se basó en un slogan de campaña que, además, nunca se cumplió? Hay que voltear hacia Acapulco para ver que los pobres no fueron primero o los repartidores de bienes no supieron en dónde estaban y cómo se actúa en la miseria.
Quien miente a sabiendas desde el mando, aunque se equivoca, lo hace obedeciendo la lógica de un poder mal practicado: “El poder no se comparte, el poder se ejerce y está hecho para mantenerse” (Maquiavelo masticado). Y agregaría yo, ¿a cualquier costo se debe mantener el poder? Estas declaraciones que a diario nos dicen que todo está bien, dan miedo, no a los políticos rémoras ni a los ciudadanos distraídos, sino a los servidores públicos pensantes, a los críticos, a quienes se informan, a los que educan a la juventud que ni enterada está en cuánto nos costó construir la democracia en México. Dan por hecho que nuestras boletas estaban foliadas; dan por hecho que existe la tinta indeleble, el conteo de votos ciudadano… Y eso no es cierto; costó marchas, discusiones y vidas. Esto inició en el 68 en Tlatelolco, cuando se exigió por primera vez en público y en una marcha, reconocer los derechos de las minorías y abrir un espacio público a la crítica. Las muertes se repitieron el Jueves de Corpus con Echeverría ya presidente, en el Politécnico Nacional.
En aquellos años persistía en México lo que Vargas Llosa calificó como la “Dictadura Perfecta”, y tanto coraje hizo el escritor Octavio Paz que le exigió se retirara de inmediato de aquella reunión de “intelectuales” donde se supone que se podía hablar con libertad y hasta del país. ¿Y qué creen, jóvenes imberbes?, que no se podía criticar al régimen priísta. Los medios de comunicación estaban al servicio del presidente en turno, brotado siempre del PRI. Se decía que México era democrático porque había competencia partidista (esto también costó muy caro a la oposición), aunque nunca ganaban una elección, o se les concedía un municipio perdido en la nada.
Muchos partidos de izquierda, para sobrevivir aunque fuera cooptados y así conseguir un registro a fortiori, acababan votando en favor de los deseos del partido hegemónico; entonces se crearon los diputados “pluris” para dar cabida a las minorías que hoy, este gobierno autodicho de izquierda, quiere borrar, por poner un ejemplo.
Mi abuelita y yo nos acordamos de haber marchado en el zócalo en el 88; éramos cardenistas. Pero un día que vagábamos por Bucareli, de lejos vimos caminando a Manuel Bartlett –autor del fraude- y cuando tomó la calle algunos transeúntes se acercaron a saludarlo de mano, nada más porque sí, porque así somos. Mi abuelita se llenó de bíblica indignación y le preguntó a un matrimonio que lo veía con ojos lejanos, si sabían a quién habían dado la mano: “Sí al señor secretario”; no sabían su nombre, ya ni para qué preguntarles si se habían enterado de la caída del sistema…
Eso es historia, pero me encantaría que ustedes pudieran ver que la gente no ha cambiado tanto; es decir, no aprendemos rápido de nuestros errores. Los veinte puntos que mandó el presidente al Congreso para su aprobación, contienen el germen de la demolición de los instrumentos ciudadanos que nos hemos dado para permanecer medianamente democráticos; es decir, con división de poderes; jueces propuestos por su competencia y no por sus lazos familiares o fidelidad casi canina con los nuevos poderosos; dos Cámaras independientes y un presidente de la República acotado por la ley y el Poder Judicial, como lo quiso José María Morelos. La candidata del partido en el poder, declaró que abraza cada una de las iniciativas, sin siquiera analizarlas en público, uno por uno, para ver si son slogans de campaña o siquiera viables. Pero mucha gente sigue saludando en la calle “a la candidiata de allá”, y como somos modernos se sacan selfies muy orgullosos porque ya cargamos todos con un teléfono celular. El Señor Presidente, ya no manda matar a los opositores, pero les quita la bandera como si fuera de él. Los denosta dividiendo a los suyos de los todos que somos mexicanos. ¿Una foto?
Escribe: Guadalupe Elizalde