Cuando era niña, la navidad era una fecha muy especial, por lo general no había mucho dinero en casa, mi padre tenía que mantener a 10 chamacos, la verdad si no creía en los milagros, hoy puedo decir qué de verdad, mi padre era hacedor de milagros, no faltó a la mesa el pan, la leche y la comida. En esa época no había árboles de navidad como actualmente, hasta con luces integradas, era común poner árboles de pino, como no me gustaba cortar un árbol, lo que hacía era buscar una rama seca, grande, la pintaba con cal y después la adornaba con esferas de colores, pelo de ángel de varios colores, serpentinas de colores, abundaba el pashcle y el musgo así que sobraban estos elementos en mi pequeño pero significativo nacimiento.
Las posadas eran épicas, se hacían en la capilla del seminario, además dentro del grupo de cursillistas que hacían sus reuniones cada mes en las instalaciones del seminario, se buscaban padrinos para cada día, quienes apadrinaban eran gente pudiente, que donaban aguinaldos bastante buenos, en una bolsita encontrábamos piñones, nueces, avellanas, dulces de colación, cacahuates, galletas, caña, naranja, mandarina en grandes cantidades, eso sí, seguíamos religiosamente el misterios, rezábamos con fe las letanías y el “Ora Pronobis”, entrábamos antes a misa, además recibíamos una cajita con velitas de cera de colores, una cajita de luces de bengala y al terminar el recorrido del misterio al terminar de pedir posada nos regalaban tamales, chocolate, más galletas y dulces.
El ponche era mención aparte, se disfrutaba con galletas de turrón. Las piñatas me aterraban, porque eran ollas de barro, y más de una vez alguien no salió bien librado después de romperla. Así fueron mis navidades, disfrutaba las posadas, después, al crecer, las cosas fueron cambiando, las viejas tradiciones dieron paso a cosas nuevas, otras se fusionaron, pero la navidad es la navidad. Hace dos años, un virus que se desconocía paralizó al mundo, lo llenó de muerte, de miedo, de soledad y aislamiento, pareciera que el tiempo se detuvo, dejamos de festejar, nos cubrieron la boca, perdimos a seres amados por algo que no sabíamos a bien que era, dejamos de hablar, y permitimos que el miedo, la desconfianza y el dolor ganara partido. Las familias perdieron la cercanía, murieron amigos, conocidos, familiares y aún no se sabía de dónde provenía ese asesino silencioso que se metía al cuerpo y lo aniquilaba, los hospitales al tope, los panteones no tenían lugar para más inhumaciones, los crematorios no se daban abasto.
Así pasaron dos años, de terror oculto y poco a poco la vida fue ganando paso, menos defunciones, menos contagios, es cierto, aún sigue presente el miedo, el mortal virus, pero la humanidad vuelve a recorrer las calles, a dejar el encierro, a confiar, a retomar las actividades que nos unen, y hoy, dejé mi apatía por salir a ver eventos navideños pensando que es lo mismo de siempre y me llevé una muy agradable sorpresa, no sé si sea por vez primera que vi un San Juan del Río con olor, color y sabor a navidad, un desfile de carros alegóricos, personajes multifacéticos que recorrieron la calle Hidalgo en pleno centro de la ciudad llevando alegría no solo a los pequeños, que emocionados aplaudían, sino a gente de todas las edades, que miraba emocionada y con ilusión los personajes que se presentaban, junto a mí estaba un señor de edad madura, un pequeño de unos tres años y una mujer que no lograba ver nada, aplaudían llenos de felicidad, contagiaba la risa del pequeño, la alegría de la madre al verlo feliz y la emoción del señor que saludaba efusivo a los personajes que desfilaban. Así, miraba a mi alrededor y veía rostros felices, gente sin miedo de estar cerca, pequeños vitoreando los nombres de personajes que reconocían, sentí que nos habían devuelto la navidad, que volvíamos a saborear y oler lo que significa esta fecha.
Quiero reconocer el esfuerzo del gobierno municipal por realizar este evento, es hermoso caminar por el jardín Independencia y ver el árbol monumental, la decoración que muestra, las luces que irradian alegría, las familias caminando felices, los niños con los ojitos llenos de alegría y en los corazones de los demás, la fe de terminar para siempre con este virus. Soy escéptica ante la postura del gobierno para apoyar a la población, hoy no fue el clásico al “Pueblo, pan y circo, hoy se notó el interés por hacer algo diferente, la gente requiere de estas actividades para recuperar el amor a la vida, a los demás y deseos para seguir caminando en este universo. Hago un voto porque se siga fomentando la cultura, el arte, la convivencia, la unión y eventos dignos y de calidad para una población que hoy vuelve a reunirse, y hoy, valga la redundancia les fue devuelta la navidad que un día sin saber que estaba pasando, bajó el telón y nada fue igual.
En cada hogar, se viven navidades distintas, en algunos hogares faltará alguien, habrá nostalgia, tristeza, alegría pero deseo de corazón, que el espíritu de la navidad llegue, le abran las puertas y le permitan entrar, necesitamos creer que vendrán tiempos mejores, que la fraternidad, el amor y la unión es lo que necesita este planeta para continuar generando vida.
Escribe: Lorena Reséndiz