jueves, noviembre 21, 2024

Una revolución sin peligro no es Revolución MotelGarage

spot_img
Caminábamos. Corríamos. Caminábamos rápido. Le di la instrucción. El tiempo apremiaba. La moral inculcada por la revolución no tiene cabida. Le di la instrucción. No de caminar. Mucho menos de correr. Caminábamos. Yo iba como un semental en primavera. Así me pone el ron. Caminábamos. No diría que mucho. Me gusta caminar. Caminar da salud. Salud mental. Salud física. Salud no es solamente la ausencia de afecciones o enfermedades o dolencias. Es estar de poca madre. Mi salud era de poca madre. Siempre buscando aquellas cosas que me hacen sentir bien. Mi salud se restringe a aprovechar al máximo cada momento y toda oportunidad que se me presenta de los más elementales placeres. Viajes, sexo y alcohol. Me acompañaba Pedrito. Así tal cual. Pedrito, me llamo. Dijo. Agustico, conteste. Se cago de la risa. Así como viejos amigos. Nos cagamos de la risa. Estas echo todo un cubano. Manifestó. Y comenzamos a caminar. Caminamos. La hermosa Habana Vieja. La Habana Vieja de vidrios rotos y destrozo de plantas ornamentales. La Habana Vieja de los sobrevivientes que la retórica oficial ha llamado el “período especial”, lo cual se puede transcribir como hambruna, corrupción, desesperación y miseria. Los despojos de un sistema que se desmorona. Sin negar sus causas diversas, por supuesto, desde el boicot económico americano.

Pedrito también decide sobrevivir. Caminábamos en las calles desmembradas y abatidas por el tiempo. Yo caminaba y observaba la Habana Vieja aun no restaurada, ajena a la prosperidad que acarrea el florecimiento del turismo. Pedrito no. Yo maravillado de la podredumbre. Pedrito no. La podredumbre no suscita para él gran interés. Entramos a un solar que se desploma poco a poco. Había varias opciones. Divididas por tarimas viejas cochambrosas. Con el piso deteriorado notablemente. Nada que ver con la habitación del Hotel Nacional de tremenda elegancia. Nada que comparar. Me dio la impresión de un laberinto entre ese solar. Agarramos por un acceso. Él ya sabía cuál. Agustico, espérame. Me quede en ese lugar. Mire para todos lados. Unas me miraban. Yo de igual manera. Sin temor de ambas partes. Hacinamiento total. Unas mujeres delgadas. Otras gordas. Culonas y gordas. Mujeres ardientes. Otros tomando ron. Otros jugando domino. Niños por aquí. Niñas por allá. Aquí y allá niños dotados de auténtico estilo. Nadie triste o aterrado porque el edificio se venga abajo. Tampoco yo estaba triste ni mucho menos aterrado. Porque se estaba cayendo a pedazos. Pero sus moradores no. Trozos de escaleras sin barandal. Oscuridad. Olor a rancio. Olor a orines y a mierda fresca.

Gritos aquí y allá. El bullicio callejero es una cascada incontenible. Cada día son más en la Habana Vieja. Cada día llegan más. Habitaciones en habitaciones. Gritos por doquier. Gritos potentes. Gritos con una dicción vulgar. Gritos callejeros. Música en música. La música siempre es vital. Es herramienta poderosa que hace más fácil la vida cuando todo está perdido. O más o menos fácil. La música como alimento de la esperanza, aunque no de la utopía. Gente de todas las edades cantando, bailando, saltando y disfrutando como si bajo cada derrumbe se escondiese la semilla de la ciudad futura, del porvenir radiante. Disfrutando cada día como si fuera el último pues es lo único seguro que se tiene. Aferrándose a una tabla salvavidas, en medio de un mar cada vez más taciturno. Si la gente hace eso es porque la música tiene efectos positivos. Porque la música, aunque haga vibrar los tímpanos, también es positiva para la salud y el bienestar. Mucha música. Mucha música para evitar el miedo. El miedo que mata. El miedo que trae soledad. Tablas podridas tapando aquí y allá. Tablas de aquí y de allá. Allí fue donde me quede. Esperando. No mucho, tampoco fue para tanto. Le vi. Una cubana blanca. Otrora bella. Muy blanca. Pero también muy flaca. Flaca y enferma. Muy enferma. ¡Para aterrarse! Aún no es cadáver y ya debiera serlo. Es joven, pero tan delgada que podías verte en un espejo colocado tras ella. ¡Qué mujer! Se detuvo. Cerró los ojos. Me pregunte qué cruzará por su mente en esos momentos… Seguro que pensará que estoy profundamente buscando una jinetera. ¿Qué miras cuando cierras los ojos así en esas circunstancias? Si supiese que me preocupaba su estado de salud le daría un infarto. No me parecía aceptable. La ex bella cubana blanca, estaba transparentada por una palidez intensa. El sol penetraba oblicuo, haciendo evidente el polvo flotante. Suspiro. Llego al principio de los escalones al que no sabe si abordar o quedarse de pie sobre su vibración. Le estaba costando trabajo. Mucho trabajo. Presagio de una muerte anunciada. Volvió a caminar arañando el aire aferrándose a no sé qué cosa. Sus pasos retumbaban en la escalera a su cuarto o al cuarto de quien sabe quién. Un cuarto de tablas podridas a punto de caer. Entro a uno de los cuartos de la primera planta, suerte de refugio que no es casa ni una patria, no sin antes recibir bendiciones de una negra muy grande y muy bella que estaba tendiendo sábanas en el viejo barandal. Le tendía su cabo de esperanza.

