Queridos lectores, que se toman un tiempo para leer mis escritos y mis opiniones, agradezco sus comentarios y sobre todo que compartan invitando a los demás a leer. Esta columna está dedicada a quienes sentimos que estamos viviendo a destiempo y explicaré porque lo digo:
Cuando era niña, los tiempos eran precisos y puntuales, es cierto, no existía la monstruosa mercadotecnia que hoy vorazmente nos absorbe, se disfrutaban los eventos que todos conocíamos, nada se adelantaba. Y comenzaré enumerando las fechas que disfruté en mi niñez sin adelantar el tiempo.
Enero: esperar la llegada de los Reyes Magos el 6 de enero era la ilusión de todo niño, pero ellos llegaban exactamente ese día, ni antes ni después, no empezaban a anunciarse a mediados de año, así como partir en familia la tradicional rosca, tradicional y sencilla, con dos o tres niños estratégicamente escondidos, y que no eran desechables ni tan variados como hoy, y que quien tenía la bendición de encontrarlo adquiría el compromiso de llevarlo a vestir y bendecir el día dos de febrero y regresarlo con todo la seriedad que ameritaba a la familia donde había sido entregado, se formaba entonces un compadrazgo con todos los honores como si hubiese sido un pequeño llevado a bautizar. De igual forma, quien recibía al niño Dios en miniatura era recibido con la tamaliza, el mole y las viandas preparadas para ese evento. Nadie decía “me salió el mono en la rosca” era casi, casi un sacrilegio decir esas palabras.
Mayo era el mes de la virgen María, a las niñas se les vestía de blanco y por las tardes se llevaban flores, antes era obligación escuchar misa, comulgar y ofrecer flores a la virgen. También para bautizar a un chamaco, no era tanto problema, se buscaban los padrinos, se escogía la fecha y se acercaban a la pila bautismal para quitarle el primer cuernito y entre más pronto mejor se llevaba a la confirmación con el señor obispo en la festividad más importante del lugar.
Después se acercaba la feria del pueblo, se festejaba al Santo patrono del lugar y las ferias eran clásicas, ferias de pueblo con su encanto y sencillez, los clásicos juegos mecánicos, muy burdos y divertidos, no podían faltar las kermesses, la elección de las reinas que no eran elegidas por ser la hija de un distinguido miembro de la sociedad, o de la familia de abolengo como hoy en día en mi querido pueblo adoptivo de San Juan, la cual es elegida por tener un apellido de alcurnia y solo vemos ese día con su mejor sonrisa, en un evento privado, solo para unos cuantos mortales, el resto del pueblo se queda como el chinito, “milando” y después no volvemos a saber que hizo o como habla. En las ferias tradicionales se estrenaba ropa y zapatos, se adornaban las casas, había algo tan esperado, el Registro Civil de la kermesse, la cárcel a quien se negaba a casarse, las tómbolas, carrera de caballos, artistas que llegaban en las carpas, bailes populares y, sobre todo, familias unidas.
El quince de septiembre era también algo digno de recordar, los bailables en las escuelas, la kermesse con una variedad de antojitos mexicanos, la gente vestida a la usanza de ese tiempo, las mujeres con sus trenzas adornadas con tricolores listones, no disfrazada como hoy se hace, los cohetes, las matracas, las cornetas daban el toque alegre y los pleitos de borrachos no podían faltar, unos cuantos trompones y se acababa el mitote, hoy se festeja, no se conmemora y pocos saben el verdadero sentido de recordar esa fecha.
Mención aparte eran las posadas, creo que es la mejor etapa de todo un año, se vivían de verdad con una alegría y simbolismo único. Las posadas de mi infancia son algo que recordaré por siempre, cargar el misterio cantando el “ora pronobis” y uno que otro canto en latín, con las velitas de bengala que nos repartían al iniciar la procesión, así como la cajita con pequeñas velitas de cera de colores era algo muy esperado, no solo se iba por lo que se daba, era participar en la oración, escuchar algún pasaje, era esa convivencia, la emoción de recibir el aguinaldo con la colación, los cacahuates, las galletas, las nueces, la caña, no marcaban a nadie como se hace ahora, se respetaba, a quien ya le habían dado su bolsita no se volvía a formar, después saborear los tamales, los buñuelos rebosantes de miel de piloncillo, quebrar las piñatas, sin faltar los cantos, los juegos.
Hoy vivimos a destiempo, no nos dejan vivir esas fechas como antaño, basta ver que llegue agosto y ya estamos con todos los adornos de septiembre, en septiembre estamos ya con los adornos de una fecha que no es nuestra pero que se ha adaptado a nuestras costumbres el Halloween, y un poco lo verdaderamente significativo, el día de muertos y los panes distintivos de la celebración y sin que termine bien septiembre, por doquier encontramos ya los adornos de la aún lejana navidad, y sin espantarnos es posible encontrar por ahí hasta la rosca de reyes. Estamos viviendo en una carrera contra el tiempo, adelantando esas fechas que ya no se disfrutan como en otro tiempo, ¿De quién es la culpa? De esa mercadotecnia que nos hace consumidores insaciables, que llena nuestros ojos de todo lo que quiere que compremos, si vamos a cualquier tienda comercial por la despensa, se nos van los ojos ante tantas cosas adelantadas que vemos y terminamos por comprar algo, algo que está de oferta, lo que está bonito, la novedad, para el adorno, para el día de muertos, para el árbol de navidad, para los Reyes Magos, para el regalo, y así nos vamos adelantando al tiempo, y el tiempo es lo que menos deseo adelantar, quiero vivir las fechas como son, como eran, pero ¿Quién puede detener el tiempo?
Escribe: Lorena Reséndiz