(Inspirado en un accidente de tránsito)
Iba vuelto madres. Había tomado de más. Quién sabe. Con dos que tres copas siempre maneja así. Le gustan las carreras de autos, justifica. También las de caballos. Con dos que tres copas así maneja. Algunos con una copa desatan la lengua. Otros con una pata de elefante se relajan. Otros con una copa o una chela se divierten de manera poco edificante. Varios con un cartón de chelas atormentan a los no tomadores. Otros con una chela compran el mundo. ¿Qué enfermedad es comparable con el alcohol?
Luego de varias chelas el mundo es otro para él. Para unos la temperatura se siente fresca sin importar las indicaciones del termómetro. Otros dejan de ser enmascarados y difusos.
Para uno o más de uno, el alcohol les recorre el cuerpo para que toda inhibición desde el cerebro sea liberada y sean tal cual son o sean tal como se imaginan en su inconsciente. Unos recurren a ese dios líquido para llenar ciertas carencias que la sobriedad permite.
Ver personalidades transformadas es un hecho que luego de la resaca te tienta a cavilar. Algunos olvidan sus tristezas, otros retoman sus tristezas. Algunos se hacen fuertes, otros débiles. Algunos dejan de sentir atracción por el sexo opuesto. Unos toman para encontrarse en otra dimensión. Otros para experimentar otra naturaleza con la naturaleza misma, y con químicos gracias a los científicos. En fin, es interesante la complejidad del ser humano.
Ese vicio y los narcocorridos lo arman de valor. Le gusta beber whisky, vino, cerveza, tequila, ron, vodka, ginebra,. Mientras el cuerpo, enfermo, destilaba gruesas gotas de sudor alcoholizado. Cada una de las cervezas que le ofrecieron procedió a bebérselas enteras sin dejar una gota. Más el poder, claro.
Nació en el poder. Esa es su atmosfera en que se desarrolló su infancia.
Fue uno de los últimos de salir de la fiesta después de vomitar sobre la alfombra. Cuando se le pregunto cómo estaba, respondió con gesto socarrón: Bien todavía. Estaba por salir de la fiesta. Ese día por la mañana – o más bien, alrededor del mediodía- se tomó una negra modelo bien fría. Una no es ninguna. Levanto la voz con su clásico “¡salud!”. La primera solo fue el principio. Luego otra tras otra tras otra más.
Un sujeto, en fin, que no pertenece a la especie de los que dan pequeños sorbos y hacen durar las copas indefinidamente, ni a los que se toman un vaso de leche o peor, una cucharada de aceite de oliva para demorar la absorción.
Siempre una esponja de cuidado. Donde cada huella de vaso es una luna o la excusa para seguir con las aguadas mujeres de grandes culos del fiesta.
Para el table dance iba vuelto madres. Era una buena idea, no estaba lejos.
Con un pisotón al acelerador se podía llegar en unos cuantos minutos. Le gusta la Jaquelin. Una teibolera que le envenena la sangre. Desde el auto le ve el ombligo y el arete que lo adorna. Le ve el tatuaje en la espalda que parece una tortuga o algo así, no sé. Tiene un buen culo y buenas tetas la puta esa. Perdón, perdón, perdón. NO ES PUTA. Es una dulce y casta teibolera. Ya iba. Ya iba. No a otro lado. Eso sí, el vaso nunca lleno, el vaso nunca vacío.
Escucha al Komander. No otro.
Los narcocorridos son lo suyo. Es su héroe. Necesitamos oír de nuestros personajes grandes. De héroes verdaderos. Es necesario creer que otro mundo es posible. Necesitamos revolucionar nuestra vida cotidiana.
Más tarde se sentirá vaciado de toda personalidad, intelectualmente inerte, no recordando nada, ni la frase flaubertiana que suena tan bien: “Es preciso ser fuerte y saber emborracharse con un vaso de agua”.
Iba alocadamente por Paseo Constituyentes. Abril de este año. Inspira temor. No el respeto debido. Muy gandalla pasó a la gasolinera. Tanque lleno. Solicito. La hizo de pedo por el aumento a la gasolina.
Solo pedo la hace de pedo. A primer segundo del día había entrado en vigor el cuarto gasolinazo del año, con el que los precios de las gasolinas Magna y Premium, así como el diésel acumularon un incremento de 3.8, 4.3 y 4.6 por ciento, respectivamente. Es decir que se vendieron 46, 54 y 57 centavos más caros por litro respecto a cómo se habían vendido en diciembre del año pasado.
Le llenaban el tanque. Bajo del auto. Solicito por la ventanilla de la tienda de conveniencia una botella de —Jack Daniel’s para mí—. No la hizo de pedo por el costo.
Abordo el auto. Acelero. Iba hasta las chanclas. Algunas veces se soñaba diputado federal. El funcionario de primer nivel va que vuela. Ni cuenta se dio que adelante iba un taxi con tres jóvenes pasajeros. Tres jóvenes promesas del futbol. El taxista les dedica sus mejores comentarios futboleros. Les da su punto de vista mientras bebe un café. Un café demasiado dulce. Andatti. Trabaja de noche. 12 horas. Recorre las calles con el avispado ojo del cazador. Del equipo de sonido viene una canción de amores echados al olvido, cantada por el trio Los Panchos. Van a velocidad moderada. Sin pedos. Sin prisas.
Zas. Un vergazo por alcance. Zas. Una verdadera equivocación del destino. Una mala de Dios. Un amargo líquido. De las promesas del futbol, solo uno estaba vivo. Como en la vida, la muerte es la verdad. Quedaron hechos guiñapos. Totalmente destrozados. Sus camisetas ensangrentadas. Quedaron con una cruda expresión de angustia y dolor. La atroz muerte de quien muere por culpa del alcohol. Los jugadores con los números 9 y 10 habían perdido la vida. Una botella de agua quedo entre ellos. El agua que quizá una de las victimas tomo antes de que se precipitara el desenlace de su fatal muerte. Sus camisetas con el nombre del equipo “Suertudotes” quedaron en un tono en intenso rojo.
La muerte se les apareció de sorpresa. Distinta a la deseada por ellos. La que sorprende cuando no se espera. La impuesta por alguien que no sabe tomar.
El funcionario bajo del auto. Los sobrevivientes, el chofer y el otro futbolista tenían visibles hematomas en la cara. Casi inmediatamente había llegado la policía estatal y los servicios paramédicos. Camino. Se acercó a los oficiales con una dosis de ironía y humor negro. Les sonrió y les enseño la charola de funcionario con la frialdad de los poderosos.
Escribe: Augusto Sebastián García Ramírez