Detrás del rumor de los calendarios y del ruido palpitante de los relojes, está la tierra que habitamos, donde las letras inundan la geometría de las posibilidades, despojando el disfraz del silencio, para advertirnos que la existencia inscribe el abecedario en la memoria colectiva. Fernando Roque Soto, a través de “En mi Viejo San Juan… del Río”, como protagonista de este trascurrir nos convida de su testimonial en este andar lleno de añoranzas, de evocaciones, de viñetas dibujadas por el tiempo. Proponiéndonos un paseo hacia los lugares comunes, con el palpitar de los latidos de la historia y el encuentro de personajes con rastro y rostro del ayer sanjuanense. Estos textos sin temor a equivocaciones endebles habrán de generar en los lectores vuelcos con el pasado, pretensiones para desempolvar recuerdos que aún permanecen en el concurso de nuestro peregrinar. Realidades que provocan respuestas, más allá de supuestos sociales, es decir, en nuestras mismas páginas, en la pertenencia de nuestro propio sentir y de nuestro ser. El lector puede cabalgar en las calles que resisten el olvido, puede atravesar las ventanas, las puertas que aún sonrojan la melancolía. O si bien lo prefiere, encontrarse con los ciudadanos de a pie que cimentaron nuestro orgullo, nuestra pasión por este rincón del universo. Las anécdotas, los murmullos, la elasticidad de los ruidos e incluso las utopías indelebles se trasforman en este anclaje del abecedario. Sin acometer un análisis histórico que inquiera comprender nuestro presente. Sin discursos oxidados que induzcan una retórica enclenque. Mucho menos con intenciones que busquen penetrar el círculo misterioso del hermetismo oficial. Los avatares de la ciudad y sus ambientes festivos se describen en un estilo muy personal en este itinerario de letras, donde las pisadas del tiempo anidan la humedad de las voces, seduciendo el tejido de susurros que inventaron nuestros amaneceres, las añejas tardes matizadas de colores, las noches aquellas que arrebatamos a las sombras. En este rompecabezas de letras, Fernando Roque Soto, nos dicta la reconstrucción de su infancia, las peripecias de su adolescencia, la conjugación pretérita de su juventud, con la tradición reivindicatoria de los trazos de la nostalgia. Sin pretender la revelación de secretos, tampoco colgándose un estandarte ideológico, mucho menos acogiendo intereses inefables. Reiterando de manera categórica que solo nos obsequia un boleto de viaje a su propia naturaleza narrativa, donde el equipaje es la remembranza, pero lo es también el punto de vista divertido e irónico, quizás podemos ponerlo hasta contracultural. Finalmente el autor nos advierte que está presente su propia versión, “pues la objetividad completa no es posible en este mundo visto a través de nuestras subjetividades y así se justifica más mi postura como escritor”, lo cual sin duda es una gran apuesta a sacar del olvido nuestras propias vivencias, hacer de nuestros hechos, de nuestro acontecer, un desafío a reencontrarnos con nuestro pasado, sin descuidar nuestro presente. Arturo Hernández
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