miércoles, octubre 30, 2024

BARRIO MINA #LOTERIA “Corre y se va corriendo con”

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Una ventana a la calle Francisco Javier Mina
Parte I
Como quien viaja a lomos de una yegua sombría, por la ciudad camino, no preguntéis adónde. Busco acaso un encuentro que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden. (Calle Melancolía, Joaquín Sabina)
Toda ciudad tiene su voz propia, sus expresiones particulares, su ruido especial, algo que es como el complemento de todos los rumores, de sus iglesias, de sus fábricas, pero sobre todo de sus calles y de la gente que en ellas vive. Es difícil maquillar letras e inclusive engendrarlas de los labios cuando la sangre transita en función del sentimiento. Pero es posible cuando los ojos comulgan con el abecedario y los oídos desvisten la prosa del viento. Despertando sin haber dormido, obligado por una ráfaga de luz que despeina la tarde, incendiando mi rostro, volcándose en cascada sobre mi cuerpo. Momentos de negación de la luna, relojes fastidiados por su añeja rutina. Apresuro los movimientos de los dedos, indago el vientre del espejo, tarareando un fragmento sabinesco, esperando el silbido doméstico de la puerta, en segundos de despegue hacia la práctica del inconsciente. No faltan contrariedades propias de una huida desesperada, un pizco con el botón de la muñeca del brazo, recordar una cita, descubrir la sinfonía del grifo del agua, sin embargo, hoy es el día. Olvidarse de la burocracia de la tarde, escapar del laberinto de la monotonía, liberarse de los números de la costumbre, perfilar las emociones en otra dirección. Nuestra ciudad aún conserva el encanto del tiempo, el polvo coloca su máscara suavemente, el corazón no se ha extraviado en el anárquico cabalgar del concreto. El olor provinciano es un atractivo que funde el fuego de la tarde. En un ligero planteamiento geométrico, donde los ruidos cobijan el silencio, donde el aroma de los ayeres aún se respira, donde se conjuga el esfuerzo con los recuerdos para dar origen al presente:
BARRIO MINA
Bajo el antifaz de su suelo, desvanecen sigilosamente los años, el color de los muros se extiende en enredadera sobre su boca, sus banquetas ostentan la fiereza de la danza reminiscente. Ventanas desenterrando estampas de la galería singular del calendario. Aquí donde las paredes salpican los sueños, sembrando ilusiones en la alfombra tímida de concreto, donde el desfile de automóviles abofetea su rostro. La tonada burda de las ruedas, el dialogo de humo latente de los taxivanes, pervirtiendo la vanidad de los reflejos, en instantes de práctica psicosométrica que clausuran el río de la calle, manifestando el nunca ocaso imperio de los grandes: los taxivanes. Le apuesto a la banqueta mi silencio, descontrolado por el oportuno replicar de las campanas de la parroquia. En mi soliloquio suspicaz de las seis, tratando de armar supuestos, dibujo en mis dedos líneas absurdas, mismas que rasgan mi frente. Cuando el verbo común es la espera, una veintena de personas sepultan los minutos en el azar de los derroteros. Me atrevo a tejer historias, imaginando las posibilidades de conspirar contra los viejos demonios cegados de atavismos. Cruzo la acera para definir mejor la coyuntura, pretendiendo construir futuros en inocuos presentes. Tejiendo destinos, ruborizados por el bullicio que deambula en las entrañas de la cantera. Una danza de sombras avanza con voluntad inquebrantable, bañada por la risa amarilla, filtrando los colores del ir y venir, los que tiñen la soledad y la tristeza, los que encienden la dulzura y la alegría, como la dueña de un hermoso par de grandes ojos negros, secuestrada por el cristal de un autobús urbano. El bendito pecado de las retinas, el eterno agradecimiento de la mirada, me conduce a una puerta que lentamente abre las remembranzas. El lugar donde alguna vez vivió Simón Jaime Vega, el gran “Simón”, de profesión tapicero, de oficio matemático, creador de la “Fundación Cultural Conín”, inefable personaje devoto del ajedrez, ferviente escritor, cuya máxima es la obra teatral: “El niño de probeta”. Aun se escurre en mi memoria sus enseñanzas en el mágico mundo de las matemáticas. Siendo un adolescente fue una de las primeras personas con quien compartí mis textos literarios. Excéntrico humano que incluso el poeta queretano José Luis de la Vega lo homenajeó al incluirlo en un relato. El “Simón” que partió de Mina para deambular en el ancho horizonte de la geografía.
Arturo Hernández

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