Íbamos al DF, el imberbe con cara de terrorista, Ruben, el bonachón y pacifico teniente de la sección segunda, Daniel y este cabron y medio redactor de la Comisión Nacional de Seguridad. El trabajo manda. Recordarlo me hace sonreír otra vez. A lo mejor hasta escribo una novela de esto. Si no que la historia se vaya al carajo. Íbamos a cubrir una manifestación a las afueras de la Residencia oficial de Los Pinos, referida coloquialmente cómo Los Pinos.
Es decir, íbamos a monitorear una manifestación política porque la política es una lucha sucia de intereses. Pero la política es la ciencia que trata del gobierno y la organización de las organizaciones humanas , especialmente de los estados. Es decir, la política es útil al ser humano. El problema son los practicantes, los políticos. Aquellos politicos que luchan tener poder por poder, y han abandonado las cualidades de su profesión: servicio, responsabilidad, mesura.
Los Pinos. Perfectamente amurallado y custodiado por decenas de militares de cara de mango podrido. Y ya que estamos en netas, les comento que el carro oficial no circulaba ese día . Último dígito 4. Color del engomado rojo. Aún así, así nos lanzamos. Coloquialmente, nos valió madres. Íbamos. Ruben manejaba. No iba más de cien. Cuando podía iba un poco más veloz. A ratos conversábamos. A ratotes en total silencio. Hacemos largos recorridos silenciosos. En otros ratos retomo la lectura. Entre mis piernas llevaba La Jornada. Siempre en la lectura. Leo hasta que me duelen los ojos. Solo así me alimento de las palabras que dan cuerpo a las ideas. Solo así pienso que es posible tener un poco de optimismo. Y digo un poco porque construir un nuevo país llevará mucho tiempo.
Estado de México. No más ni menos. Atlacomulco. A nuestro lado peseros, combis, vans, etcétera. Vans, combis, peseros junto al tráfico de autos modernos y autos viejos y camiones despintados y el riesgo de ser asaltado, secuestrado o privado de la vida.
Mire por el retro. Un moto patrullero venía cuando él hambre se retorcía como una lombriz en mi estomago. No solo de mi, aunque debo aclarar que solo me bastaba con un café americano. Y venía. Venía. Y nos paso. No sin antes monitorearnos. Atrás habíamos dejado un canal de aguas negras, pestilente, con ese color indefinible del agua estancada y pútrida por los siglos de los siglos. Las aguas negras por una causa o otra han sido olvidadas. Es insoportable ese correr de agua. No deberíamos de circular. Ni pex. Así continuamos por un tráfico imposible.
Y madres!
Pasados unos minutos entre unos puentes un policía en auto nos solicito que nos orilláramos. Ni pex. Allí estaba un policía del Estado de México. Policías que son señalados como corruptos, crimínales, o, en el mejor de los casos ineficientes . Nada diferente a otros policías de otros estados o de otras corporaciones.
Acatamos la orden. Se acercó por mi lado. Previo gire instrucciones de que yo iba a manejar la situación. Quedaron en silencio Ruben y el Dany. Yo iba a manejar la situación. De su parte no hubo un ánimo de sublevarse o lo que lo mismo, hacerla de pedo. Venía muy vergas con la seguridad de quien tiene la razón de su parte. Vino. Dejó la unidad policial con el motor prendido mientras unos perros flacos se disputaban a dentelladas los restos de un depósito de basura. Desde tiempos remotos se dice que la policía mexiquense es corrupta. Hay que ver cómo está nuestro país. Podrido de malas ideas. Se acercó. Caminaba como si fuera el dueño de todo el mundo. Caminaba a largas zancadas. En la corporación debía ser un mierda aguantando jefe todo el año. Tenía color de rata. Rata panzona. Rata panzona que desayuna mucha barbacoa y un menudo los fines de semana con la boca abierta o que cuando necesita tomar una coca cola tiene que indicarlo con su manita color gris y para cerrar un flan de leche. Tal vez sus sueños son como los de las ratas, la pura supervivencia. Porque no solo de pan vive el hombre. No me quedaba la menor duda. Tal vez ese policía necesita urgentemente a alguien que sepa de brujería para hacerle un amarre de tripas para que no siga tragando.
Señores este carro no circula nos dijo el uniformado tendido como bandido que para nada se asemejaba a los policías de las series americanas de cuerpo uniforme como nada es uniforme cuando se trata de los seres humanos. Cómo le hacemos nos pregunto ese policía que quiere vivir como Dios manda con una troca bien perrona . Siempre esa palabra. Volvió a preguntar el oficial que debía tener unos cuarenta años, y porta arma al cinto que quién sabe tal vez para defenderse o para comenzar una vida delictiva. Quizás fuera cierto. Llevábamos las de perder si no nos poníamos los guevos. Si no me los ponía. Nos vio cara de pendejos. Debe tener un pasado, en algún lugar aprendió a hacer lo que hace, como se quiera llamarlo. Le indiqué que trabajábamos para Gobernacion. No podía mentir. No me pelo. Argumento que le valía. No continúo. No termino la frase con el “madres”. Me voy a tener que llevar su vehículo dijo mientras agarraba su celular. Un Samsung negro que vibraba con narcocorridos. Amenazo el policía que cubre su rollizo cuerpo con esa prenda protectora ajustada, de color negro, que como cierta indumentaria de viaje, dispone de varios pliegues, bolsillos, hebillas, y un cinturón aunque no sepa para qué puedan servir pero que absorbe el impacto de balas disparadas al torso y esquirlas, provenientes de explosiones. Nos amenazo porque la fuerza de la costumbre es cabrona olvidándose de los verdaderos malandros.
Para luego era tarde comencé a girar instrucciones. A Ruben le dije que acompañara al policía . Con voz de mando. Y a Daniel le dije que sacara todo el equipo de la cajuela. Sin tantos aspavientos gire instrucciones. De un madrazo. Contundente. Sin mirar al policía. Entonces intervino preguntando que para donde había dicho que trabajábamos. Ahora sí mi respuesta fue ya te lo dije: Gobernacion. Y le argumenté que llevábamos prisa por llegar a la Residencia Oficial de Los Pinos. Fui decididamente cruel, pero no me sentí ni así de culpable. El policía de cabeza grande y color mango podrido rata panzona se quedó de a seis. Y entonces contestó disculpe jefe con ese semblante infelizmente, sin éxito. Por lo menos hasta ese momento. Disculpe. Váyanse nos dijo mientras pasaba un contingente de soldados, cuyos pasamontañas dentro de los cascos no permitían distinguir sus rostros, de quien sabe cuál guarnición de solo Dios sabe qué zona militar. Váyase me dijo en voz baja el oficial de ojos enormes cómo de sapo detrás de los lentes finísimos ray ban y hasta podía jurar que estaban marcados por un nerviosismo raro. Allí lo dejamos. Se quedó en ese lugar anegado de basura, agua fangosa maloliente, y mierdas de perros y personas.
Y nos subimos al auto que no circulaba. En aquella parte de la ciudad se sentía el calor con una fuerza aplastante. El aire era pesado. La contaminación alcanza niveles absurdos. Así abordamos. Así nos cagamos de la risa. La ocurrencia íntegra, sin cortes. Capaz de alcanzar la bóveda húmeda de los sesos de ese policía mexiquense. Porque para cabron, cabron y medio.
Augusto Sebastian [email protected]
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