De nuevo la ciudad natal, la invisible para los turistas. La Cuba de todas partes. Cuando se me borro del mapa a duras penas alcance a leer. Agudice mis ojos. El bullicio callejero es una cascada incontenible. El clan humano es después de todo una congregación de soledades. Leí bien: Una revolución sin peligro no es Revolución.

En ese solar también observe un mural con una bandera cubana ondeante y dentro de la bandera, ocupando el centro, el rostro de Fidel Castro, joven y con barba negra abundante, y para subrayar su eternidad casi de santo, su distintiva boina revolucionaria. Bajo la bandera la frase: “Revolución: Es cambiar todo que debe ser CAMBIADO…”.

Alcance a leer. Revolución con R mayúscula. Con R mayúscula cuando se consideren acontecimientos históricos relevantes. Una R que lucha por manifestarse. Una R que se robustece en sus ruinas. Una R que contagió en Latinoamérica a muchos jóvenes y viejos con veleidades contestatarias, o inclinados hacia la ideología izquierdista. Una R donde una porción de escritores e intelectuales se vieron encandilados. Una R de resplandor heroico-pragmático de un hecho que cambiaba el mapa político del mundo. Una R que llevo a una admiración mesiánica y romántica hacia los connotados héroes de esa revolución como Camilo Cienfuegos, Huber Matos, Ernesto “Che” Guevara, Raúl Castro, Frank País, Fidel Castro y Juan Almeida, entre otros. Llego Pedrito. Una R que como se sabe todo se ha ido por el círculo del inodoro. Una R donde el cacareado hombre nuevo devino en hombres y mujeres utilizando el ingenio de la viveza y la trampa para subsistir. Sígueme ya cuadre todo. Pedrito era tenaz. Esta re linda la muchachita. Me dijo. Efectivamente, Pedrito era tenaz, universitario y culto. La muchachita mulata también. Mulata o negra. Negra de preferencia solicite. Era guapísima. Ella me apretó con lujuria y peligro. Las cubanas me han hecho pasar demasiados buenos momentos. Le quité la ropa y le pasé la lengua por todas partes. Ella hizo lo mismo: me quitó la ropa y me pasó la lengua por todas partes. Tenía las nalgas duras, redondas y sólidas. Las negras son así. Llenas de fibras, y músculos, con muy poca grasa, y una piel limpia, sin granos. Oh, no resistí la tentación y, después de un buen rato jugando con ella, metiendo y sacando y masturbándole el clítoris con mi mano, ya había tenido tres orgasmos, se la metí. Ella asumiendo su parte. Muy despacio, bien mojada. Poco a poco. Es fabulosa esa mujer. Una mujer adorable. Gozábamos mucho el sexo, porque éramos felices. Todos huimos de algo. Tal vez demasiado joven para mí. Dieciocho años. Pero no importa. Nada importa. Ninguna disfruta más que ella. Las cubanas disfrutan mucho que te hacen sentir como el macho más rico del mundo. Hablamos de los temas de aquel momento: comida, dólares, miseria, hambre, Fidel, los que se van, los que se quedan, Miami. Trabajadora social en un policlínico, lo cual le ha aguzado algunas fibras interiores. Con un olor muy fuerte en la piel. Ese olor demasiado acre. Una cubana muy caliente. Sin prejuicios. Muy pervertida. Definitivamente en la cataclísmica Habana Vieja, una revolución sin peligro no es Revolución.
Augusto Sebastián
motel.garage@hotmai..com

motelgarage phixr
Reciente
spot_img
- Advertisement -
Relacionadas
- Advertisement -