Así la nombré cuando llegó a mi ventana solicitando alimento y un poco de afecto. Negra como el alma del diablo, con ojos azules como el azufre, zalamera y tierna como mujer enamorada. Le puse “ Gatúbela “ por ser el primer nombre que me vino a la cabeza y por su sensualidad felina. Al principio yo dejaba su alimento y ella, en el transcurso del día acudía a devorarlo, posteriormente me esperaba cuando después de despertar bajaba a desayunar. Se asomaba fuera de mi ventana y ronroneaba para llamar mi atención. Abría la ventana y depositaba unas whiskas. Las comía mientras yo la acariciaba y luego al terminar me insistía que siguiera acariciándola mientras se estiraba y restregaba su cabeza en mi mano buscando que la siguiera acariciando, luego se iba a seguir su vida vagabunda, regresaba a mi rutina y así fue por mucho tiempo. Una vez soñé incluso que se transformaba en mujer, en una Gatúbela con traje de látex y látigo en mano, como el personaje que sedujo a Batman, que sus hermosos ojos azules se incrustaban en los míos y sus labios ahora rojos y apetecibles me besaban, que su cuerpo elástico se ajustaba al mío y entonces . . .desperté escuchando sus maullidos de gata que me avisaban que ya estaba allí: fuera de la ventana para seguir nuestro diario ritual, quizá quería que la adoptara o solo se limitaba a sus visitas matutinas. Dos seres solitarios compartiendo un poco de afecto en un mundo hostil y desgraciado. Entonces ella entendía por su nombre y volteaba su cara misteriosa a mi llamado. Ya era parte de mi paisaje diario. Sólo una o dos veces no apareció, pero al siguiente día ocupaba su sitio como guardiana de mis manos. Un tiempo más largo no apareció, supuse que estaría preñada y habría tenido sus gatitos, pero una mañana regresó: al abrir la ventana adiviné su cuerpo dormido, pero no era así: intenté moverla, le llamé por su nombre y me di cuenta que solo habría regresado para morir afuera de mi ventana, lamenté como nada su deceso, agarré su cuerpecito y lo embalsamé con mis lágrimas, lo envolví en un trapo, lo puse en una cajita y lo enterré en el jardín, para que siguiera cerca , acurrucada en mi soledad, arrullada en mis recuerdos . . .y desde entonces cada mañana, al despertar la busco, abro la ventana y sé que ya no regresará por su alimento, ni mis manos acariciarán su piel de terciopelo, ahora mi soledad es más profunda pues se une a la ausencia de esa gata que llenaba mis mañanas y mi vida con su ternura. Si hay un cielo de gatos ella será la reina allí, y cada que escuche un maullido voltearé esperando reencontrarla. Escribe: Fernando Roque