Entro. Tendría cerca de treinta. Bien vestido, perfumado, calzado, mediana estatura. Nada especial, excepto sus chinos. En su currículum se podía leer que era licenciado en sociología y manejaba el análisis político con solvencia. Otra vez al Café del Fondo. Estaba trabajando. Sitio emblemático para la izquierda queretana. Inmueble decorado con sencillez y sobriedad, marcado con el número 9 de la calle Pino Suárez, en el centro histórico de Querétaro. Dejo la oficina entre sonrisas, chascarrillos y prejuicios de los panistas a ese lugar. Llevaba consigo las herramientas habituales de su trabajo: cámara fotográfica y grabadora micro. Aun no existían los celulares de última generación ni el Facebook que sigue creciendo es este mundo descontrolado con más y más adeptos cada día, whattsap ni nube de Google ni su chingada madre.
Llego a El Café del Fondo a monitorearlo, tomo asiento echando un vistazo a los presentes, precio de quienes disentían del régimen panista local. Primero a su lado derecho una mesa, dos sillas, en la mesa un servilletero, un cenicero, una taza de café, y en una de las sillas un pintor, un poeta y un muchacho con una serenidad inquebrantable escribiendo en una computadora portátil, inventando el mundo, luego dirigió la vista a otro lado, vio otra mesa, otras sillas, otra historia, activistas junto a recalcitrantes opositores al Gobierno panista y priista, feministas, ecologistas, así como militantes famélicos y mal vestidos de partidos alternativos, que buscaban otro tipo de vida, más de comunidad, “esos izquierdosos comunistas perredistas”, le manifestó su superior con la seguridad de quien tiene la razón de su parte, cara de reverendo y briago potencial e incurable frecuentador de la Fiesta Charra VIP, cabrón de voz pastosa que se las daba de intelectual religioso, que no estaba para nadie solo para las nalgas de su secre de sonrisa de puta redimida y un malévolo brillo en su ojos negros dulces.
El sociólogo volteo nuevamente, miro para otro lado, de soslayo paso vista por unas mesas que se aburrían, solitarias, paso a registrar otra mesa, otras dos sillas, en una de ellas un sujeto alto, moreno, mirada triste, aunque sus lentes la oculten, toma de su taza oscura café amargo, siempre es mejor sin azúcar, la vida se disfruta mejor sin azúcar, sin miel; amarga, parece que espera a alguien mientras la pena le escurre por sus manos. A su lado tiene una libreta donde parece que cuenta historias, imagina que otro mundo es posible.
Desde ese café un comité del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) estaba organizando la visita del Subcomandante Marcos a Querétaro el primero de marzo de 2001, porque había otros mundos posibles, y en Querétaro, esos mundos estaban en El Café del Fondo.
El grato aroma de los granos de café al ser molidos lo sumió en un arrobo inefable. Unos minutos después una rebosante taza de café muy negro estaba sobre su mesa y la acompañaba un platito lleno de pan de dulce.
El café, ¡ah el café de El Café del fondo!
Augusto Sebastián [email protected]
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