jueves, noviembre 21, 2024

No olvidemos a los viejos #IdeasqueaconodaneincomodandeLorena

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La semana pasada publiqué una sentida ausencia, “Cuando un padre se va” esta vez culminaré este pensamiento con “No olvidemos a los viejos”. Cuando somos niños buscamos la mano de papá para caminar seguros, protegidos, orgullosos, también lo vemos con esa admiración de saber que un padre todo lo puede, todo lo sabe y preguntamos ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué aquello? Y sabíamos que papá sabía todas las respuestas del mundo, ir tras él, imitar sus gestos, su voz nos hacía sentir tan bien. Es cierto, papá tenía que trabajar, eran pocos los momentos con él, quizá por eso se disfrutaban tanto, recibir una moneda, una tosca caricia, eran los regalos más preciados, y no era porque papá no nos quisiera, así crecieron muchos de nuestros padres, sin conocer una caricia, aprendieron a ser hombres antes que niños, a forjar caminos, a mirar más allá de lo desconocido.
Quién tuvo la fortuna de contar con un padre, debe saber que tenían muy en alto el sentido del deber, eran taciturnos, guardaban sus alegrías en los ojos, sus manos férreas no temblaban al infringir un castigo, y no por ello nos traumaron, intentaron por los medios que tenían disponibles, formar hombres y mujeres de bien, su palabra era la firma más poderosa, no necesitaban hacer promesas, hechos era lo que los distinguía. Esos hombres no supieron de ternuras, se fraguaron en los campos, entre el ganado, arando la tierra, caminando bajo el sol sin doblar las rodillas, pasaron de un siglo a otro y no cambiaron sus costumbres, fueron firmes y fieles a sus ideales, tratando de que sus hijos fueran mejor de lo que ellos lograron, muchas veces aquietaron su hambre y secaron sus lágrimas, porque a pesar de sostener que “los hombres no lloran” sabían hacerlo y no hubo una mano que secara su llanto porque nadie lo vio, solo ellos lo sabían.
Hoy, muchos de esos padres se han ido, descansan después de muchos caminos andados, de muchas alegrías, decepciones, enojos, resignaciones, no estará más esa sombra que cobijaba, ese cayado que sostenía, esa mirada inescrutable, atrapada en los recuerdos, imaginando a sus hijos cuando eran pequeños y el recorrido en el tiempo, cuando éste los hizo crecer y construyó otras veredas por donde uno a uno siguió su destino. He visto como de a poco los vamos olvidando, dejamos de platicar con ellos, cansados de escuchar las mismas historias que sabemos de memoria, nos aburren, no son interesantes de tanto escucharlas, sin embargo, se nos olvida que cuando guiaron nuestros primeros pasos tuvieron toda la paciencia para enseñarnos, cuando llegamos a esta vida sin su ayuda no estaríamos aquí, tratando de olvidar lo inolvidable. Se pierden en un rincón, en el olvido, tanto que decir y callan porque nadie quiere escuchar lo que cuentan, porque se volvieron obsoletos, porque nos olvidamos que la juventud es pasajera y no pensamos en que llegaremos a ser viejos.
Si tienes la fortuna de tener a tu padre, detente un momento, escucha con atención las palabras que quiere sacar, lo que quiere decir, ha sido viajero en el universo, no te enfades si repite lo que ya sabes, no tengas compasión por sus arrugas, por su escaso pelo, por su oído que poco escucha, por sus piernas cansadas que se niegan a caminar, por sus manos que tiemblan, porque es torpe y tira la comida, porque se le olvidan las cosas, por si está en una cama y volvió a ser un niño que necesita pañal, no lo saques a la calle a pedir una limosna, no te irrites porque solo te tiene a ti, no culpes a los demás si lo han olvidado, no te flageles pensando que llevas una carga, no permitas que nadie lo haga menos, y sobre todo, no lo mandes a un asilo como desecho, si invirtieras los papeles, tu padre cuidaría de ti como lo hizo cuando era tu héroe, cuando tuvo la paciencia de enseñarte a caminar, de responder tus preguntas, de los errores cometidos, de las omisiones porque nadie le enseñó cómo ser padre.
No olvidemos a los viejos, ámalos porque son tu origen, ahí está tu raíz, tu esencia, tu sangre. Tómalos de las manos, como si fueran niños, llévalos de paseo, a mirar el sol, las estrellas, cuéntales historias, hazlos reír, sorpréndelos con una paleta, con un juguete, muchos de ellos no supieron lo que es jugar, regálales, no un poco de tu tiempo, dales tiempo, porque no sabes cuando solo sean un recuerdo que se va diluyendo, olvidando. Y cuando estén allá, en la tierra que los cubre, visita su tumba, lleva una flor, seguro sabrán que dieron buenas semillas, que viven en tu memoria y corazón. Nada enaltece más un padre que mantenerse vivo, no volverse un vago recuerdo que alguna vez existió.
Hoy recuerdo a mi padre y sonrío mientras el llanto aflora, recuerdos las aventuras que pasamos, los enojos, sus berrinches y los míos, las anécdotas que hicieron historia, lamento no haberle dado un abrazo tan fuerte el día en que partió, no decirle que lo amaba, no darle un beso, confié en verlo regresar y me guardé un adiós. Sigo aquí caminando de su mano, platicando con él, añorando esa palmada que me daba cuando nada estaba bien, su consabida frase “no digas que haré” “que haremos” todo se va a resolver
A Chalio, hombre de bronce, de cepa pura, quizá nadie sepa quién es. Fue mi padre, un hombre que forjó mi mundo, mi historia, mi fe.
Maestra Lorena Reséndiz

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