Buenos días tengan sus mercedes en este miércoles último de noviembre. Mañana será diciembre y estamos más cerca de Navidad que nunca. Mi abuelita anda como cascabel, canta y canta y nos advierte que va a rebuscar en donde se encuentren todas sus figuras del nacimiento. Advirtió que pondrá dos: uno adentro de la casa y otro afuera. “A ver –dice- si viene aquél mentado juez de Yucatán a quitármelo por estar violando la libertad religiosa de aquellos que no creen en Dios”. Y esto, tiene su importancia, pues como dice el dicho: “El que no conoce a Dios a cualquier burro se le hinca.”
Pues desde el domingo anterior estoy de cabeza entre mis libros de Filosofía buscando y rascando para tratar de entender que es el “humanismo mexicano”, que lanzó el Presidente desde el Zócalo de la Ciudad de México como nombre de su movimiento social. En verdad me esfuerzo por volver a revalorar la antigüedad, principalmente a Platón, quien nos recordó que vivimos en una caverna. Conocemos parcialmente la realidad que sólo se refleja en el fondo. Vuelvo a Petrarca, padre del Humanismo; a Erasmo con su “Elogio de la Locura”. Él hubiera estado encantado viviendo en el México de la 4T, reinterpretando todo el universo social y político para poner “al hombre” en el centro de la ciencia, la doctrina y hasta de la religión. Lo malo es que aquí lo están tomando muy en serio: es “el hombre” al centro sí, pero no más uno. Esto ya va en contra del Humanismo, pero en fin…
Como mi abuelita se hace presente en todo, comenzó a cantar una canción de Thalía para acercarme la luz del pensamiento popular: “Compasión no quiero, lástima no quiero, quiero un amor duro que me pueda hacer vibrar. Tu sabor yo quiero, tu sudor yo quiero, quiero tu locura que me haga delirar…” Recordé el momento de la marcha del 24N. El Presidente se veía al centro de una multitud que, en sus orillas, tiraba a algunos a las jardineras de Reforma. Las personas se movían como en una molécula orgánica que oscilaba en sus orillas. ¡Me preocupé por Andrés Manuel!. Pensé en su corazón y en sus otros males. Me inquieté más tras la agresión contra Marcelo Ebrard que desapareció de pronto; más cuando Adán Augusto no aguantó y quiso salir de la multitud en bicicleta (no supo cómo) o en la moto de un policía que finalmente lo rescató. El Presidente seguía, en cambio, pletórico, hinchado con el amor del pueblo bueno; sudoroso, sí, pero
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realizado. Y vimos cómo se fue llenando de sonrisas repartidas, besos, fotos, apretones de manos y abrazos. Y ahí estaba el humanismo programado, con el hombre al centro, en su universo, sin la interpretación Escolástica tan limitante. El pueblo es el verdadero “detente”, nos recordó el que porta un escapulario que no lo protegió del Covid, porque Dios no está para enmendar tarugos, Gatell dixit.
Humanismo: El templete se colocó de espaldas a la Catedral, para más prueba. Me sentí en 1453 tras la conquista de Constantinopla, cuando una nueva corriente de sabios griegos emigrados se derramó sobre la capital y los estados para replantear el contenido de los libros de texto; la “verdadera” historia fundacional del México Humanista que empieza con un fraude electoral nunca probado, sobre el cual él justifica su odio a la democracia y sus instituciones. Nuevos sabios que recalifican a la FIL de Guadalajara, feria editorial de la él dice: “Es un foro del conservadurismo en donde los intelectuales orgánicos van a hablar mal de nosotros… Son del conservadurismo más rancio”, y otra retahíla que ni vale la pena escribir. Lo que importa es ser humanistas. Montaigne tenía un soberano desprecio por la brujería, pero aquí el hombre se hace limpias en Palacio. Luis Vives, habla de la limosna que se da a los pobres, pero en todo trata de que el Gobierno trabaje para hacerla innecesaria. Reconoce la “caridad” de las clases altas, pero invoca que no alcanza; a los pobres se les ayuda, pero hay que sacarlos de esa condición dándoles trabajo. Por cierto, este gran humanista dice que el Gobierno no puede obligar a los extranjeros a trabajar, pero en México, marchar no es un trabajo: los indocumentados fueron traídos a La Meca, pagados y regresados a sus sitios de alojamiento. Esto es Humanismo. Se notó Maquiavelo, El Príncipe, aumentando el poder del Estado quien tendría el uso privativo de la acción política. Ése autor sí fue trasplantado. Me faltaron varios: Hobbes, por ejemplo, pero ya llegó mi abuelita cantando de nuevo y no puedo seguir porque se me acabó el espacio: “Amor a la mexicana, de cumbia, huapango y son; caballo, bota y sombrero, tequila, tabaco y ron. Amor a la mexicana, caliente al ritmo del sol. Despacio y luego me mata, mi macho de corazón.”
Escribe: Guadalupe Elizalde