Esta semana y algunas otras, compartiré algunos escritos que forman parte de un anecdotario, de los recuerdos atrapados en mi memoria, invitando a que leamos un poco, si algo le agradezco a la vida, es crear historias, dar vida a relatos, jugar con la imaginación y lograr que no se pierda el gusto por la lectura. Margarita y Herculano eran una pareja de ancianos que vivían enfrente del campo de beisbol llanero, no tuvieron hijos, pero eso no fue impedimento para que hicieran una vida feliz. Él, se dedicó al campo, tenía varias “tierritas” algo así como unas cinco hectáreas, ella, a atender su hogar, cuidar sus animales y sus plantas, cada domingo acudían puntualmente a misa, después, pasaban al mercado rodante, regresaban tomados de la mano, disfrutando un helado, causaba ternura verlos así de enamorados, cuidándose uno a otro. Ambos eran muy aficionados a tomar pulque, don Herculano tenía varios magueyes y ha acondiciodicinado un pequeño tinacal en casa, el cuál era frecuentado por visitantes, conocidos y amistades que aseguraban que el pulque que ellos preparaban era el mejor de todo el pueblo de San Lorenzo Tlacuhilocan. Los domingos era el mejor día para ellos, el equipo de beisbol hacía encuentros con equipos de pueblos vecinos, después del juego, a veces se desataba una batalla campal, dependiendo del resultado y del equipo ganador, ya que los de San Lorenzo y los de San Dionisio no se llevaban, la gresca terminaba en una gran venta del néctar de los dioses en casa de don Hércules, como le decían los clientes, ya que el nombre no era muy convencional que digamos. El domingo de resurrección se celebraría un juego tradicional de Semana Santa, mismo que se hacía cada año para cerrar la cuaresma, el equipo local recibía a los Tejones de Calapa, doña Mago sabía que habría venta de pulque, mole de güilo y tlacoyos, vendría todo el pueblo, la pareja se sentía contenta, hacía planes, con lo recaudado de la vendimia, harían su viaje a San Juan de los Lagos como era ya parte de su rutina de vida. El sábado por la tarde, salieron a raspar los magueyes, necesitaban el aguamiel para preparar el pulque del día siguiente, cargaron a sus dos burros con un par de castañas y emprendieron el camino, hacia el magueyal, como era costumbre, tomados de la mano y cantando las canciones del Piporro, se hacían parte del bello paisaje del atardecer. El domingo tempranito, el olor a mole, a tlacoyos se esparcía por la casa de adobes y tejas, Margarita barría con singular alegría el patio, acomodaba las largas bancas de tronco, ponía una hilera de jarros de barro en una vieja mesa que ocultaba su edad con un inmaculado mantel bordado con racimos de margaritas, tan entretenida estaba ordenando todo para recibir posteriormente a los jugadores y las familias, que prestó poca atención a los gritos del marido, hasta que éste, salió del tinacal haciendo un escándalo, la tomó de la mano y la llevó dentro, al borde del colapso le mostró la gran barrica que contenía el preciado líquido, destinado a la venta, ahogado, pero no de borracho, un tlacuache flotaba inflado de tanta baba de oso, como también se le llama al pulque. Pensaron tirar en la nopalera el contenido de la barrica, no habría venta, pero Margarita que era bastante ladina, convenció al marido de sacar al tlacuache, total, nadie sabría lo que había pasado y realizar la venta; para el consumo de ellos, tenían un pequeño barril que contenía un pulque de mejor calidad, porque no se trataba de quedarse sin su apreciado néctar. Así lo hicieron, jarritos iban y venían rebosantes de la bebida, supongo que los tlacuaches no tienen olor ni sabor, ya que nadie notó algo extraño en su consistencia, ya acabado su barril personal, enfiestados, eufóricos y mareados, comenzaron a consumir del pulque del tlacuache, convivieron, bailaron, cantaron con los ganadores, brindaron hasta decir salud cientos de veces. Al llegar la noche, acabado el jolgorio, Herculano, aún con la borrachera a cuestas, observó a Margarita degustando con verdadero deleite un buen jarro del pulque de la barrica, a su vez, él acababa de dar un gran trago del mismo, asombrado la abrazó con cariño y le dijo: ___ Viejita, nos tragamos el pulque bueno y le seguimos con el del tlacuache, por hacer la maldad Diosito nos castigó, no podré confesarle esto al padrecito, vino el sacristán y le mandé su plato de mole y un jarrote del pulque malo. Margarita, sin hacer gestos, terminó de beber y le dijo con su radiante sonrisa, descompuesta por los efectos de la guarapeta que traía: ___ Ni te preocupes viejito, no sabe tan mal el pulquito del tlacuache, y nos confesamos allá en San Juan de los Lagos, total, ni nos conocen. Maestra Lorena Reséndiz
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