Las paredes sacuden el fuego,
desnudan nombres sin espejismos,
delirios para domesticar la humedad,
trucos para exorcizar los llantos.
Aprende a dormir con recelo,
crucifica sus impotencias nocturnas,
abriga los arrepentimientos en cantera,
cansa a los espíritus con una luz
que el amanecer nunca descubre.
En los trazos grises del ocaso
columpia sus dedos,
provoca un diluvio de cenizas,
escurre un tumulto de destellos
con serpentinas de telarañas
y flores hinchadas de alborozo.
En el baile de los desvelos,
se pierde la colección de ambiciones.
Arturo Hernández