La puerta enfebrecida del olimpo retiene con demencia la luz cegadora de un espejo, que es suspiro férreo, crucificado como una mosca solitaria, aquí, Insomne en el tejido óseo de la pared. La gradería de botellas hipnotiza las partículas de la vista, del olfato reviste las úlceras de los relojes que cicatrizan la melancolía y fraguan los hilos de recuerdos. Las sombras no conocen de eufemismos no saben naufragar pero es aquí donde el silencio aprendió a tejer las historias sobre las arterias del alfabeto. La tarde cumple su monotonía se incuba la sed de la noche. Una gota sembrada en las llagas de la barra y el vaho de las luces que agazapan las risas. Así es cómo gravitan los latidos, que son jaurías de emociones, aquí, a un lado de las marejadas de relámpagos. La página agrietada en el espiral del tiempo se entreteje en la epidermis de los calendarios agotados los fieles devotos los ángulos de los ojos los enjambres de palabras la amalgama que agiganta la memoria
Arturo Hernández
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