Hace treinta y ocho años que se cumplirán en septiembre, día jueves, siendo las 7:17 am, hora local, la ciudad de México fue sacudida por un fuerte sismo, magnitud Mw= 8.1 y una duración de 1.30 minutos, superando al sismo de mil novecientos cincuenta y siete, este terremoto hizo que muchos edificios, casas, escuelas, se desmoronarán como terrones de azúcar, dejando desolación y muerte, gente atrapada bajo los escombros, después la replica que se dejó sentir una noche después, el día veinte, colapsó lo que aún quedaba de pie. Mucha gente perdió la vida, fuentes oficiales dijeron que la cifra oficial fue de tres mil ciento noventa y dos fallecidos, sin embargo, de acuerdo a las investigaciones hechas por algunas organizaciones se estima que las vidas humanas que se perdieron, fue de veinte mil personas, pérdidas económicas por ocho mil millones de dólares, doscientas cincuenta mil personas perdieron su hogar y un poco más novecientas mil dejaron sus hogares. La remoción de escombros tardó más de un mes y en otros casos hasta diez años, este sismo fue uno de los más grandes desastres de que se tiene memoria.
En México, no para de temblar, sus habitantes se han acostumbrado a esos movimientos de tierra que a veces son perceptibles y en otros parece que nadie los nota, una alarma sísmica que no funciona y el Jesús en la boca pidiendo al Creador que no vuelva a ocurrir otra tragedia así, aún cuando está anunciada por videntes, profetas y estudiosos de la materia. Aún con todo esto, la ciudad de México sigue de pie, majestuosa, valiente. En este año que va tomando rumbo, nos enteramos del terrible y letal terremoto que vivieron los lejanos países de Turquía y Siria, las imágenes que muestran la magnitud de lo que viven los habitantes de esos países, nos remontan a lo vivido treinta y ocho años atrás, sin embargo, la diferencia es que nuestro país es libre, que los mexicanos se hicieron uno solo en la solidaridad, en la ayuda, hombro con hombro se hicieron uno para remover escombros, buscar entre las toneladas de casas y edificios a los sobrevivientes, el donar víveres, medicamentos, agua, ropa, alimentos, medicamentos a los que volvieron a nacer no se hizo esperar, la solidaridad del mexicano no se compara con nada.
Se han contabilizado hasta el día de hoy más de veinte mil decesos, aunado a esta tragedia, los sobrevivientes enfrentan el frío extremo, la escasez de alimentos, guerras que dificultan que llegue la ayuda humanitaria, debajo de los escombros se escuchan voces pidiendo ayuda, las imágenes de niños rescatados bajo los escombros nos arrancan un suspiro de alegría y lágrimas de impotencia ante el dolor de lo que vive tanta gente inocente, que está a merced del mal gobierno, de los ataques terroristas, de la hambruna, del frío intenso que se vive, de la miseria, de la ausencia de paz, de Dios, de indiferencia ante una guerra civil desde hace diez años, un país que enfrenta una multitud de bandos, rebeldes, fuerzas gubernamentales, rebeldes yihadistas y kurdos, entre otros más. Muchos países están enviando ayuda humanitaria, por supuesto entre ellos está presente México, sin embargo, esa ayuda será controlada por el gobierno de Damasco que afirmó que no sería compartida en el área controlada por los rebeldes que desataron la guerra civil en Siria hace casi doce años, la ayuda solo será posible si existiera un alto al fuego y que Damasco desista de explotar el terremoto para sus propios fines. De igual manera la ayuda destinada a esta gente está en manos de Turquía, si otorga el permiso para hacer un corredor humanitario que lleve a afectados y refugiados a lugares seguros, pero si hace gala de su política mantendrá las fronteras cerradas, en ese caso, morirán muchas más personas, y no precisamente por los daños ocasionados por el terremoto.
Por ello, “una oración para el mundo” estamos viviendo también incendios, hambruna, fríos extremos, un virus que amenaza con seguir mutando y está latente, asesinatos, agresiones a niños y mujeres, indiferencia, migrantes que llegan huyendo de sus países tratando de llegar a los Estados Unidos, pero utilizan a México como paso obligado, el trampolín que solo les sirve de paso y crean desórdenes, caos, abusos y demás. La violencia se vive día a día, en los lugares que parecían seguros y nadie se da cuenta de nada, miles de desaparecidos y un sistema de gobierno y judicial que no tienen la más remota idea de poner un alto a la violencia, de estabilizar un país lleno de sangre, de injusticia y de indiferencia de quienes deben garantizar la seguridad de sus habitantes. Una oración por mí, por ti, por ellos, por ellas, por ellos, por ustedes, por nosotros, porque ningún otro sismo nos arranque la fe, la vida, la paz.
Escribe: Lorena Reséndiz Mendoza