El mar engendra caracolas que repitan su íntimo sonido, mientras sus olas golpean con incesante martilleo las rocas que mutilan su albedrío, y lame con lengua humedecida la arena finísima que borda su vestido; las gaviotas-dardos emplumados-penetran su intimidad atormentada por el viento, espuma que desmaya en la planicie callada de una playa, espejo en que por las noches perpetúa la luna su blanquísimo reflejo, sudario para el astro que penetra ensangrentado por las tardes su costado.
Escribe: Fernando Roque Soto
